Cuando cada minuto cuenta

Cuando cada minuto cuenta

Esa mañana el reloj no sonó como siempre, porque se desconectó. Algo anduvo mal esa noche así que aún a las 6:40 ella seguía en la cama.

Curiosamente despertó después de haber estado soñando con ruidos y una especie de globos de colores llenos de sonidos, no de aire. Sonaban matracas, campanas y congas junto a “La hora” de Pink Floyd; el llanto de un bebé, una tetera pitando, un tren de la Segunda Guerra y una ducha desbordándose.

Despertó sobresaltada, corrió a la ducha, pero todo estaba en orden. Miró el reloj, marcaba las 12:45. Se asomó a la ventana angustiada y regresó al reloj, fue cuando descubrió que no funcionaba.

¡Dios! La oficina, esa reunión tan importante pautada para las 9:30 ¿Qué excusa podría inventar?

Solo quedaba una alternativa, vestirse y salir a la calle. Ya en la avenida buscó el reloj de la gran torre bancaria que, durante años, fue el símbolo más importante de la ciudad. Eran las 11:53

-¡Qué horror!, desde que existen los relojes electrónicos cada minuto cuenta ¿Qué haré? Tenía que cruzar la ciudad, el tráfico parecía estar peor que nunca.Cuando enrumbó hacia el estacionamiento, eran como las 12:45.

Al llegar, todos habían salido a almorzar. No había nadie en todo el piso. Con la prisa, olvidó su agenda, el bolígrafo, el labial y, para colmos, las llaves de su oficina. No pudo entrar.

Tenía hambre, no había comido nada; así que lo mejor sería imitar a todos e ir a almorzar algo cerca, de manera que, cuando estuviese de regreso, encontraría a alguien que pudiera permitirle entrar a su propia oficina.

Llamó el ascensor, pero éste, como de costumbre, demoró tanto en llegar que decidió tomar las escaleras. –Total, son sólo siete pisos, y de bajada no es tan difícil– pensó. Desistió porque no había comido nada y sufrió una especie de hipopotasemia. Era lógico, a más de la 1 de la tarde aún no probaba su primer bocado. Lo más saludable era seguir esperando a que el ascensor apareciera. Por fin, llegó.

Una mujer muy delgada y morena venía dentro, creía haberla visto algunas veces en el 5to piso, pero no estaba segura.

–Buenas tardes.

-Buenas tardes.

De pronto, todo quedó a oscuras y el ascensor se detuvo. La mujer comenzó a gritar. Marta se desesperó y le plantó una bofetada a tientas. Ahora quedaban la oscuridad y los gemidos.

–Cálmate, trataremos de salir de aquí, pero tendremos que mantener la calma.

La electricidad regresó y las dos mujeres se abrazaron como si fuese año nuevo.

-Los vigilantes, debe haber alguno de guardia.

La alarma sonó y sonó, casi rompía sus tímpanos, mas nadie apareció.

–¿Están sordos?– gritó Marta.

Y la mujer flaca y larguirucha rompió a llorar nuevamente.

–¡Vamos mujer!, no pueden dejarnos aquí. En cuanto noten que esta lata de sardinas no se mueve, vendrán a averiguar qué sucede, ya lo verás.

Poco a poco, Marta logró tranquilizar a Eneida, hasta convencerla de sentarse a conversar un rato.

_ Muero de hambre, dijo Marta

Eneida revisó su cartera

–Toma, esto te ayudará mientras nos auxilian.

Le extendió un chocolate y un tubo de pastillas de menta. e intentó sollozar de nuevo.

— ¿Estás segura que puedo comérmelo todo?

–Si tu dieta te lo permite– contestó, sonriendo por fin.

–Trabajo en el 9, pero bajo al 5 con frecuencia– acotó Eneida

–Yo, en el 7 y subo todos los días al 8.

–Me dedico a la publicidad, hago comerciales

–Tengo una pequeña oficina de Relaciones Públicas y promociones.

–Hey, podríamos trabajar juntas en algunas cosas

–Por supuesto, me parece magnífico.

Intercambiaron tarjetas.

–¡Por qué demoran tanto!– señaló Eneida, visiblemente angustiada

Escucharon un ruido en el pasillo

-¡AUXILIO!- gritaron

Nadie pareció escucharlas.

–¿Por qué no nos escuchan?– preguntó Eneida

–Tranquila, todo está bien, pronto pasará…

–¿Por qué nadie pareció escucharme esta mañana? ¡Es como si no existiera! ¿QUÉ OCURREEEEEE?– gritó Eneida

No pasó nada, cayó de rodillas llorando y Marta le abrazó.

–Tengo un hijo– dijo de repente, como tratando de calmarse a sí misma.

-Tiene siete años y se llama Diego.

–Es un lindo nombre– dijo Marta, asomando una tímida sonrisa.

En ese instante, escucharon ruidos y se levantaron de un tirón para pulsar la alarma. La oprimieron sin cesar, llamaron, gritaron, patearon, pero nadie pareció escuchar. El rumor de pasos desapareció.

Volvieron a sentarse, exhaustas, el maquillaje comenzaba a correrse, rieron una de la otra y luego, guardaron silencio.

Marta pensó que, de quedarse atrapada allí, salvo su hermano y su sobrina Adriana, quien la visitaba todos los sábados para ir al gimnasio y la peluquería, nadie le echaría de menos. Era martes, faltaban tres días aún para el sábado.

–¡Qué desgracia!, dijo

–¿Qué cosa?, preguntó Eneida

–Nada con importancia, es que creo haber dejado encendida la lámpara de mi cocina.

–Yo, en cambio, temo por mi niño, si no salimos de esta, quién sabe qué será de él.

–¿Y su padre?

–Pues, debe estar por casarse nuevamente.

–¡Ánimo!, apenas tenemos unos 20 minutos atrapadas y ya estamos pensando en desastres.

— Y él ni se ha enterado. No me quiere, nunca lo hizo, sólo se casó conmigo por el bebé… hizo una pequeña pausa

–Craso error ¿sabes?

–¿Cuál?, el haber tomado este ascensor?– preguntó Marta

–No, me refiero a que muchas de nosotras pensamos que lo importante es retenerlo a nuestro lado, no importa cómo. Yo misma no me atrevo a reconocer cuánto he sufrido. Entre sus indiferencias e infidelidades, me he pasado la vida tratando de no ver para no sentir, pero no es cierto.

–Bueno, al menos ama al chico, de lo contrario jamás lo hubieses conseguido.

–Sí, lo sé.

–Entonces, estará bien, no te preocupes…

–¡Dios!, me has hecho reflexionar como si estuviésemos… Escucha, el ascensor se mueve. ¡SE MEUEVE!

Rieron al unísono y se abrazaron fuertemente, como dos hermanas. Algo más que el encierro y el miedo les había unido en unos 15 minutos.

(Referencia de la fotografía https://www.arquitecturayempresa.es/noticia/torre-la-previsora-en-caracas)

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