Un recuento sobre lo que mi memoria alberga

Un recuento sobre lo que mi memoria alberga

Adriana Rada

10/12/2017

Te contaré mi historia, mis experiencias y mis recuerdos. Viajarás conmigo a través del tiempo y te mostraré lo que mis ojos en su momento vieron.

Me encontraba rodeada por las cuatro paredes que constituyen mi cuarto. La puerta estaba cerrada, me senté al borde de la cama y medité. La luz tenue de una lamparita ubicada en la mesa de noche me distraía evitando que surgiera pensamiento alguno. Mi mente era sinónimo de nieve. No lograba conciliar el sueño y pasé largas horas ahí sentada, contemplando el techo, el piso, la parte trasera de la puerta y la ventana. Así que pensé ¿quién soy?

Scarlett Michelle Linares Magallanes, fue el nombre que me dieron al momento de respirar por primera vez este mundo, mundo que me concebiría el honor de presentarme a Caracas un doce de julio del 95.

Mis raíces son dudosas y se alimentan de una historia que cruza la línea entre lo ficticio y lo real. Cinco de mis primeros meses de vida fueron inciertos, así como mis recuerdos. A los seis meses fui abandonada en una guardería en la ciudad que me vio nacer. Las autoridades -que lo único que sabían sobre mí era lo que yo sobre ellos- se hicieron cargo del caso, otorgándome una partida de nacimiento provisional con el nombre de Adriana Alejandra y prosiguieron a darme en adopción. No pasó mucho tiempo – quizás un mes- hasta que conocí a mis padres.

Al principio éramos nosotros tres contra el mundo. No necesitábamos más nada ni a nadie, nuestra felicidad era tal que veíamos la belleza en cada una de las vicisitudes. No obstante, al cumplir tres años fue inevitable desear una hermanita. Mi mamá, tras exhaustos intentos y no poder concebir bebés, consideraba acudir una vez más a la adopción, aunque, para su sorpresa, en el instante en el que pedí mi preciado deseo, ella ya estaba embaraza. Llámenlo coincidencia o llámenlo suerte, yo lo considero un milagro.

El día más feliz de mi vida tiene fecha, fue un treinta de enero del 99. Recuerdo cómo la emoción, euforia, curiosidad y la alegría danzaban conmigo, mientras que, con cautela, me convertían en una marioneta cuyas cuerdas guiaban al son de la canción. Las horas eran caracoles mágicos que disfrutaban de su potestad al ralentizar el tiempo creando la ilusión de parálisis perpetua. ¡Ya nació! Dos palabras yuxtapuestas a un sin fin de sentimientos. Mis lágrimas, sin avisar y sin pedir permiso, recorrían su dulce cauce, mientras que mis ojos no podían dejar de contemplar aquél ser humano tan pequeño y tan hermoso. Nunca había visto igual pureza de cristal, todo parecía mágico y yo, aun siendo tan pequeña, ya la amaba y sabía que la amaría siempre.

Mi hermana era la pieza que faltaba. El preciado mundo de tres pasó a ser de cuatro, ahora tenía cuatro razones para seguir siendo feliz.

Recuerdo mi quinto cumpleaños tan vívidamente que puedo respirar las emociones de ese entonces. Cuando la puerta de mi casa se abrió y vi entrar aquél individuo de pelaje albino sentí que se me saldría el corazón del pecho. Contemplé cómo su nariz azabache, en forma de botón, recorría con recelo el lugar mientras su mota de algodón se agitaba anunciando euforia. Decidí otorgarle el nombre Linda a la bóxer con el poder de dibujar sonrisas en los rostros más amargos.

Cuando comencé la escuela, por alguna extraña razón nunca logré encajar, no conseguí hacer amigos y la mayor parte del tiempo estaba sola. Recuerdo que me esforzaba y pedía entre gritos mudos alguien con quien jugar. Mi salón de clases se ajustaba a la cantidad de alumnos que había, pero, a pesar del hecho de ser tan pocos, no logré adaptarme. El colegio era notoriamente grande; tenía dos patios, una cancha y un parque. Solía ocupar el tiempo libre recorriendo sus rincones e imaginándome historias fantásticas. A veces, hablaba con las hormigas, las mariposas y las flores. En una de mis andanzas me percaté de que un perrito, fácilmente confundible con un ángel, también se había sumado a mis aventuras diurnas. De forma simultánea adquirimos el hábito de compartir nuestro tiempo, ya no estaba sola.

Desde el momento en que conocí a mi ángel los años que permanecí ahí se volvieron coloridos y alegres. Sin embargo, pasado un año fue inevitable el cambio de colegio. Me decía a mí misma que esta vez no »cometería errores» y que no me harían falta los animales para hacer amigos, aunque una voz en mi interior sutilmente susurraba que algo no estaba bien conmigo, no obstante, nunca comprendí qué era. Supongo que solía prestarle atención a cosas que los niños, a esa edad, no suelen notar -qué desgracia hubiese sido si no- nuevamente no logré encajar así que comencé a escribir.

Me convertí en amiga del tiempo y disfruté de los minutos que lo acompañaban, forjé un cofrecito de recuerdos en las profundidades de mi memoria para visualizarlos a mi antojo cuando los necesitara, cuando me perdiera a mi misma y cuando no encontrara un sentido a mi razón de ser.

Hoy puedo decir que los caminos por los que me ha llevado el destino no han dejado de sorprenderme, han tomado forma de laberintos simulando no tener salida, me han manipulado a su antojo, pero también me han mostrado la luz brindándome esperanza. Sé quién soy y no por el hecho de que mis apellidos y mi nombre estén plasmados en un papel, soy quien soy porque he vivido, he aprendido, he crecido, he amado, he añorado, y lo seguiré haciendo.

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