Mi hija, mi inspiración.

Mi hija, mi inspiración.

Coco nut

21/09/2017

Es increíble las vueltas que da el mundo.

Tengo una hija joven que, desde que aprendió a leer y escribir no para de decir que quiere dedicar su vida a la escritura. No quiero decir que sea imposible, ¡claro que no!, ella es muy buena, pero hay veces dónde se frusta y nada llega a su mente.

Cuando cumplió diéz le regalé una libreta en blanco, para que ella pudiese llenar con las palabras más dulces que una niña pueda redactar. Claro está,que incluso una niña de su edad con una idea clara de ser escritora siempre tendrá sus facetas, sale a jugar por las tardes y al llegar cansada olvidaba totalmente su trabajo con la libreta. Yo siempre le recordaba que escribiera, pero ella no paraba de decir «Estoy cansada: A parte, ya lo hice.» No entendía a que se refería porque siempre que preguntaba se hacía la que no escuchaba.

Casi doce años después, mi hija vuelve a casa con una libreta color azul oscuro con hojas en blanco entre las manos. Me asombré un poco pero antes de decir algo ella dijo «He venido por inspiración» acto seguido, se sentó en el sofá y pidió no ser molestada.

Lleva casi una semana sentada en el sofá y jamás la veo escribiendo algo.

—¿Por qué no sales un rato, Elizabeth? -. Pregunté

—¿No ves que intento pensar? No molestes, madre.

Los tiempos vuelan, ya no son los mismos que antes. No es la misma niña apasionada que en vez de sentarse a pensar, salía a jugar y tomaba las mejores anécdotas que, creo yo, en toda su vida contemplaría. No hay que frustarnos, a veces, la inspiración llega por sí sola cuando menos lo esperas.

Algo que no sabía Elizabeth era que, cada vez que ella volvía de su tarde de juegos y se iba a dormir yo leía su libreta. Era increíble cuantas cosas escribía esa niña, porque jamás la vi escribiendo. Me sentía como una niña embobada leyendo cada párrafo y esperaba ansiosa la noche siguiente para continuar el relato. Una historia diferente, pálabras que yo jamás le había enseñado y el cual me preocupada dónde las había aprendido. Pero, más allá de eso, no paraba de ver e imaginar la grandiosísima mente que cabía en un minúsculo cuerpo debilucho de una niña de diéz años. Y una noche, antes de llevar a la cama a Elizabeth tomé el valor de preguntarle algo.

— «¿De dónde sacas tantas ideas locas, cariño?»

«— No lo sé mamá, fluyen de mi sin siquiera pensarlo. A veces, mientras corríamos o nos paseábamos en el columpio. Cuando llegaban, corría hasta dónde había dejado mi mochila, sacaba la libreta y empezaba a escribir. Lindsey y los demás me llamaban loca—. Contestó con voz soñolienta.»

Las grandes historias acabaron cuando Elizabeth entró a la preparatoria y se preocupaba más por salir a fiestas y con sus nuevas amigas, que escribir o peor aún hacer la tarea.

Las historias se volvieron aburridas, ya no más dragones ni esqueletos que intentaban atacar a un grupo de amigos que siempre salían triunfantes, solo eran pequeñas citas, dedicadas a un chico la cuales ni siquiera tenían sentido.

Una tarde de un miércoles la Elizabeth de veintidós años se rindió y fue a dar un paseo. Llevaba casi dos meses en casa y no veía que daba frutos, pero imaginaba que seguía viva esa pasión de niña, que escribía cuando no veía y me sorprendía cuando las leía. Pero, al acercarme solo observe la libreta totalmente vacía, ni siquiera rayones o un derrame de tinta, absolutamente nada.

Cuando Elizabeth cumplió veinte y entendió que debía trabajar para mantenerse fue donde todo acabó y, caí en cuenta, que somos nosotros mismos quienes nos detenemos y nos ponemos los obstáculos, no hay nadie a quién culpar más que a nosotros mismos.

A veces es bueno un momento de retiro, incluso de nuestro propio pensar para podernos conocer profundamente y poder consumar nuestros anhelos más íntimos.

En los últimos dos años que he comprendido todo esto he escrito más que en todos los años en los que fui estudiante, ahora que veo a mi hija sentada en el sofá frustrada me da un poco de lástima al saber que ya no volveran esos tiempos, extrañaré la pequeña y dulce niña que tenía las aventuras y anécdotas más grandes con solo salir al patio trasero con tres pequeños y muy buenos compañeros.

Vivimos diciendo a nuestros hijos «Vayan y devórense al mundo» pero, lastimosamente sin darnos cuenta, terminan siendo ellos los devorados por el mundo.

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