​COMPÁS DE RUTINA

​COMPÁS DE RUTINA

La maga

11/03/2019

Hoy decidí mutilar al tiempo. Descontracturarlo, volverlo efímero, mortal; no renovable.Sólo testigo.

Tras años de no levantar la vista al deslizarme por una calle que conocía todos mis rincones y no mi ser los suyos,determiné erguir el cuello. Algo que se pierde con el trote incurable del tiempo, vuelve a encontrarse cuando dejaron de recitar los segundos.

Hoymiré por vez primera a la época que me rodeaba. Poralguna razón, que sólo el universo sabrá, sus elementos fueron víctimas del puro acostumbramiento.

Pasos. Los míos, de otros. Vecinos.Conocidos.Transeúntes. Semblante abstracto. Reflejo de paz, preocupación matutina. Expresión de alerta, reinado interior. Ojos tristes, pupilas dilatadas.

Variedad. Diferencias, exactitudes, cotidianeidad. Rudeza. Cambios. Pasos. Me apuro, pero comienzo a pensar. ¿Qué me apura?

Y entonces los párpados se van despertando. Sí, estuve ciego. Quieren gritar mis pupilas y rodar mis ojos. Quiere mi cuerpo procesar de forma unánime todos los sentidos.

Pasos. Mi mente va limpiando el polvo que la indiferencia como cómplice guardó. Reconozco que soy una víctima de la rutina, tan víctima como las mismas sombras que pueblan la calle. La rutina se repite como una película en blanco y negro quenoaprendió a retroceder aún.

Se reproduce como la insistencia disfrazada de miedo. Como una palabra que no logró ser escuchada y confunde al esbozo siguiente. Como una lágrima que no llegó al suelo por esconderse en el pliegue de la expresión reprimida; la misma que suele contener la viuda de la primer casa que no pudo terminar de pintar.

Como los minutos que tarda el vecino del chalet naranja en leer el diario, un tanto más que el perro de la familia de la esquina en escaparse de nuevo. Pero no tanto como yo en tomar el té (todavía acostado en la planta alta).

Se repite como una carcajada que se olvidó en la oscuridad y que el niño huérfano del piso seis no volviónunca a encontrar. Renace como un recuerdo que amó ser vivido para ganarse un lugar en el segundo final de existencia; seguro la abuela de la planta baja sabe de eso.

Insiste como un reto de alguien que teme no volverte a cruzar. Se escapa como una hoja que busca la luz en un bosque, como el amante de la joven de al lado que se descuidó por vez primera. Aflora como la conciencia cuando la despierta el hartazgo y estalla como el adolescente que cambió de apellido anoche.

Se reinventa y busca su lugar en el universo, así como los nuevos vecinos presentaron a su bebé sietemesino. Camina como yo por la calle. Encuentra los retazos de existencia que estimulan el saberse vivo.

Cada sonido y elemento conviven con mi memoria. Ella se agita y dice tener un lugar privilegiado.

En ese instante.

En el segundo que de forma sincera uno desafía la naturaleza de la vida diaria, de la repetición amarga de Segundo minuto y hora, su acumulación imparable de días, semanas que crecen hasta meses, que evocan en años y finalizan en siglos. Que suspiran como centenarios y se reciclan en una línea de tiempo perenne.

En ese punto perpetuo que duele, pero puede sanar si quiere. En ese hallazgo, la utilidad del reloj se mutila y sólo corren los pensamientos. Sólo cuentan las palabras pensadas, las creencias, los ritos al cielo, sólo rige el efecto colateral de quebrar las leyes de la rutina.

La calle finita al poblarse de almas. Infinita en soledad, perdurable por la noche.

Esesendero conoce el sonido que el humano desconoce. Ese crepitar de voces simultáneas que suelen narrar historiasparalelas hasta que se revelan y producen el choque de algunas historias.

Pasos. Propios, forasteros. Vecinos.Conocidos.Transeúntes. Obligaciones. Caminata por placer. Hilos que los conducen. Seres ajenos. Familiares de costumbre. Familia por voto.

Una señora que fue niña camina despacio, muy despacio y lleva consigo una bolsa de frutas y verduras. Pasa a mi lado un señor que fue soldado. Desfila por el sendero opuesto una embarazada. Pareciera unirse a la calle una adolescente sumida en un mundo virtual. Pasa una moto impaciente y un auto tranquilo.

Un hombre levantando un diario arrugado de la baldosa gris. Una llave encontrándose por milésima vez con una cerradura. Un perro oliendo la basura que una anciana iba descubriendo.

Un secreto siendo revelado en un oído que no seguiría el pedido. Una cortina impidiendo la amistad del frío interno con el rayo otoñal. Un semáforo cambiando de color a favor de quien maneja.

Un joven sonriéndole al celular y esquivando con vergüenza el poste que casi lo despierta, pero sigue dormido. Una joven destapando una botella para un infante que rasca su nariz. Un papel que cae al suelo y se acumula con otros.

Un pimpollo brillando luego de la tormenta de ayer y estando a punto de hacer estallar sus pétalos. Una mariposa abandonando su capullo. Una fuente rebalsándose. Un timbre alertando a la soledad de la casa. Llegó tarde. Una cámara y el instante preciso en el cual la ciudad se precipita como una bestia.

Esa flor podría ser una hoja para ella. Esa gota podría ser un grano de arena para él. Esa indiferencia podría ser naturaleza para vos.

Hoy miré la calle. La sombra de la urbe contaminada. La sensación novata e ingenua de querer transfórmala en vano. En el segundo que el tiempo durmió, encontré el punto común en la rutina de los peatones.

La calle, esa calle que no es más que una hija perdida de la ciudad , un fragmento tumultuoso, solitario de la disyuntiva que golpea a la inmensidad de compases. Nunca sabrás si los ojos foráneos meditan de la misma forma. Forma abstracta que reúne a los pasos. Sólo sabés que saliste temprano por la mañana.

La calle, esa. Esa que es testigo de un mundo inmenso que se fragmenta y aflora como una infinidad de compases.

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