Una vertiginosa sensación de caída libre me despierta de forma abrupta.

Presa de la confusión y tratando de recuperar el aliento, permanezco tumbada un rato.

Estoy tensa, entumecida. Al mirar el cielo, extrañamente quieto, me pierdo un instante en los rayos del sol que apenas se transparentan entre la neblina.

De repente, el eco sordo de una sospecha asciende de las profundidades de mi mente y consigue llamar mi atención.

«¿Dónde estoy?»

Alarmada, me levanto del fondo de algún agujero en el que huele a tierra y al dulzón aroma que desprenden las flores marchitas; sobre un fardo de escombros que soy incapaz de ver, a causa de una espesa niebla que lo oculta todo.

Sin dilación comienzo a caminar de vuelta a casa, enfadada conmigo misma porque, a pesar del terror que debería sentir al no saber qué me ha pasado, solo puedo pensar en ti, mamá. Ni esta amnesia me hace olvidar el miedo que siento al imaginar el momento en el que deba enfrentarte; explicarte por qué no volví a casa a la hora estipulada.

Quizá sea ese el motivo por el que incluso la hierba escarchada se me enreda en los pies como si quisiera frenar mi regreso.

Me debato entre la tristeza y la cobardía al imaginarte esperándome en la puerta de entrada con una fría mirada de desprecio. Ojalá volvieras a mirarme como cuando era niña; justo como lo hacías antes de que la paranoia te hiciera su prisionera y te convirtiera en una extraña.

Desde entonces, te temo.

Lo entenderías si pudieras sentir la opresión que ahora mismo me inunda el pecho y me sacude la mente, haciendo que muchos de los recuerdos que tanto odio y procuro contener, salten como tostadas quemadas nada más ver la fachada de nuestra casa.

Qué ironía, no puedo acordarme de lo que me ha sucedido hace unas pocas horas y, sin embargo, como si fuera ahora, aún creo verte envuelta en aquel vestido azul ese último verano en el que todavía eras normal, y el viento tan cálido como tus palabras.

En ese tiempo aún no había comenzado tu obsesión a que no fuera perfecta.

Fue antes de aquel primer y largo encierro con el que pretendías impedirme salir porque había empezado a escapar de tus manos y no me dejaba retener; incluso antes de que papá comenzara a desaparecer para irse a beber porque ya no te aguantaba; de las reiteradas peleas subidas de tono entre ambas; de la muerte de papá.

Por eso, entro a escondidas por la ventana entreabierta de la cocina y subo en silencio las escaleras que llevan a tu cuarto; saboreando un amargo déjà vu, porque sé lo que me espera: me dirás que he vuelto a defraudarte y me echarás la culpa de tu sufrimiento.

Es extraño pero ahora, mientras avanzo mirando la pared llena de viejas fotografías nuestras, observo incrédula una vida en la que también hubo momentos hermosos.

¿Cómo me pudo pasar desapercibida esa mirada tuya? La que yo recuerdo es la de la dura imposición y sin embargo, en este momento, veo algo muy distinto a través de ella.

De repente, tengo la terrible sensación de que he estado conservando una distorsionada imagen tuya que me ha impedido conocerte.

Ahora me doy cuenta de que a tu manera, me quieres.

Mi cuerpo aterido parece templarse al contemplarlas, hasta que una culpa desgarradora me corta la respiración al ver esa marca de la pared.

Recuerdo aquella noche: también me mirabas de esa misma forma a pesar de que te escupí gritos y amenazas cuando, aún engañada por la sombra que mi mente forjó y a la que le puso tu cara, quise destruir estas paredes que me apestaban a ti, y se me parte el alma.

Cuánto me arrepiento ahora; cuánto me gustaría decir que no pensé en el dolor que ibas a sentir cuando te lancé aquella fotografía de papá con el fin de romperla, pero mentiría. Sí lo pensé, pero me dio igual porque en realidad quería hacerte daño.

Qué terrible me parece volver a pensar en el momento en el que corrí a mi habitación y me senté sobre el alféizar de la ventana solo para poder odiarte con libertad, y mientras el viento me secaba las lágrimas producto de la rabia, llegara a plantearme seriamente la idea de la venganza.

Sí, la he recordado tan bien que de repente he sentido como un escalofrío ha convertido mi tristeza en pánico: ¿Podría ser cierto que tras aquel pensamiento escuchara tus gritos de terror detrás de mí?

Es imposible pero… parece un recuerdo tan real, que me veo incapaz de ignorar la voz de la sospecha susurrándome desde las profundidades de mi mente, que esa vertiginosa sensación de caída libre y la brisa helada de mi sueño, bien podrían haber ocurrido.

Cierro los ojos para alejarme de todo eso y los abro de nuevo con el fin de acercarme a tu puerta, decidida a cambiar. Pero cuando entro y te veo sentada en tu sillón con el rostro pálido y de tu mirada vacía asciende un grito sordo que brama de pena, siento como si una helada negra me arrancara la vida que ahora ya sé que no tengo.

Temblando camino hacia ti, muy despacio, bajo esa mirada tuya que he empezado a sentir ahora que ya no puedes verme. Aquí estoy, ansiosa por tocarte la mejilla; «te quiero»; pero me es imposible, ahora que me muero por hacerlo, mi mano ha comenzado a desvanecerse.

Fin.

Fotografía de la autora.

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