Hasta hoy Montevideo fue una foto de mi mamá: la imagen la muestra en plano medio, ella mira de perfil y sonríe. Está en el centro de la imagen, con un saquito negro, una cartera en la mano y el pelo carré. Es uno de los pocos registros que existen de la corta vida conyugal que compartió con mi papá. En la foto, mi mamá está embarazada de mí. Y mi papá es el fotógrafo.
Es la primera vez que visito Montevideo, viajo con Martín, un amigo que aceptó ayudarme en la empresa de encontrar el lugar donde fue tomada, y reproducirla.
Detrás del cuerpo de mi mamá se ve un escudo de cemento que forma parte de un monumento. Se lee, a lo largo de los laterales, “Con libertad ni ofendo ni temo”. Le digo a Martín que creo que es una frase artiguista, artiguista como mi papá, que no sería raro, y entonces vamos a la plaza del prócer. Pero no, no encontramos nada parecido. Preguntamos a unas señoras si reconocen el lugar de la imagen y nos indican cómo llegar a la Plaza Zabala, a cinco cuadras de donde estamos.
El perímetro de la plaza altera el damero de tal forma que pareciera que está incrustada en la Ciudad Vieja. Las calles topan en la plaza, ahí terminan, o ahí empiezan. Miro la foto y pienso en mi mamá. Después de atravesar la reja que dibuja el perímetro nos adentramos en una arboleda de palmeras y eucaliptus. Hay faroles, bancos de madera y caminos con piedritas de ladrillo. Al centro, la estatua de Zabala a caballo. Para acceder al escudo hay que trepar levemente por los juegos decorativos que dispuso el arquitecto.
Martín no entiende mi apuro ni mi ansiedad, pero me asiste sin cuestionar nada y resuelve el montaje fotográfico con la fidelidad de un soldado. “Subí un poco más”, “ponete más acá”, “mirá hacia allá”, me indica, sosteniendo en una mano la foto original y en la otra mi cámara.
Intento, en vano, sonreír como mi mamá, mirar como mi mamá, imaginar lo que pudo haber pensado ella, embarazada de mí, enamorada de mi papá, en una plaza de Montevideo a mediados de los 80’s. Los imagino a ellos, jóvenes y frescos, intentando hacer la foto que Martín tiene en su mano izquierda: “Más acá”, “más allá”, “mirame a mí”, “no, mejor mirá el árbol”. Un joven médico devoto de la historia fotografiando a una estudiante de historia, perpetuando en una imagen el origen más remoto de mi propia historia. Una redundancia. Una redundancia de todo lo que vendría luego.
El juego termina: Me bajo del pedestal y veo en la pantallita de la cámara las fotos que Martín sacó. Nos disponemos a partir y recurrimos nuevamente al mapa. Estamos en la zona del puerto y vamos hacia el río. “Con libertad, ni ofendo, ni temo” se lee en la foto detrás de mi mamá, en la foto detrás de mí. A veces, el amor y la historia son redundantes.
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