La esquina más oscura

La esquina más oscura

Andrés Figari

09/01/2019

Guille nunca había caminado por ese barrio por lo que cada cuadra era un descubrimiento. Él no era extraño al vagabundeo nocturno, de hecho era una de sus actividades favoritas. Pero siendo de una familia de clase media y de un barrio de “gente de bien”, se sentía inquieto recorriendo las calles de esta zona marginal de la ciudad.

El Pelado era su amigo y quería “pegar una bochita” para festejar su cumpleaños que sería el día siguiente. Si bien la misión parecía peligrosa, el Pelado le aseguró que ya conocía “la boca” y ya había conseguido allí varias veces, por lo que no había de que preocuparse. Sin embargo, mientras más se adentraban en los oscuros callejones más dudaba de su sabiduría callejera, y de la de su amigo.

En una esquina en la que se cruzaban dos calles desconocidas y a tres cuadras de la avenida más cercana, y de la luz del gas mercurio, el Pelado le dijo que lo esperara. Guille lo vio caminar unos veinte metros, abrir un pequeño portón y entrar a un predio del que solo podía ver su bajo muro de bloque al frente.

Allí esperó solo, en silencio y en la oscuridad apoyado sobre la cortina metálica de un viejo comercio abandonado.

El tiempo parecía congelado y su inquietud fue dando paso al temor, como humo filtrándose lentamente por debajo de la puerta de su coraje. No se atrevía a mirar el teléfono, no quería emitir ni un fotón que pudiera delatarlo y exponerlo. De repente notó que movía su pierna derecha en un frenético temblequeo y se contuvo. “Dale hijo de puta” pensó y sin notarlo su pierna volvió a vibrar.

Escuchó pasos apresurados y antes que pudiera voltearse vio pasar a su amigo en una carrera desesperada. ¡Pam! ¡Pam! Los disparos le sonaron tan claros como si hubiese sido él mismo apretando el gatillo. Si hasta ese momento su miedo era humo, ahora era una armadura de hielo que le impedía moverse.

Si acaso respiraba era solo porque es un reflejo involuntario. No entendía, ni siquiera pensaba, solo sentía miedo.

Dos jóvenes con camisetas deslucidas y estiradas y calzado deportivo nuevo aparecieron trotando a su costado. Detrás de ellos un tercero caminaba con una pistola negra en la mano. Él fue quién notó su presencia.

-¿Vos quién sos? ¿Estabas con ese pichi de mierda?- le preguntó mientras avanzaba hacia él y apuntándole por un instante con el arma.

-Yo… Guille… No eh…- Guillermo intentaba encontrar palabras pero su cerebro parecía empeñado en negarle cualquier claridad.

-¿No? ¿Entonces que hacés acá? Vos no sos del barrio- le preguntó aún en tono calmo y le acerco tanto el rostro al suyo que sentía sus exhalaciones.

Tirale! Es la puta del Pelado– dijo uno de los jóvenes que ya había regresado. -Ya mataste al otro. Mata a este que sino va con los milicos.-

Al escucharlo Guillermo sintió un profundo dolor. Habían matado a su amigo, ¿cómo podía ser?, y ahora iban a matarlo a él.

-No, pará– dijo el hombre. -Capaz vino a pagar lo que debe el pichi-

-¡Si! Yo te pago- dijo Guillermo desesperado. -Voy a buscar plata y…

-¿Que buscar? ¡Ahora! ¿Tenés la plata?- dijo el hombre con una leve risa áspera.

-Eh… no sé. Algo tengo.- sacó su billetera del bolsillo de su pantalón con dificultad. Ahora temblaba de pies a cabeza.

El hombre le sacó bruscamente la billetera, sacó el dinero y la continuó revisando. -Esto no da para nada. ¿Sabés cuanto debe tu amigo? Diez palos, ¿qué hago con esta mierda?- Luego de ver cada compartimento sacó una tarjeta y le devolvió la billetera golpeándolo con ella en el pecho.

-Dale tirale, ya fue- volvió a reclamar el joven.

El hombre volvió a acercar su rostro al de Guillermo y esta vez levantó la oscura pistola y la apoyó contra la sien del aterrado extranjero. -Ya sé quién sos- le dijo en voz baja pero clara como la luz de la mañana. -Si vas con los botones…- empujó un poco más la pistola contra su cráneo. -…te exploto la cabeza.

El hombre bajó el arma, dio media vuelta y se fue. Junto a él fue el joven que clamaba por su muerte. Cuando se perdieron de vista Guillermo notó al otro joven, el que había pasado pero nunca vio volver y que había quedado al margen de su aterradora conversación.

Se acercó, lo tomó por los hombros y con un movimiento rápido, fuerte y preciso le quitó su campera “Levi´s”, haciéndolo rotar en el proceso. –Tenés suerte guacho. Ahora corré.- y le dio una patada desde detrás. -¡Corré!

Y Guillermo corrió, en linea recta y tan rápido como pudo por varias cuadras. Sin embargo nunca encontró la avenida iluminada. No sabía donde estaba y no podía recordar en que sentido había huido.

Finalmente encontró el amplio bulevar que atravesaba la ciudad. Aún sintiéndose un poco más cerca de su hogar siguió corriendo. Sus mejillas estaban húmedas, no lo había notado pero estaba llorando. Su amigo estaba muerto tirado en alguna vereda y él no había muerto solo Dios sabe por qué.

Habría corrido otras diez cuadras cuando por la calzada contraria le pareció ver un espejismo.

El Pelado caminaba en su mismo sentido. Atónito cruzó el bulevar sin dejar de correr y tomó al falopero por el hombro.

El Pelado dio un salto nervioso y al verlo se relajó. -¡Guille! ¿Donde estabas? No sabes lo que me pasó.- le dijo.

Guillermo contestó con un fuerte puñetazo en la boca que le cortó uno de sus nudillos. El Pelado cayó de espaldas, ensangrentado y allí lo dejó.

Guille finalmente llegó a su casa y luego de un par de días pudo conciliar el sueño. Nunca volvió a aquél barrio, ni supo nada del hombre que tuvo su vida en su dedo índice. Tampoco supo nada del Pelado, ni quiso saber. Para él aquella noche, su amigo había muerto.

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