En este escenario vital, donde un niño nace sin tener un padre que guié sus pasos, es de reconocer que, una joven madre soltera el el plano de la vida intima, donde las miserias humanas hacen su función, se ve acorralada y despreciada por sus padres y por el vecindario del pueblo: la echan a la calle compuesta y sin novio.

Esta pequeña población, situada a orillas de las pintorescos parajes del río valdemembra de apenas mil quinientos habitantes, que no perdona a una moza preñada y sin novio. Se burlan de ella, creen que no es una santa y es humillada y maltratada.

Las casas del pueblo, pintadas de blanco con cal viva, con el blanco de la pureza, no perdonan los partos virginales venidos por obra y gracia del espíritu santo, y en este pueblo no tenían para esta madre con su mamonzuelo un cobijo que darle.

Mendigando por las calles y acogida por una vieja solitaria, que también vivía de la caridad de las vecinas, compartían los resigones de pan que acareaban durante el día. El hijo se iba criando endeble pero con fuerza para seguir siendo testigo de un abandono pasional.

Ya había comenzado a murmurar la gente, cuando de improviso, acudía por aquellos parajes, un zagal que había regresado del frente de Guadarrama al final de la guerra civil; al que se le achacaba que podría ser el padre de la criatura. Pero según las lenguas de doble filo, el zagal tenia incrustado en la cabeza un trozo de metralla que le hizo perder la memoria. El perder la memoria, era conveniente y oportuno para quitarse el mochuelo de su espalda.

La joven, sabia de quien era su hijo, pero como él lo negaba, le achacaron echándole la culpa, por que el pobre soldado, había perdido la memoria en el campo de batalla.

Pues, el caso es. Que en aquel tiempo, en este pueblecito, algunos vendían sus tierras y casas para buscar fortuna en las grandes ciudades, y el hermano mayor de la moza, casado y con dos hijos, había emigrado a Valencia con la familia. Esta madre, ni corta ni perezosa, busca las señas de su hermano, al que le pide cobijo, contándole por carta que había tenido un desliz y estaba sola con un hijo.

Nuestros padres, me han echado a la calle y no tengo donde vivir ni para mantener a mi hijo.

Devanándose noche y día los sesos, en busca de alguna solución para salir del pueblo, lo cual era bastante difícil después de verse despreciada por sus padres, de sentirse acosada por los vecinos y apaleada por las malas lenguas: en esta ocasión, se le ocurrió la idea de marcharse en busca de su hermano pero la fortuna le jugó una mala pasada; a su hermano, no lo pudo localizar por que se había cambiado de dirección y no rezaba en el censo valenciano.

Desesperada y maltrecha con el hijo, se refugia bajo el puente de madera en el barrio de Valencia. No encontrando otra vía de salvación. Por ultimo, encontró una chabola de tablas y cartones que estaba abandonada. Allí, puso el ato con lo puesto y sin mas bata que ponerse.

En la oscuridad de la noche, se lavaba la ropa sobre una piedra en las aguas turbias que corrían por el cauce del río túria y al hijo con una apertura en el pantalón para que sin pañal pudiera ir limpio y ventilado. Se apañaba, viviendo de limosna con una terrible y sangrienta vida miserable.

Ya pasaron seis años, y sin renunciar a describir el efecto de mi nacimiento, les doy esta agradable sorpresa.

Un día cualquiera, con mis seis años cumplidos, mi niñez pasó con un rumor vago, feliz y contento, recorría las calles y les decía a los transeúntes.

«¿Hombre, quiere ser usted mi padre?»

«Pero niño ¿Como te atreves a decir esa barbaridad?

Pues mire usted, como no tengo padre y hay tantos hombres, a lo mejor encuentro un alma caritativa que me adopte.

Si, que me adoptaron

Me detuvieron los alguaciles y me llevaron a un reformatorio de niños golfos, mendigos y huérfanos. Fui un niño solitario, nadie osaba llevarme a su casa para adoptarme. En principio, por la pinta, por que yo era pobre y vestía con harapos sucios, piojos, mocos y legañas, y me brillaba la manga del jersey de limpiarme en ella las narices.

Hice la escuela elemental en el reformatorio pasando del grupo con celadores, al colegio de monjas que estaba ubicado en las mismas dependencias disciplinarias, donde la religión y con ella el pecado, era el plato fuerte de la enseñanza.

Las monjas, llenas de preocupaciones imaginarias, nos inculcaban el temor a Dios, y para ellas, casi todo era pecado.

El señor Valentino que era un celador bueno: cuando yo preguntaba por mi madre, me decía. Tu madre, esta de criada y no te puede ver nada mas que los domingos por la tarde. Por la maña, misa cantada y rezar el rosario por las tardes antes de las visitas. Era prerrogativa de los pobres niños sin amparo: quizás, de aquellos que sea como fuera, eramos niños abandonados en la selva civilizada.

Me fui haciendo mayor. Las monjas me trataban como madres, me sacaron ya crecido del colegio y me colocaron de aprendiz en una pescatería de un señor muy cristiano que me llamaba hijo y que me obligaba a trabajar mucho. Por la mañana, en los quehaceres de limpieza, y por la tarde, a picar hielo con un mazo para el pescado.

Como yo salia de un correccional, sufrí malos tratos en el trabajo.

Ya que el hambre me había agudizado el ingenio para sobrevivir a la miseria, siendo infeliz por no conocer otra forma de vida, mi primera sorpresa fue, que mi madre, al recuperar mi tutela por orden de las autoridades, realquiló un cuarto con derecho a cocina y sin conocer a mi padre, recuperamos nuestra libertad para vivir en amor y compaña.

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