-¡Agárrate bien Josefina! —Gritó el hombre del sombrero negro, deshaciéndose, con el dorso de la mano de los pequeños granos de arena que se incrustaban entre sus bigotes castaños. — ¡No vaya a ser que te caigas del caballo y don Alfonso se queda viudo antes de casarse!

Iban a galope tendido, como quien escapa de una eminente explosión a contra reloj. Su cómplice, jóven delgado y ágil, le llevaba la ventaja jineteando una hermosa yegua color miel,de cuyo pelaje el sol arrancaba destellos dorados. Sus crines eran batidas con violencia por las ráfagas del viento. Levantaba a su paso grandes nubecillas de polvo.

Sobre el lomo, boca abajo, ella asemejaba un enorme y pesado saco de harina, cuyos extremos sobresalían a ambos costados del negro azabache.Gritaba, pataleaba e insultaba a sus raptores.

-¡¿Quiénes… – tosió – son ustedes?! ¡¿Hacía donde me llevan?!-Tragaba la tierra desprendida por el trote. Se le secó la garganta y carraspeó-¡Contéstenme con un demonio!

– ¡Te vas a casar! – Gruñó el del bigote a manera de respuesta.

-¡Pero yo estoy casada! ¡Soy la señora de Ignacio Rosas! –bramó.

Una vez dejado atrás San Martín, y a los lugareños con machete en mano, que evitaban en vano el secuestro, los jinetes aminoraron la marcha.

A lo lejos, se divisaba él, sentado en una silla mecedora leyendo el periódico. Tan pronto como se percató de la llegada de sus hombres, todavía a distancia, se incorporó de un salto, se quitó el enorme sombrero ranchero, y lo arrojó con violencia al piso.

-¡Joder, bastardos!- Exclamó -¡Me han traído a su madre!¡Yo mandé por la hija! ¡Josefina hija! ¡Inútiles!

Alzó la mano, agitándola una y otra vez, como quien espanta un mosquito, indicando que regresaran por donde habían venido.

Ochenta y cinco años después, me encuentro de cuclillas frente a mi bisabuela Josefina, ella ocupa un lugar en una incómoda y desvencijada silla de ruedas; sus pequeños ojos, otrora grandes y hermosos, apenas se asoman bajo el peso de las arrugas de su frente, entonces me recuerda, cómo una calurosa tarde de Agosto, contando ella con apenas trece años, un hombre desmontó a su madre de un caballo y el otro se dirigió hacia ella. Del resto, solo recuerda arena y nubecillas de polvo.

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