La decisión negra

La decisión negra

kary franco

15/10/2017

El vacío se llenaba con el temblor de las venas, que soplaba hacia dentro el suspiro que se alejaba por el túnel en silencio, solo se alcanzaba a oír gritos que intentaban jalar lo que ya se había ido.

Sostenía la mano manchada, sonreía, miraba la tormenta que cruzaba por sus pestañas, las recogía y se desplazaba su mano derecha descubriendo la verdad al plasmarse encima de su corazón, donde se sentían las palpitaciones culpables admitir la realidad de una situación. No era solo una tormenta más, esta vez si surgió por una razón más poderosa.

Te amo susurraba la abuela, sus manos arrugadas temblaban, mientras trataba de esconder la gravedad del suceso, al cerrar la evidencia del dolor con sus parpados. ¡Es que es tan duro! gritaba él, la abuela dijo todos lo saben, ¡pero la abuela no veía con los ojos en ese momento!, veía con el alma y aun sentía sus pequeñas manitos tocar las de ella, cuando la inocencia invadía la cabeza del nieto querido. Ella se alejaba.

El nieto tenía 17 años. Su madre murió con su nacimiento, el padre al salir del trabajo una bala atravesó su cabeza enviándolo a lo lejos. La suerte se burlaba de Arturo. La abuela era el todo en ese hogar, pero un día fue rechazada en todos los trabajos por la edad. el mañana, se volvía la pregunta del millón, el futuro de Arturo marchito. El barrio rebosaba en niebla, en momentos intensivos, y el hambre hacia fiesta. Y Arturo lo sabía, podía soportar morir de hambre, morir de frío, de tristeza hasta morir por fantasías, pero cuando alguien depende de ti las cosas suelen ser diferentes, porque esa persona va a estar delante de todas, es duro intentar tenerla físicamente con vida, y matarla espiritualmente. Aquí es donde el !que hago¡. aumenta y la inocencia en las calles desfallece, pues la decisión más difícil es tener el poder de elegir de qué manera quieres matar a la persona que más amas.

Arturo lo intentó todo cada piedra levantaba, cada hoja, pero en el camino recto no encontró nada. Por cada peso que se iba era una lágrima que caía, ya que llegaba la deriva a arrasar todo a su paso.

La abuela quería tocar el cielo, Arturo odiaba no poder preguntarse el por qué.

¡Todo está bien decía la abuela! y Arturo pensaba que hasta la abuela mentía por la situación, entonces no sería tan malo pecar en ese momento.

Pero la calidez del chocolate de sueños se reencarnaba en el alma, cada vez que la nostalgia habría el episodio, cuando Arturo era el niño berrinchudo que no se dormía sin una tasa de chocolate tibio, este era el recuerdo de cada noche, en dos corazones que llegaron a llorar juntos por la misma razón, cuando el alma de la abuela se desprendía de su cuerpo en visita de dios.

Esa noche también se había ido del mundo, un alma que un cuchillo penetró al intentar salvar a otro.

Y esa noche la lluvia era más amarga de lo que iba a ser, se rompió el cielo estrellado que solía volar, por encima de los sueños añorantes de Arturo. Era la noche de cenizas que no tenía blanca ninguna tiza.

Ese día Arturo salió de su hogar, dispuesto a hacerlo todo por esa viejita que dejó sentada en su mecedora como siempre. El llevaba el cuchillo de cocinar del hogar, pensó que ella no lo iba a notar debido a la carencia de comida. La abuela se puso a terminar el tejido de un buzo y las tijeras andaban extraviadas, notó inmediatamente la ausencia del cuchillo, y le pidió a dios de todo corazón que le quitara la vida si Arturo quitaba una vida por ella, mientras Arturo le penetraba el cuchillo de la abuela a una mujer en la espalda dejándola fría en agonía, tomo la cartera de esa mujer y dejó dentro de ella el filo que la alejaba del mundo hasta que la ausentó completamente, él corrió hasta llegar a la casa de la abuela, al llegar miró bajo la mecedora y vio las tijeras verdes extraviadas, y el buzo tejido que él le había pedido, anexado con un hilo de lana, que esperaba ser cortado.

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