Nació en una fecha desconocida, pues al parecer su madre olvidó registrarla o se quemó la iglesia y quedó dudoso el día y la hora; en un pequeño pueblo Michoacano llamado San Lucas en México, el cual es conocido por su calor, sus alacranes «güeros» y su campo.

Tenía sueños grandes: Quería ir a la escuela para ser maestra, pero gracias a un México convulsionado por guerras y divisiones no lo pudo hacer.

Un día, al cumplir los veinte años, dejó todo lo que conocía con la ayuda de un vecino cercano de alta posición social para irse «a vivir a la capital»; la promesa: Estudiar y prepararse para ser maestra a cambio de trabajar «de sirvienta».

Pero la cosa no fue tan fácil como se esperaba, México estaba cambiando y no le sería permitido inscribirse a la escuela con tanta facilidad. Para cumplir su sueño se le permitió estudiar de oyente en una escuela donde la ocultaban si alguna autoridad se presentaba por ahí. Finalmente, el sueño fracasó y continuó trabajando como sirvienta para su «paisano».

Yo la conocí muy niño. Mis primeros recuerdos de ella son confusos, más recuerdo que tenía un cuerpo amplio y una trenza que dejaba crecer muy larga y que según me contó después, cuando era muy joven solía cortar y vender para pelucas.

¿Quién era ella? Yo la conocía como Abuelita «la chiquita», mote adquirido por compartir el mismo nombre de María del Refugio con la madre de mi madre. Por tanto como era de esperarse mi otra abuelita era «la grandota».

Y sí, mi abuela «Cuca» o «cuquita» con cariño, como se les dice a las Refugios en México; era muy chiquita. A pesar de su gordura que la hacía verse bastante amplia, no pasaría del metro y cincuenta centímetros, además de que los muchos años sirviendo en casas la habían hecho encorvarse un poco.

Tenía un rostro hermoso, redondo, surcado de arrugas y curtido por el sol del pueblo y el sudor del trabajo arduo. Sus manos eran ásperas y duras pero acariciaban con amor y suavidad únicas.

Cuando la conocí ayudaba eventualmente en otras casas, a pesar de que mi padre, médico militar de profesión le ofreció que viviera con nosotros, invitación que rechazaba, por lo que dividía sus días pasando breves temporadas ya sea en su pueblo, con alguno de mis tíos y con nosotros: sus tres bellos y por supuesto, muy modestos nietos.

Mi abuela gozaba de una fama muy especial en su pueblo: se decía que era bruja; pues sabía dar remedios naturales y hacer limpias con velas y hojas. Además podía crear infinidad de cosas con engrudo, periódico y papelitos de colores por lo que muchos iban a su casa a ser curados o por una piñata o un juguete; con esto ella se procuraba el sustento, además de que tenía sus buenas gallinas y otros animales de granja.

Las historias de mi abuela son muchas y todas las guardo en el corazón, usaba siempre un vestido de una pieza largo de bolitas o florecitas que cubría con un mandil que a veces se quitaba para salir, coronado todo con su larga y canosa trenza.

Cierta tarde, caminábamos por la calle y levanté la mano para saludar a un conocido que pasó por la otra acera. Ella soltó mi mano y me pidió que me alejara para no avergonzarme con mis amigos. Me sonrojé de enojo.

-Abuela- le dije mientras la abrazaba y tomaba su mano de nuevo con fuerza.

-Jamás me avergonzaré de ti, el trabajo honrado y la pobreza no son vergüenza; al contrario, me siento orgulloso de ti porque te amo y en parte por ti soy lo que soy.

Sus ojos se humedecieron y me invitó a tomar un helado.

Ese día hablamos mucho. ¡Estaba llena de historias! ¡de chistes! ¡de cuentos de su pueblo!

Me habló de los chaneques, que son como gnomos que viven en el agua y molestan a la gente, de su niñez; siempre me sorprendía su candor y sencillez pues por ser de pueblo chico algunas cosas le resultaban extrañas.

Como aquella vez en que durante un mes no lavó los baños pues un producto de limpieza prometía que con sólo poner uno en el baño y otro en la cocina todo quedaría pulcro. Recuerdo su risa explosiva al contarme cómo su empleador la regañó ante esta situación y el azoramiento por la respuesta de que el genio lo haría.

Terminaba esta historia con una frase que nos hacía reír a carcajadas:

-Es que el del anuncio decía ¡ponga uno en el baño y otro en la cocina! y pos yo los puse-

Aún escucho su voz cuando me dijo que era muy pobre de niña y yo le contesté que en realidad no lo era pues, como ahora, siempre tuvo que comer.

Compartimos más días como ese juntos. Días en que caminábamos tomados de la mano y platicábamos de todo.

Murió un 31 de Octubre a una edad desconocida para todos, dejándonos un gran hueco no sólo por su corpulencia, claro esta, sino por esa alegría, paciencia amor y trabajo.

Aún no sé porqué, quizá porque esta pronto su aniversario, pero la he tenido muy presente en estos días y por eso escribo estás lineas para que el mundo sepa quien fue mi abuela: Una empleada doméstica con sueños, esperanzas y mucho amor; pero sobre todo, para que ella sepa donde quiera que esté que eso no me avergüenza.

Querida abuela, te amo y te extraño donde quiera que estés.

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