Cuántas veces había caminado por esa calle bajo la lluvia fina e incesante, intentando evitar las farolas esparcidas en la calle como transeúntes perdidos. En el espeso aire gris de la tarde, como siempre, la puerta roja del número 28 no tardó en llamar mi atención. Admito que no era nada especial en comparación con las brillantes puertas de las casas vecinas, pero siempre pensé que tenía cierto encanto. La llave en la cerradura crujió un poco, a menudo me repetía que tendría que echar un poco de aceite pero siempre terminaba por olvidarme. Subí las escaleras tratando de no molestar a los vecinos. Las casas en Londres parecen todas un poco frágiles, como si estuvieran hechas de papel y pudieran deshacerse en cualquier momento como un inestable castillo de naipes. Después de un duro día de trabajo, mi casa me esperaba envuelta en el cálido halo de luz que procedía de la calle.

Sólo faltabas tú, y no importaba cuánto lo intentara, no conseguía entender por qué. ¿Dónde estabas? ¿Cuánto tiempo llevaba sin verte? No podía recordar. Todas las noches al regresar, lejos del barullo de la ciudad, envuelta en el silencio de mi casa me preguntaba por tí. A veces hasta llegaba a preguntarme si existías realmente.

En el medio de la casa había una escalera. Como hacía a menudo, me subí al tejado y me senté en silencio a contemplar la extensión de los tejados de Notting Hill y la belleza sin tiempo de la ciudad que me había acogido. Mi mirada se perdió en el luminoso valle que se extendía delante de mis ojos. ¿Y tú? Por dónde andabas tú? Desde lejos los ruidos de la ciudad llegaban a mi oído amortiguados. Poco a poco mis músculos iban relajándose cuando un pensamiento me sacudió repentinamente de mis fantasías. ¿Qué estaba haciendo allí? Me sentía confusa, perdida y totalmente dominada por una sensación de desconcierto.

Desperté en mi cama. Todas las noches pasaba lo mismo. Siempre soñaba con la misma casa, siempre con la misma calle. He estado viviendo en mis sueños lo que pudo haber sido y no fue. En la vida hay muchas encrucijadas y sigo creyendo que he tomado el mejor camino para mí, porque si hubiera seguido el otro, tú no estarías ahora a mi lado.

Sin embargo, solo te ruego una cosa: déjame guardar en un rincón de mi alma el secreto de esa casita en Londres y de ese viaje tan deseado que nunca emprendí. Respétalo para que cada día pueda amarte aún más.

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