Con profundo amor y ternura Ricardo Jose abraza a su abuelo Manuel, quien el pasado mes de agosto del año en curso, cumplió ochenta y nueve años de edad. Sin lugar a dudas toda una larga vida para un hombre dedicado a las labores del campo en su fértil hacienda Los Apamates.
Casado con Miriam desde hace mas de cincuenta años, procrearon tres hijos, dos varones[Luis y Rafael] y una hembra[Carolina], madre del pequeño y consentido Ricardo Jose.
¿Como amaneció mi roble de los Apamates?. Le decía Miriam a su amado esposo, todas las mañanas cuando le obsequiaba una taza de café y es que aquel hombre de recia musculatura, siempre gozo de buena salud. Acaso si alguna gripe le aquejaba de vez en cuando, la cual se curaba rápidamente con una bebida caliente de limón y miel de abejas.
Pronto transcurrieron los años, los hijos crecieron, estudiaron, comenzaron a trabajar, se casaron y formaron familia. En la casa de los Apamates quedaron don Manuel y Miriam, semejando viejos robles aferrados con sus raíces a la fértil tierra.
La casa se llenaba de alegría cuando en época de vacaciones escolares, regresaban los hijos y los nietos, en especial el pequeño Ricardo Jose quien sentía verdadero placer en acompañar a su querido abuelo, en los recorridos por los frutales, semilleros y sembradíos de hortalizas por lo que era muy común escuchar:
-Abuelo me regalas un par de guayabas-.
Pero no todo era alegría y felicidad en la hacienda Los Apamates, porque cuando su dueño cumplió sesenta y cinco años de edad, su esposa Miriam noto con preocupación como olvidaba las cosas mas comunes y de uso cotidiano como por ejemplo:
¿Mi amor no encuentro la cartera, ayer la deje sobre la mesa de noche?.
¿Como es que se llama ese muchacho, nuestro hijo mayor?.
¿Yo tenia que ir de compras al mercado pero se me olvido sacar dinero del banco?.
Todos esos pequeños detalles encendieron las alarmas de Miriam razón por la cual decidió hablar con sus tres hijos al respecto y como respuesta llevaron a Manuel al medico de una ciudad cercana. Los exámenes arrojaron lo que temía en silencio la familia, el anciano sufría de Alzheimer.
Desde entonces la vida de Manuel cambio totalmente, ya no podía realizar sus largas caminatas por las riberas del rió que surcaba la hacienda. A menos que lo acompañara su esposa o alguno de sus hijos en visita ocasional. Tampoco podía ir solo de compras al mercado del pueblo.
Ricardo Jose cursaba el quinto grado de la escuela cuando se entero al escuchar una conversación entre su madre y su tío Rafael, que su abuelo sufría de una enfermedad conocida como el mal de Alzheimer, por lo que decidió investigar en los libros de la biblioteca sobre el tema y luego en la computadora.
Terminado el periodo escolar Ricardo Jose visito la hacienda de sus abuelos y una mezcla de alegría y tristeza invadió su corazón cuando vio sentado en la mecedora del corredor a su abuelo Manuel, acercándose lo abrazo y con lagrimas en sus ojos le dijo:
-Aunque no recuerdes mi nombre, tu siempre seras mi abuelo Manuel-.
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