Eso, tú aquí, a mi lado, como si fueras de la familia. ¿Qué digo? Si vienes a pelar pimientos, eres de la familia ya, pues sólo faltaba. Y ponte guantes, ¿me oís? Que no se os olviden los guantes, que luego la mancha esa no hay quien la saque, ay, de verdad, se queda ahí metidilla en las grietas de los dedos ¡y no hay manera!
Pues nada, aquí estamos otra vez, eso, tú mírale a Luchi, mira qué limpicos los deja, eso es, las pepitas fuera, los agarras así, como si cogieras una truchica, ja ja, oye, ¡pero qué bien!
Pues nada, aquí estamos, otro año más. Ay… y cómo se le echa en falta todavía, ¿verdad? Bueno, vosotras no sé, pero yo estoy con la prisa metida en el cuerpo para acabar cuanto antes porque de un momento a otro vamos a escuchar el coche de Ulpiano y a tener que mover todo este tinglao para dejarle aparcar en la cochera. Fíjate tú si sabía Ulpiano de pimientos, Cris, tú es que no le conociste, pero mi marido fue el segundo mejor agricultor de España ¿eh? ¡Con premio y todo! ¿Os acordáis? Nos fuimos toda la familia entera allí a Zaragoza a verle en la entrega de premios, en el año 1990, sí, sí, el 90, seguro, y vinieron los abuelos y todo, que oye, un viaje a Zaragoza entonces tampoco era como ahora, ¿eh? Yo creo que había hasta otra carretera distinta que la de ahora, ¿verdad que sí? Sí, Carol, que tuvisteis que parar porque Helen había vomitado y todo, no, no, no era tontería un viaje a Zaragoza por aquel entonces. Pues allí nos fuimos todos, Cris, a verle a mi marido, que no he sentido yo tanto orgullo en la vida, vamos, ¿y la abuela? La abuela llorando como una magdalena, ayyy… qué tiempos.
Pues así estoy, esperando que aparezca aún. Cómo entraba por la puerta, saludaba a todo el mundo, y se iba arriba a darse una ducha, Cris, eso es lo primero que hacía siempre al venir de trabajar, antes de comer y antes de cualquier cosa, porque claro, venía de trabajar del campo y de los invernaderos, y ahí se suda mucho, mucho. Pero maja, ¿tú te crees que en 42 años de casados no le olí yo un mal olor a mi marido? Que te digan mis hijas y mis sobrinas y todo el mundo, que te digan, ¿verdad que tío Ulpiano siempre olía bien? Se te quedaba en la boca el sabor a su colonia si le dabas un beso en la cara, aunque fuera rápido. Perfume, colonia no, eso es, Loewe, que era el que más le gustaba. Todo lo que tocaba olía igual. Era muy presumido, mi marido. No le veías un día mal afeitado, ni despeinado, ni nada, de eso se cuidaba muy mucho.
¿Qué? ¿El rato? Ah, el gato, ay sí, la Linda, esa sí que era la reina de la cochera. Un gato siamés que teníamos, Cris, que le puso mi hija Linda porque pensaba que era una gata y resulta que era gato, pero ya se quedó con el nombre, y como luego lo caparon, ¿verdad? ¡Tampoco importaba mucho, ja ja! Ulpiano se sentaba en el sofá, en casa te digo, ¿eh? No en la cochera, ¡no vayas a pensar! Se sentaba Ulpiano, siempre, siempre, siempre en el mismo sitio, hombre, ¡si hasta tenía la marca del cogote en el respaldo! Y se ponía a la Linda encima de las piernas, eso sí, con un cojín entre el gato y él, para no llenarse de pelos. Y así se dormían los dos, y yo tan contenta, que se decía, por lo menos antes, que los gatos transmitían buena energía a las personas que tenían cerca. Bah, tantas cosas se dicen… Lo que yo sé es que Ulpiano se dormía tan a gusto con el calorcico de la Linda, que no le hacía falta ni manta ni nada, ni siquiera en invierno.
Pero bueno, ¡pero qué rápido vamos! Claro, es que somos, a ver, una, dos… siete, oye, y todas mujeres, ¡qué pocos hombres se animan a pelar pimientos siempre! Eso sí, luego comer ya comen, ¿eh? Oye, acordaos de guardar un cajón del congelador sólo para los pimientos, que si no luego te sabe todo a pimiento, los hielos y todo, sí, qué asco. Uy, Cris, pues el año que viene ya no te libras. Ya verás qué ricos están, y oye, cuando se los pongas a alguien que vaya a comer a tu casa, les dices que los asaste y pelaste con tus propias manos.
Venga, todas parriba, que he dejado el almuerzo preparado en el comedor, ahora subo yo, termino de limpiar esto y subo. ¡Déjalo ya, mujer! He dicho que subáis a almorzar, hombre, ¡que ahora voy yo! Hala, así me gusta.
Vaya vaya, Ulpianito, tres años van a hacer, y yo que sigo acordándome de ti tanto, y contándoles a todas que aún a veces me parece que vas a aparecer por la puerta, así, haciendo tan poquico ruido como siempre. Ya has visto, ¿no? Han venido unas cuantas a pelar pimientos y hemos ido muy rápido. Pero vaya, ya puede venir el pueblo entero, que sin ti siempre va a estar esto vacío. Y mira que solías estar calladico en reuniones familiares y así, que no has sido tú de llamar la atención ni acaparar las conversaciones, ¿verdad? Pues yo no sé qué harías, chico, pero no podemos dejar de echarte de menos ni un segundo. Y dentro de un par de meses, otras navidades sin ganas de nada, más vale que están los chiquillos para sacarnos un poco la sonrisa, ayyy Ulpiano, si vieses a Ibai, lo grande que está y lo que se te parece. En fin, voy para arriba, que me están esperando.
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