No muy lejos de la ciudad de Huancavelica, a tan solo ocho kilómetros, está Pueblo Libre, un lugar acogedor, donde la vida encuentra su paz, donde se respira aire fresco con fragancia a eucalipto. Allí vivía mi padre, don Urbano Taipe.

Hace ya un buen tiempo que papá se había quedado viudo, pero no estaba solo, sus cinco hijas lo acompañábamos para atenderlo y también un hermano menor que estaba estudiando en Lima. El tiempo se había vuelto su enemigo irreparable, caminaba agachado, le sobrevenía una tos de vez en cuando y sufría del corazón, además de ser propenso a algunas enfermedades.

La tranquilidad de la familia se resquebrajó más cuando nos enteramos de la muerte de mi hermano menor. Había sufrido un accidente fatal. Hicimos lo que pudimos para traerlo al pueblo, lo velamos en la casona comunal y lo sepultamos. Pero ¿cómo darle la noticia a nuestro padre?

Fue entonces que pensamos en urdir esa mentira. No podíamos darle esta noticia, sabíamos que su corazón estaba muy débil, que no soportaría y, más por amor que por ser egoístas, ocultamos la verdad sobre nuestro hermano fallecido.

Pasaron los días y papá no tardó en presagiar lo ocurrido. Comenzó a invadirle la nostalgia, ya no quería comer, se pasaba horas y horas sentado en el borde de su cama. Otras veces lloraba viendo la fotografía de nuestra madre y era tan difícil para nosotras ver a papá en ese estado.

Un día se hallaba sentado en su cama, viendo la foto de nuestro hermano ausente, y comenzó a preguntar por él. Al principio no supimos qué decirle, solo le dijimos que estaba en Lima, estudiando, como siempre. Desde ese día, cada mañana preguntaba por nuestro hermano, y siempre le decíamos a papá, una y otra vez, que estaba en Lima, estudiando arquitectura.

Sabíamos que nuestro hermano era el más querido y engreído de papá, pues era el último de todos, su único hijo varón. Era su heredero y su sucesor. Siempre decía eso papá.

A una de mis hermanas se le ocurrió escribir una carta con un salido a papá, en la que puso la firma de mi hermano, y yo misma fui la encargada de entregársela. La recibió con mucho entusiasmo. Era muy notorio el cambio de su semblante. De inmediato comenzó a leerla. Ese día papá cenó con nosotras y solo hablaba de la carta que había recibido de nuestro hermano, mientras nosotras le seguíamos la corriente.

Y así pasaron los días, pero esa felicidad que papá sentía, terminó, porque nuevamente volvió a preguntar por nuestro hermano. Esta vez nos decía que quería verlo. Lo único que podíamos decirle era que se encontraba estudiando en la universidad y que estaba en exámenes finales. Por esa razón no podía venir. Cada vez que le decíamos esa mentira, la que sufría más era mi hermana mayor, y al salir del cuarto se ponía a llorar desconsoladamente.

Teníamos que inventar una excusa para calmar a papá, y otra carta hubiera sido en vano. Entonces se me ocurrió una idea portentosa. Mientras estaba navegando por internet, me vino la maravillosa idea de crear un perfil en Facebook con las últimas fotos de mi hermano. Mis demás hermanas estuvieron de acuerdo y no tardé mucho. Comencé a crear una cuenta con los datos de mi hermano fallecido. No me costó trabajo abrir la cuenta y tampoco demoré mucho en montar y retocar imágenes de mi hermano en los ambientes de una universidad o en algún lugar de Lima.

Al día siguiente, papá se despertó muy temprano, y no había una mejor manera de animarlo que con la noticia de que Alberto había colgado recién unas fotos en su red social. Yo le lleve mi laptop con Facebook abierto, traté de explicarle a papá sobre las redes sociales y de inmediato le hice ver las fotos que supuestamente Alberto había subido. Papá se conmovió al ver las fotos de su querido hijo, se emocionó tanto que de sus ojos le brotaban lágrimas. Estaba llorando en silencio. Le mostré unas diez fotos y me dijo: “Está hermoso, ¿no crees? Sigue igualito como cuando se fue”.

Un día se nos ocurrió también mandarle un regalo con el nombre y la firma de mi hermano. Papá lo recibió con mucho agrado. El regalo era una chompa con cuello Jorge Chávez y una bufanda de colores; de inmediato se las puso. Otro día se nos ocurrió mandarle frutas. Solo se comía las frutas que le enviaba mi hermano, y las que le dábamos nosotras no las quería. Nos decía que el pan que había mandado Alberto era el más delicioso y que por favor le pidiéramos que le envíe más.

Después de unos meses, papá cayó en cama y ya no podía pararse. Estaba más delicado de salud, su enfermedad había avanzado, pero contra todo pronóstico, un día amaneció con unas ganas inmensas. De lo que estaba tan débil y agonizante, recuperó su fuerza. Estuvimos todas reunidas cerca de él cuando comenzó a decir: “Allí está Alberto, miren, miren a mi hijo querido que ha llegado, ¿no lo ven?, miren, aquí está con su polo blanco, miren, está aquí, a mi lado”. Todas nos mirábamos y teníamos que disimular moviendo la cabeza. Al poco rato papá se quedó dormido con una sonrisa en los labios y nunca más despertó.

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS