Hasta seis veces sonó el timbre de la puerta. Luis abrió con desgana. En el umbral apareció un crío de piel muy clara y pelo rubio y corto que intentaba sonreír. Vestía de uniforme: jersey azul marino, que pareciera de su hermano mayor, a juego con su corbata y unos arrugados pantalones gris perla. Llamó la atención de Luis lo que portaba: en la diestra una gran bolsa y una jaula circular de hierro forjado cubierta por una tela blanca en la siniestra.

— ¿Qué quieres muchacho?— dijo con brusquedad.

— Buenas tardes, vengo a hacerme una foto de familia— su voz era suave alargando las sílabas tónicas ligeramente –. Mis padres llegarán en breve. Han insistido en que les espere aquí.

— Pero… ¿Tienen cita?— preguntó Luis algo irritado.

— Pues no. Si está ocupado podemos venir otro día.

— Bueno…, haré una excepción. Justo ahora tengo hueco.— mintió Luis. Lo cierto es que su negocio no podía ir peor. Lo de ser un famoso fotógrafo de celebridades fue un sueño; ahora tan solo sobrevivía.

— Entonces… ¿puedo pasar?

— Sí, por favor— con un leve ademán le indicó que le siguiera hacia el fondo del pasillo donde se encontraba su estudio—¿Tardarán mucho tus padres?

— No creo. Están aquí al lado haciendo no se qué— contestó fríamente mientras entraban en un cuadrado y reducido habitáculo—. Insistieron: «adelántate y prepáralo todo», y aquí estoy.— Luis le miró con sorpresa, aquel niño mostraba mucha decisión.

El estudio lo presidía un pequeño escenario con diversos enseres de atrezo amontonados: mesitas, sillas, alfombras y un perchero con sombreros, bufandas y estolas. En el lateral derecho había una estantería con libros, álbumes y varias cámaras. Los focos junto con sus pantallas reflectoras estaban caóticamente desperdigados.

— Pasa al fondo y ten cuidado de no tropezar con los cables. Deja tus cosas en aquella esquina — señalándole un rincón, por suerte, vacío–. Entonces… ¿qué tipo de foto quieren?

— Habíamos pensado en una que parezca antigua, en blanco y negro o, mejor, con efecto sepia. ¿Es posible?

— Por supuesto — Luis torció el gesto —. Allí hay una silla y una mesita muy antiguas. ¿Te parecen bien?— el muchacho se acercó y, tras inspeccionarlas, asintió.

— Por cierto, me llamo Luis, ¿y tú?

— Me bautizaron como Juan, pero me lo cambié; ahora me llamo Ariel — Luis levantó los hombros y frunció los labios mientras colocaba la silla y la mesita de oscura y avejentada madera. Encendió los focos que consideró más adecuados, los colocó y reorientó. Tras ello eligió una cámara, le puso un carrete nuevo y se la colgó del cuello.

Cuando buscaba el mejor encuadre, mirando por el objetivo, entró en su campo de visión aquella figura con marmórea tez; se colocó entre la silla y la mesita, parecía sacada de la galería del terror de un museo de cera. Una cornamenta de ciervo le coronaba y sobre su hombro derecho se posaba un cuervo. Un escalofrío le recorrió la espalda. Se quedó absorto sin saber qué hacer o qué decir; tragó saliva a duras penas aprovechando que el nudo de la garganta se le aflojó durante unos instantes.

El crío le miraba sin pestañear con una sonrisa invertida; tenía dibujada una ‘u’ boca abajo en el lugar donde debiera encontrarse su boca. Justo en ese momento penetró en la habitación el eco de las campanadas de alguna iglesia cercana; resonaron estruendosamente: ‘¡TANG, TANG, TANG, TANG, TANG, TANG!’.

— Voy a presentarle a ‘Negrita’— dijo justo al extinguirse el último ‘TANG’– . ¡Venga, saluda! — y el cuervo dio un sonoro graznido —. La encontré en la calle mal herida. Unos niños la apedrearon fracturándole un ala. Yo la curé y desde entonces somos inseparables. Aquellos malvados niños recibieron su merecido. ¿A que sí, ‘Negrita’?— miró al cuervo y este volvió a graznar —. Creyeron los muy estúpidos que si corrían eludirían su castigo — el crío soltó una fuerte risotada al advertir cómo Luis tropezaba con uno de los focos al intentar andar hacia atrás —. ¡Cuidado, no se vaya a lastimar! Si le pasara algo, ¿quién nos haría la foto de familia? — dijo con sarcasmo —. Comience antes de romper algo. ¡Ya estamos listos! ‘Negrita’ ponte aquí y quédate quietecita — el cuervo obedeció saltando sobre el respaldo de la silla. Luis, por su parte, intentaba encuadrar pero unos temblores invadieron sus manos — . Con ese pulso vamos a salir movidos — comentó jocoso, y una estrepitosa risa brotó de su garganta.

— Mejor pondré un trípode — dijo Luis con un hilo de voz y casi sin articular sus palabras. Cogió uno, lo ubicó en el centro de la sala y a duras penas acopló la cámara. Cuando lo consiguió comenzó a disparar varias fotografías. Tras ello le preguntó: — Y tus padres, ¿cuándo van a venir? Se me está haciendo tarde; tengo que atender a otros clientes — los ojos de Luis se movían, nerviosos, de un lado a otro.

— Gracias por su sinceridad — dijo con ironía —. Como muestra de reciprocidad tengo que confesarle algo: me hubiera gustado fotografiarme con mi anterior familia, pero me temo que no va a ser posible. Ahora esta es mi familia — afirmó señalando al cuervo —.¿Se lo contamos, ‘Negrita’? — el cuervo graznó dos veces —.Vale, no debemos escandalizar a este caballero. Solo saciaré su curiosidad sobre esta cornamenta — y señaló su cabeza —. ¿Sabía lo que este grandioso animal simboliza? — preguntó alzando la barbilla y alargando su menudo cuello —. Da igual…, es la última presa que cazó mi padre — a Luis se le descolgó la mandíbula —. Por cierto, me encanta su cámara. ¡Es una pasada!

— Puedo recomendarte una tienda— balbuceó Luis.

— Creo que no me has entendido…— la mirada del muchacho provocó que Luis se meara encima. Entonces el cuervo se abalanzó sobre él dando seis fuertes graznidos.

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