I
¿Sabes que papá…?
No olvidaré que meciste mi cuna
en la zozobra de las noches tenebrosas;
acunándome entre tus brazos;
impávido me tranquilizastes
para que pudiera dormir.
Antes de que estos recuerdos
se desvanescan con el tiempo,
quisiera escribirlos.
No ha sido de mi gusto hablar de mi padre: primero, porque recordarlo me produce nostalgia y sentimiento; segundo, porque de hacerlo, siento que en algo estoy faltando a su memoria. Me estremece el solo hecho de mencionar su nombre; para mí, es como profanar su descanso eterno.
II
¡Cómo olvidar sus sabios consejos fluyendo ingentes,
del docto crisol trasparente de tu sabiduría innata!
Tenaz e incansable fuiste ejemplo en mi infancia y pubertad.
Hoy siguen sólidas y convergentes tus enseñanzas
ondeando cual invencibles estandartes
indisolubles de tu memoria a través del tiempo.
Entre la bruma de los años acumulándose sin compasión en los almanaques, tengo presente muchos cuadros de mi infancia siendo «yo» el protagonista junto a mis padres. Hoy para conformidad de mi cambiante interior, me conformo con creer que veo su semblanza ondear por el mundo como un estandarte de amor y ejemplo.
III
No olvidaré que tus manos labraron tierras áridas;
volviéndolas fértiles para esparcir la semilla…
Estuviste firme en tus propósitos pese a las durezas de la vida;
fuiste fuerte contra la fatalidad por eso cosecharon a granel…
A la vida sonreíste a pesar de tus enojos y congojas
e hiciste que en casa, nunca faltara amor; pan y esperanza.
Hay noches que percibo su espíritu flotar taciturno en mi alcoba, velando mi sueño hasta el amanecer… Luego, siento que se aleja… que se va ¡lejos…muy lejos! ¿Quién sabe a dónde? con la oscuridad. Cuando despierto; el sol a invadido mi cuarto. Me levanto ¡eufórico! abro la ventana y oteo la lejanía del cielo azul buscando una señal. Pero nada… aquella sensación es una efímera ilusión…Vuelvo a mi lecho desconsolado… y escucho el cantico de las aves matutinas responder a mi tristeza «el alma de los muertos no muere, sino que vuelve al universo».
IV
¡Nunca olvidaré papa, quien fuiste!
A Dios, le debo esa galanura de haber sido mi progenitor;
mi maestro y guía; aquel quién cincelo la burda roca de mi ego.
Tu existencia fue para mí como el encino frondoso,
de hojas verdes tornasoladas, plantado sobre fuertes raíces;
bajo la sombra de su enramada me salvaguardé
cuando el peligro me acechaba.
La década de los 60s fue una época de grandes sucesos y cambios transcendentales a nivel tecnológico y cultural para mi país y el mundo. En Medellín Colombia, surgió el «Nadaismo» un movimiento literario, filosófico, artístico y social; algo semejante ocurría en Estados Unidos, «El hippismo» movimiento juvenil antibelicista con la consigna «paz y amor» en vez de la guerra; caracterizándose por la anarquía no violenta, la preocupación por el medio ambiente y el rechazo al materialismo occidental.
En Colombia un jueves 22 de agosto de 1968, el cardenal Giovanni Battista Montini, el papa Pablo VI, llegó a Bogotá. Fue el primer pontífice que visitaba a un país latinoamericano; donde un día arcano comenzó a añadirse la altura de la Cruz sobre las cimas andinas, y, en los viejos caminos de los chibchas […] empezaba a dibujarse la silueta de Cristo.
En lo científico EE. UU, el 20 de julio de 1969, después de múltiples fracasos concreta un hito en la historia de la humanidad. Apolo 11 coloca exitosamente al hombre en la luna; su bandera ondeaba por primera vez en territorio selenita. Este era un sueño que ya lo había hecho realidad en la imaginación prolífera del escritor francés “Julio Verne».
Mi madre después de superar intensos trámites y papeleos, lograba por fin matricularme a «primero de primaria» en la escuela «Santo Domingo» (no había preparatorios, pre kínder ni kínder) y a su encomiable esfuerzo también le sumaba, el gasto de sus ahorros en la compra de uniformes, útiles escolares y libros enlistados.
V
¡Cómo olvidar la turbación que sentí
De la mano me acercaste a la escuela
aquella mañana.
Me sentí extraño luciendo el uniforme:
camisa blanca, saco gris,
y pantalón negro.
Me estrechaban
los zapatos nuevos
cuando caminaba
con mi bagaje a la espalda
de libros, cuadernos y
El alba de un 3 de febrero de 1961, apenas comenzaba a despuntar en el vasto horizonte… hacía mucho frio. La voz de mi padre quedamente me despertó ¡hijo, es hora de levantarse!… ¡la ducha está desocupada!… ¡hoy tienes que ir a la escuela! Amodorrado salté de la cama y a trompicones entré a la ducha… abrí la regadera… y el impacto del agua fría mojando mi cuerpo aún caliente, hizo que gritara de horror… Ese momento, era la misma hora de todos los días, en que mi progenitor salía de la casa a la empresa de Abastecimientos, donde trabajaba como «Mecánico”… Mi madre trajinaba hacendosa en la cocina con los preparativos del desayuno…Después de un rato, estábamos los tres en el comedor desayunando “changua caballuna con cilantro» «café negro» «panecillos de sal» y » queso».
VI
Pero un día, ese corazón benefactor se marchó sin remilgos.
Y aquel que amo sin pedir; complació sin dudar; riño sin oprimir;
yace yerto sobre su última morada de azucenas blancas.
¿Sabes que papá…?
Aunque de las sombras se asome la adversidad,
sé que tu luz propia brillará más
que el dolor que canta con desilusión tu partida.
¡No me acostumbraré a tu ausencia mientras viva!
De esa época a la fecha han transcurrido muchos años. ¡Nunca olvidaré el primer día de clases! ¡todo fue tan divertido!… La escuela, el aula, los profesores, el aprendizaje, mis compañeros y tantas cosas bellas…Él era único en su condición…, un ser humano dechado de virtudes, un «Ángel guardián». En mi memoria prevalecen sus valores y enseñanzas que han sido báculo formador de mi carácter. Siempre lo llevaré conmigo como un libro abierto, como una marca innata.
¡Te quiero mucho papá!
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