EN UN MARCO FAMILIAR

EN UN MARCO FAMILIAR

Ana Cañadas

13/09/2017

Siempre he sentido una gran fascinación por los marcos, creo que cualquier cosa por insignificante que parezca, si se le encuentra el marco adecuado, adquiere una magnitud distinta. Es por eso que siempre ando en la búsqueda de marcos interesantes y originales y cómo no, he caído en la tentación de buscar mis ansiados tesoros en esas páginas de internet de compra venta de objetos usados.

El anuncio ya captó mi atención de una manera inusual,

Tengo lo que estás buscando, sólo tienes que venir a encontrarlo.

Esta frase y una fotografía en la que se veía una enorme pared repleta de retratos majestuosamente enmarcados, me hicieron tomar la decisión de ponerme en contacto con el vendedor. Enseguida concretamos los detalles del encuentro y a las ocho de esa misma tarde, ya me encontraba golpeando un antiguo picaporte de una vieja puerta, en una solitaria casa de un barrio a medio demoler.

El hombrecillo que acudió a abrir tenia la mirada esquiva y el gesto atemorizado, como uno de esos perrillos abandonados acostumbrados a recibir puntapiés. Me dijo que pasara al salón y me pusiera cómodo.

– Como si estuviera en su propia casa.- Me dijo, poniendo un énfasis especial en lo de propia, que hizo que un escalofrió me recorriera la columna.

– Enseguida aviso al señor- y desapareció por una de las numerosas puertas que daban a un largo pasillo.

Al quedarme solo empecé a observar los marcos que vestían las cuatro paredes de aquella lúgubre estancia, mi deformación de coleccionista hace que sólo me fije en el marco, obviando totalmente el retrato que contiene, pero en ese caso, la fuerza de la mirada de la joven que habitaba el marco era tan intensa, que no podía apartar los ojos de ella, produciéndome una sensación de bienestar familiar, que a los pocos segundos entendí, era mi madre. Se me heló la sangre, a la vez que la sala adquirió un color sepia e innumerables haces de luz que hasta ese momento no había advertido, formaron una telaraña de luminosidad opaca con miles de partículas en suspensión que me aprisionaban de forma sutilmente siniestra.

Con los pies clavados en el centro de la asfixiante habitación, escudriñé el retrato contiguo, no tardé en reconocer quien era. Mi padre. Hacia solo seis meses que lo habíamos enterrado y la imagen era reciente, hasta llevaba la camisa que le regalé en su último cumpleaños, justo diez días antes de morir. Intenté encontrar alguna explicación lógica a tan macabro absurdo y seguí buscando en los demás retratos, a cada rostro que reconocía, mi hermano Javier, la tia Elvira, la prima Reme, los mellizos Andres y Jaime, mis abuelos… crecía mi incredulidad y una parálisis racional se apoderó de mi entendimiento. Todos mis muertos estaban en aquella pared.

Dispuesto ya a pedir explicaciones al dueño de tan morbosa colección fui en busca del hombrecillo que me había recibido hacia un rato, pero un solitario y soberbio retrato en el fondo del pasillo me desvió de mi objetivo. El marco era espectacular, una obra maestra de ebanistería antigua con forjado de hierro y delicadas filigranas en pan de oro, convertían todo el conjunto en una majestuosa obra de buen gusto.

Abismado en estas reflexiones permanecí una hora larga con los ojos fijos en el marco. Hasta que la espectral mirada del retratado, atrapó toda mi atención Aquella inexplicable expresión de realidad y vida que al principio me hiciera estremecer, acabó por subyugarme.

Era mi retrato.

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