-Ustedes me han martirizaron tanto. Me hablan a un tiempo y yo enloquezco. Enloquecí, lo sé. A ver Madre. Hable usted. ¿Es suya la voz que me descalifica, la que resuena en mi cabeza? ¿Es su voz la que me dice que no lo voy a lograr, que no vale la pena, que bien podría morirme? ¿Desde cuándo se convirtió usted en la voz que habla en mi interior y me pide hacer cosas horrendas?

– Mi mamá muerta cuando yo tenía 14 años. Mis hermanos todos chiquitos, yo la mayor. Que amanecer más triste el de ese lunes 15 de mayo. Recuerdo que era el día de la madre. Y mi mamá muerta, desangrada en su parto número doce. Que tristeza tan horrible, qué orfandad. ¡Mi papá todo loco en el manicomio, se lo habían llevado entre cuatro policías porque quiso quemar la iglesia! Lo único que hay en la vida es sufrimiento

-Ah! Madre solo sabes hablar de penas. Cuando enfermabas y casi morías, decías que la cabeza te estallaba de dolor y no te levantabas por días, decías que éramos una carga muy pesada y que te ibas a largar al monte.

– Dejar nuestra casa, nuestra finca para ir a la de Mamacita, a pasar privaciones, a ver la comida pudriéndose en las alacenas para que nosotros, los hijos de Bernardo no nos llenaramos con ella! Ah! Tanta crueldad de la abuela y de todos los de la casa ¡Y nosotros trabajábamos! las muchachas en la casa, los muchachos en el campo y sin embargo sólo había para nosotros miserias! Ah! Siempre descalzos. Ir por agua al aljibe, con las niguas encarnadas, cada paso, cada tropezón, qué dolor!

– ¿Por qué tiene que salir tan desarreglada? ¿por qué hace fuerza por cada peso que se gasta? ¿Por qué sigue tasando la comida?

– Y luego casarme con Francisco! Para seguir sufriendo!

– Uno tiene el marido que se merece, madre.

– Él me cortejaba a través de mis hermanas, iba a verme a la misa de once, los domingos. Tenía esa estatura de hombre de verdad y esos ojos de sólo querer ver por los míos! Se lo advirtieron, que no se casara conmigo, lo único que dijo fue: “pues si enloquece, igual me hago cargo de ella”. Esa fue su apuesta.

– Y el que se enloqueció fue él.

– Lo de Francisco no fue locura. Lo enyerbaron. Uno que se había quedado queriéndome. Yo fui muy pretendida. Pero la abuela decía que tenía que casarme con un Martínez para que no se dañara la familia. Esa fue su maldición.

– Usted siempre con sus historias de embrujes, demonios y conjuros,

– Yo nunca deje de buscar la cura para Francisco. Todo lo que me dijeron que le servía se lo hice. Cuanto emplasto, cuánta bebida, cuánto menjurje.

– Para mí que usted ha invocado la miseria. Usted, madre mereció todo esto. ¿En que círculo del infierno hemos venido a nacer nosotros?

– No sé desde cuando se ensaño la desgracia con nosotros. Eso viene de tiempo atrás con las penas de mis padres y los padres de ellos, desde la eternidad.

– Yo nací muerta. Me lo dijeron sus sueños. Recuerda esa pesadilla madre ¿cuándo me tenía a mí recién nacida? La de las hormigas que iban hasta su rincón y allí me devoraban ¿Y Usted se despertaba gritando porque las hormigas se habían comido a su niña?

– Cuando nació Jacinto, el mayor, su papá estaba bien. Pero un día sábado apenas llegó con el mercado, quiso volverse al pueblo, porque se le había olvidado no sé qué o a resolver no sé qué asunto y fue ahí donde se encontró con su suerte. Por la tarde me lo trajeron inconsciente, entre varios hombres. Cuando despertó ya nunca volvió a ser el mismo.

– Y en esas nací yo. Para defraudarla. Porque debía ser rubia y de ojos azules. Usted a mí me escogió para que la acompañara hasta el final de sus días y aquí me tiene madre.

– En esas nacieron todos. Mis seis hijos. Mis seis dolores. Y yo que creía que ya había sufrido todo lo que iba a sufrir. El papá se perdía por épocas y cuando volvía me engendraba otro hijo. No podía resistirme. Era eso o morirme. Se ponía violento, venía afilando un cuchillo…

– Y esta vergüenza madre, también arrastramos esta fealdad, esta pobreza, esta manera de echar a perder la vida…

-Pues de niños nunca les faltó qué comer. Eran hermosos. Si hasta me los pedían. Pero a mí nunca se me ocurrió deshacerme de ustedes. Los mantenía bien vestidos con mis costuras. Vendía gelatinas, hacía caramelos rellenos de miel y aguardiente, bordaba, cosía, cuidaba enfermos y parturientas, madrugaba a encender fogones y hacer arepas. Nada les faltó.

– Nos faltó todo madre, nos faltó la vida.

Pues hagan lo suyo, que yo ya hice lo mío. Muéranse o vivan, pero déjenme tranquila.

– Usted es terrible y poderosa, madre. No hay cosa que usted se proponga y que no logre. Usted todo lo hace, usted todo lo puede. Yo le temo y la admiro. Usted me ha sustraído y yo he dejado de ser. Mi voluntad está perdida. Mi cuerpo se ha constreñido hasta casi nada. Por usted he dejado de ser. Desde siempre fue así.

– Uno merece lo que merece. Y vida fue lo que tuve para anteponer a tanta muerte.

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS