Papel de Estraza y un paquete de Celtas

Papel de Estraza y un paquete de Celtas

Santi Caeiro

06/10/2017

«Me encanta escuchar el relato de este momento tan tuyo y a la vez tan nuestro. Mientras lo cuentas, se te inclina ligeramente el labio en el ángulo derecho, se dibuja una leve sonrisa y tus ojos comienzan a empañarse. Es una anécdota muy íntima, muy cariñosa y afectiva. Es, poco más o menos, la razón de ser de tu infancia. Es la firma mental de tu primer contrato emocional.
En ocasiones la memoria nos juega malas pasadas. Una percepción inadecuada, un punto de vista diferente, una mirada, una sonrisa o una riña. Sea como fuere, la hoja perenne de la memoria va comiendo las debilidades superfluas de lo caduco en importancia, borrando las cosas significativas y en ocasiones dejando cuestiones en apariencia irrelevantes como algo transcendental. Éstas, llegan a marcar el resto de tu vida. Durante un tiempo, la memoria se ha olvidado de ti.

Rafael te traía chucherías de la tienda de tu vecina Celia, a cambio de que fueses a comprarle un paquete de Celtas. El trueque de mercancía se hacía con la imborrable imagen de su infantil actitud y tu incomodidad temerosa de una acción tan adulta como desafiante a las normas. Dos enormes sonrisas, cada uno con su dedo índice tapando la boca, acompasaban movimientos corporales indomesticables por parte del sistema nervioso, y como directores de una orquesta de vanguardia, os encogíais de hombros con movimientos breves, y rápidos, salpicados por pequeños estímulos visuales de los colores reconocibles por ambos.

Emulando a Jacques Cousteau aguantabais la respiración, por si ésta pudiese ser perjudicial para tan desafiante acto de desobediencia. De un modo veloz y discreto procedíais a la visualización, tacto y posterior comprobación del material. En un orden meticuloso pero dominado por la ansiedad y la segregación salivar, llegaba el momento de abrir el papel de estraza y buscar el santo grial del azúcar. Mientras masticabas con la boca abierta, ibas cayendo en la cuenta de que el personaje celta del paquete de tabaco, tenía un sorprendente parecido a tu tío. Un casco, una espada y estaba preparado para desafiar al mundo.

Ante los gritos de tu madre, apresurabas el momento. La ansiedad se apoderaba de la razón, el tiempo apremiaba y la gula hacía acto de presencia. El pecado capital más tentador y satisfactorio, estaba también presente en tu tío, el guerrero celta. Rafael aspiraba humo y se atragantaba a partes iguales. Pequeños intervalos desesperados que tenían como consecuencia la risa incontrolada de ambos.

Nos decías siempre que era una pena no haberlo conocido. Que te habían dicho de pequeña que era como un niño grande. Para ti era algo especial, tu compañero de viaje. Aventuras y engaños cariñosos de los que te hacía partícipe con exclusividad. «Solo tú, neniña. Solo lo sabes tú.» Eso te decía cuando la comida que la abuela le servía, desaparecía en cuestión de segundos. Él ponía alguna excusa, y en el momento que la abuela se despistaba, se llevaba consigo el plato. La comida volaba desde la ventana hacia el jardín. Con el tiempo descubristeis que a la hora de la comida, se incrementaba el número de visitantes felinos en la ventana de la habitación de Rafael sin aparente motivo.

Estos momentos que te he escuchado relatar con mucha más calidad de detalles en infinidad de ocasiones, provocó tu carácter. Provocó la fidelidad a tu gente e hizo de ti, mamá, una persona capaz de sellar un pacto con la mirada. Entendiste lo que significa lealtad y honestidad, pero sobre todas las cosas descubriste la amistad y el cariño gracias a la complicidad. Aquellas escaleras, el papel de estraza y el dibujo del paquete de celtas que hoy te traigo, fueron tu infancia. Sin saberlo, tu tío Rafael fue el mío y aquello formó parte de mi niñez para el resto de mi vida adulta.

He decidido hacer este momento mío. Solas tú y yo. Nuestro momento. La enfermera dice que hablando contigo puede que ayude. Ya sabes que me siento mejor escribiendo, como llevo haciendo cada viernes de los últimos tres años,. No obstante, el tiempo se acaba y la esperanza se torna en rutina. La semana que viene se acabará el plazo para que pases a ser un recuerdo más.

Solo necesito un movimiento, un gesto, una pista para creer que esto sirve de algo.

Te quiere, Tu hija»

Helena colocó la carta en el mismo cajón donde estaban las demás. Volvió a poner en su sitio el paquete de tabaco, envuelto en el papel de estraza marrón justo al lado de la mano derecha de su madre. Espero diez segundos para ver si había respuesta al roce del papel en su piel y se incorporó sobre la cama para besarle la frente. Los reflejos de pasado empañados en lágrimas, iban cayendo de los párpados cerrados de Helena al rostro de su madre, devolviendo las pequeñas dosis de aventuras a su dueño. Con un pañuelo y sumo cuidado, secó la frente mojada de su madre.

Cuando se apartó de la cama, vislumbró de reojo el papel de estraza. Éste estaba completamente arrugado y estaba siendo apretado por la energía y vitalidad de quien vuelve a nacer. Helena, sonriente, observó para sí misma como asistía a su futuro recuerdo inolvidable. Una mano de una mujer firme agarrando su pasado. Su papel de estraza y su paquete de celtas.

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