EL PARAGUAS
El día estaba lluvioso (suerte que llevaba paraguas…), y aquella maldita parada de
autobús no tenía marquesina. No había nadie en ella. Una chica presurosa llegaba a la parada.
¿Presurosa? ¿Para qué…? la parada no tenía marquesina y la lluvia cada vez era más fuerte.
Con mi paraguas me creía el rey del mundo .
Al llegar a mi altura, la chica se paró y miró el tiempo que aún faltaba para la llegada
del autobús:
-Doce minutos… ¡Por Dios, doce minutos con la que está cayendo!
Conocía a esta chica de verla por el barrio, y también alguna que otra vez en el
autobús.
Ella, con medido pudor, se puso a un metro de mí. Era la segunda de la fila después del
chico del paraguas (o sea, yo). Pensé en ofrecerle cubrirse con mi paraguas, pues era lo
suficientemente grande para resguardar a ambos de la lluvia, aunque lo normal sería que ella rechazara mi proposición.
Todavía faltaban diez minutos para que el ansiado autobús llegase, sin contar con que
aquella dichosa lluvia no lo retrasara más.
Me empecé a decir a mí mismo: “¿Sabes qué te digo? Que esta chica es muy mona… y
además…yo sólo intento ser amable… No creo que ella piense mal de mí… ¿Se lo digo o me estoy calladito?…Mejor no decirle nada, no vaya a pensar lo que no es. Aunque pensándolo bien… creo que debería decirle que en mi paraguas sobra sitio…”
Y ese dichoso autobús que no llegaba. Y la chica cada vez más empapada. Y yo seguía
diciéndome: “Creo que lo mejor es, dado que el autobús sigue sin llegar, ofrecerle cubrirse con mi paraguas. Allá voy…”. Y justo cuando ya estaba decidido…
– Disculpa, me estoy calando… ¿te importaría que me pusiera bajo tu paraguas mientras
llega el autobús?.
– Claro que sí…disculpa que no te lo haya ofrecido yo antes.
Y así empezó todo…

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