Mi calle

Fue mi calle hace ya algunos años. Ahora ya no lo es y, además, ella misma tampoco es igual. Ha cambiado.Las inmobiliarias compraron las casitas y construyeron bloques. El mar se ha hecho popular y la gente del pueblo baja paseando. Hablo de ella como lo hubiera hecho veinte años atrás.

En este pueblo costero siempre dedicado a la agricultura las paradojas son múltiples. El Paseo Marítimo es una calle perpendicular al mar, no, la avenida que han hecho posteriormente, sin mucho acierto, que le va paralela. La calle del Mar, de la que voy a tratar, va del centro del pueblo hasta el mar, pero la segunda mitad ha sido siempre relegada. Ningún comercio se hubiera atrevido a implantarse por la sencilla razón que nadie del pueblo baja hasta el mar por allí. Los domingos son la excepción ya que casi al final tenemos la antigua ermita, hoy, convertida en iglesia.

Por todas estas razones, este trozo de calle permaneció incambiado durante muchos años al igual que sus habitantes. Era como un pueblo en un pueblo. Personajes entrañables convivían en armonía. La población ha ido envejeciendo pero todavía sigue siendo un mundo aparte.

Algunos de sus habitantes son verdaderos personajes. Tenemos a Eulalia. Vive dos casas más abajo. Tendrá ahora unos sesenta y cinco años bien llevados. Es soltera, cuida de su madre, inválida, y de una tía. Cuenta a quien quiera oírla que había sido guapa, delgada y muy pretendida pero, esperando encontrar alguien fuera de lo común, despreció a todos sus pretendientes y luego, poco a poco, disminuyeron las propuestas hasta no haber ni una. Y así se quedó, soltera y sin compromiso. Es buena persona. Nació ya en esa casa por lo que conoce la vida y milagros de toda la vecindad.

Al lado tenemos a la Sra. María. Edad incierta, vive sola pero tiene dos hijas que la vienen a ver casi cada día. Hace poco se cayó y se rompió la cadera. Su casa se convirtió en el paso obligado de todas las mujeres de buena voluntad. Cada mañana venían a preguntarle: “ Buenos días, Sra. María, voy al mercado, quiere que le traiga algo?” O “Voy al super, quiere algo?”, o “voy al centro, le traigo algo?”Y eso duraba varias horas. Un día se encontraron en la puerta (esta vez estaba cerrada) una nota que decía: “No necesito nada, tengo de todo. Gracias”. Las mujeres se quedaron descolocadas, pero nadie se lo tomó a mal y, a partir de entonces, dejaron de ofrecerse a traerle “algo”.

En la acera de en frente hay la única casa de pisos. La hizo construir un matrimonio. Tenían dos hijos y una hija y su objetivo era que vivieran todos cerca. Lo consiguieron. Con los años el padre murió y la madre se volvió sorda como una tapia y con muy poca movilidad. Dado que le gusta mantenerse al corriente de todas las noticias de la calle, ella pregunta. Su información se convierte en información general. Todos nos enteramos de lo que le dicen ya que hay que gritarle para que oiga. Recuerda un poco aquellos tiempos en que pasaba el pregonero por las calles para dar las noticias del pueblo.

Está también D. Jenaro. Un hombre alto, delgado que anda muy tieso y viste impecable aunque a la moda de antaño. Lleva un bastón pero pensamos que es un poco para parecer elegante. Es soltero y de edad avanzada pero sigue siendo un conquistador. Siempre tiene una palabra galante para las señoras y siempre dispuesto a abrir una puerta o ayudar con los paquetes.

Como nota triste tenemos un matrimonio mayor, él empuja una silla de ruedas con su esposa afectada de Parkinson. Al principio, ella nos conocía, ahora está en un estado casi vegetativo. Ambos pasan y él saluda pero son como una aparición que se desvanece sin detenerse. Tienen una hija casada que vive cerca.

Las tardes de tiempo agradable, todavía se sale a tomar la fresca ya que la calle tiene árboles y es placentero. Los coches no interrumpen las conversaciones. Hay pocos niños, es una calle de gente mayor. Entonces, Ricarda, que ahora está casada con un pescador, saca las redes a la acera y las remienda. Actualmente tiene un buen aspecto. Había estado casada en primeras nupcias con uno que gritaba mucho y, que seguramente, le pegaba, aunque nunca dijo nada. Cuando su marido murió, se quedó en la vivienda y, poco después se volvió a casar. No habla mucho pero está atenta a todo y sonríe de vez en cuando.

No sería justo olvidar a Misti, el gato de todos y de nadie. Es callejero pero le gustó el barrió y se quedó, de eso ya hace algunos años. Come todo lo que le dan, que no es poco, y duerme en la casa de pisos. Allí le pusieron una manta en el portal y pasa sus noches. Si hablara, es a él a quien habría que preguntarle todo.

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