Ayer falleció el abuelo.

El llanto de mi mujer al otro lado de la piscina fue suficiente para comprender que no había logrado salir de la Unidad de Cuidados Intensivos. Al momento llegaron mis niños y abrazaron a su madre soltando las tres almas un llanto lastimero que aún ahora retumba en mi mente y estremece mi ser. Despedir al jardinero fue mi primera acción, «la procesión se lleva por dentro… la ropa sucia se lava en casa» son las palabras de mi madre que resuenan en mi cabeza y por ello no debe haber extraños participando de nuestro dolor, el sentimiento egoísta aflora y no deseaba que hubiera testigos de nuestra angustiosa manifestación de pesar.

Arreglarnos con premura y en silencio con los ojos rojos por el llanto y la mente con sucesivos recuerdos de un ser de sonrisa perpetua y mirada complaciente, fue cosa de un instante.

Arribar a la clínica fue como intensificar el ambiente dolorido que vivían todos los familiares allí presurosamente reunidos, y cada llegada era como un choque de energía que revitalizaba los sollozos y aumentaba los abrazos cargados de impotencia ante la partida del patriarca de la familia.

La pena ajena, poco a poco se iba convirtiendo en propia, la natural empatía iba ganando terreno con cada muestra de la pérdida acaecida, el alma de los reunidos estaba luctuosa y los sentimientos eran tan fuertes que se podía sentir como si se materializaran y me rodearan en un asfixiante ahogo de pesar.

Hoy

Allí está el ataúd. Allí yace el cuerpo inerte, en contados momentos lo llevaran a su morada perpetua; el ciclo se ha cerrado y lo que había de ser fue. Su legado es su descendencia y la iglesia que ayudó junto con sus feligreses a construir, un patrimonio inmaterial que ha venido a rendir tributo y un sentido pésame a ese señor que creyó firmemente que con lo escrito en la Biblia y mucha fe se podía construir familia.

Fueron 37 años en los que se dedicó en cuerpo y alma a su labor pastoral, en ese tiempo pudo construir 4 feligresías con sus iglesias; para él, era más importante sus parroquianos que el edificio dónde se congregaban; ahora, aquí, se observan no menos de 300 almas que unidas en un sentimiento común se encuentran para despedir quien otrora les mostrara la senda que en este momento recorren.

Ahora

Ya la ceremonia ha concluido. Allá, atrás, hoy dormirá por primera vez en soledad.

Aquí, repartido entre todos aquellos que fueron tocados por el abuelo, su recuerdo vive, y ese recuerdo, y esas enseñanzas, habrán de permanecer y fructificar. El natural desasosiego irá disminuyendo con el paso del tiempo pero no por eso desaparecerá, todo lo contrario, la semilla sembrada ya hace rato ha germinado, y se manifiesta fuerte y saludable. La familia en determinado momento dispersa, hace fuertes compromisos de honrar el trabajo de toda una vida, de recordar y reforzar lo aprendido, de mejorar lo bueno, de unir la sangre y perpetuar lo legado.

Ayer falleció el abuelo.

Desde hoy vivirá para siempre.

2 de julio de 1956 – 3 de noviembre de 2017

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