La familia que conosco

La familia que conosco

Poppy Winck

27/09/2017

En el nido que se me ha enseñado a amar, en encontrado un vacio que siempre crei llenar.

Los personajes de mi novela más realista y cercana, aquellos desde los cuales tomaba mis moldes para mis pequeñas escrituras, nunca fueron perfectos. Por momentos el reloj parecía detenerse y no como algo bueno. Incluso debo reconocer, que estas piezas que no podían encajar entre mi familia y mi ser, me llevaron a aislarme en variadas capitulos. Aun me hes imposible viajar sin escuchar música con mis propios auriculares. Ese fue el escudo que forje a mis nueve años cuando las conversaciones del auto a mi pequeño yo agobiaron.

Aquel recuerdo quedo grabado en mi como el dibujo que uno hace en el cemento húmedo. Los gritos de un padre, el apoyo que le daba su madre, la alegría apagada de un abuelo, y dos niñas pequeñas criando un sueño.

Mi familia no es perfecta ni esta completa. No es por hechos del destino que hoy me alejo del lugar en que nací y todos los familiares con los que un día compartí. Por mis propias decisiones es que hoy escribo en este ordenador en la pequeña ciudad que intenta tomar todo mi corazón. No puedo decir que no me arrepiente de algunas cosas, pero me siento orgullosa de otras.

A mis nueve años me di cuenta que lo que uno quiere debe buscarlo. Que las cosas no simplemente se dan y que si uno lucha por ellas se siente mejor al final. Nunca le conté esta historia a nadie porque me temí lo que otros podrían pensar. Pero hoy no siento pena de mi lucha por la forma que tengo de pensar.

Llego el día en que mi gran ciudad se me hacia demasiado incomoda, mi casa era un mal recuerdo y su aire no me bastaba. Siempre tuve aquel lugar a unos cuantos kilómetros de allí. Donde vivía la mitad de mi familia. Estaba tan cansada que lo único que quería era cambiar, y no tuve mejor idea que meter mis cosas en grandes cajas y huir a aquel lugar que tanto me agradaba. Pero yo era pequeña, y mi hermana lo era aun mas e irnos sin permiso de mi padre no era posible. Ambas sacamos fuerzas de hasta donde no era posible tenerlas y tocamos el timbre de la gran casa donde mi padre se quedaba. Recuerdo a mi hermana sentada junto a mi en la cama de nuestro progenitor. Como ambas temíamos al resultado de nuestras palabras. El resto de la historia parece un gran tornado. Gritos y nosotras paseando por la casa intentando ser tan fuertes como podíamos, sacando argumento de lugares que aun no conocíamos y remando para no partirnos en la mitad del camino.

El mayor dolor que sentí aquella tarde, y creo que el primer momento en toda mi vida que marco la empatia que hoy me aborrece tanto tener, fue cuando me toco enfrentar a mi abuelo. Fueron dos segundos, solo dos segundos bastaron para que rompiera mi fortaleza y me ahogara en lagrimas. Su rostro, arrugado y siempre tan firme, parecía no estar sorprendido pero yo note su dolor. Como su piel parecía estar mas suave, su boca caída y sus ojos tan débiles como si las puertas a su alma estuvieran tan abiertas que parte de ella se estuviera escapando.

La gran velada finalizo con mi padre gritándole a mi madre que no quería volver a vernos mientras estuviéramos tan enfermas. Por que para el nosotras no podiamos tener ideas sino que debíamos estar de alguna forma «averiadas».

Aun recordando tan poco de aquel día, hace menos de una década atrás, se que nunca lo podre olvidar. Quizá las imagines no perduren en mis recuerdos, pero el sentimiento…ese maldito sentimiento de que una flecha esta enterrada en mi pecho y que nunca voy a poder quitarla de ahí… ese dolor nunca lo dejare atrás.

La familia puede ser lo mejor que nos pudo haber pasado. Y lo es para mi. Cada segundo con ellos me hace sentir que no desperdicio mi tiempo. Ellos son como una magia que nos cura de cualquier enfermedad y nos acompañan en las mejores travesías.

Somos capaces de amarlos tanto que nos olvidamos de que son personas. De que ellos también lastiman y apuñalan por la espalda. Nos volvemos tan inocentes con sus gestos y palabras, que no nos damos cuenta que los peores criminales son los que nos acompañan. Pueden lastimarme miles de guerreros entrenados para torturas que jamas me dolerá tanto como el desprecio de alguien que aprendí a amar.

La familia esconde los dolores mas trágicos y oscuros que podemos tener. Es una lastima que no podamos tenerla para siempre.

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