En mi depresión, la voluntad me traiciona, a veces sin ganas y otras tantas con impulsos. Fue ahí cuando de pronto decidí mi viaje. ¿A dónde? A Mazunte, en Oaxaca.,México. Compré mi vuelo, reservé en la casa de pan de miel, sin embargo debo de subrayar que la fecha era especial, ¿por qué especial? porque era navidad y la navidad se festeja en familia, bueno eso es lo que hemos aprendido y replicado: sin embargo mi familia se había roto y con ella yo. Tenía que encontrar un refugio para mi, de mi. Pero ¿acaso podía huir de mi? Entonces viaje sola, irremediablemente conmigo. Mis hijos adultos, con vida propia, estaban confundidos por mi decisión. mi viaje inició en el aeropuerto de la Ciudad de México el día 23 de diciembre de 2012. Arribé al aeropuerto de Huatulco Oaxaca. Ya se respiraba el ambiente cálido y húmedo de la costa. Solicité un taxi, el conductor me explicó que el trayecto sería de 40 minutos, entonces me dediqué a disfrutar el camino, esa carretera angosta y curvada: hace tanto que el gobierno ha prometido terminar la autopista, que ya se perdió la cuenta del tiempo transcurrido y nada de cumplir, que ya no discutimos discute al respecto. Vacaciones, benditas vacaciones, nadie me apresura, nadie me exije, !uf! Estas sí son vacaciones. llegamos al hotel, una casa bien arreglada, su alberca pequeña, pero el mar enorme. Las habitaciones muy arregladas, la mía con una terraza de vista inmejorable. Cada momento que transcurría lo saboreaba más y más. Me instalé y salí a conocer la playa. Bajé por unas escaleras de piedra y llegué al mar, desde hace mucho tiempo he pensado que el mar es mi elemento. Creo que he sido un delfín, mi animal preferido. mi tótem. Acomodé mi toalla, sandalias y pareo, sin esperar un minuto más corrí hacia el agua, en ese preciso momento ya no cabía duda de que fue mi mejor decisión. Estuve un largo tiempo disfrutando del agua cálida y tranquila, cual niña chapoteando, feliz. Todavía el sol estaba esplendoroso, entonces no perdí la oportunidad de recostarme en la playa y dejar que además del agua, el sol también me bañara con su luz.

Después de la sal de mar y el dorado del sol, tomé mis prendas, las coloqué en mi cuerpo y abandoné ese pequeño paraíso.

Regresé al hotel, me dirigí a la habitación, dudé un poco en ¿qué hacer? Tomar una ducha, recostarme, o salir a la terraza para contemplar ese hermoso escenario, bueno, la decisión fue la última, me acomodé en una hamaca y mi vista se posó en el horizonte. Al caer la tarde e irse a dormir el sol, yo junto con ellos entré a tomar una ducha. El agua tibia cayendo sobre mi cuerpo ya bronceado, mi cuerpo lo agradeció haciéndome sentir fresca y reconfortada.

Salí del hotel para conocer el pueblo, porque tengo que aclarar que Mazunte es un pueblo hermoso y pintoresco. Caminé algunas cuadras, la música que se escuchaba me guió hasta un restaurante bar, entré para cenar y tomar un trago. Nuevamente supe que estaba en el lugar indicado. Disfruté de un cóctel de camarones y una cerveza, para continuar con unas tostadas de pescado, la sed arreciaba y bebí otra cerveza. Era ya la media noche, salí del lugar y regresé al hotel.

Encontré debajo de la puerta una invitación para la cena de noche buena. En ella mencionaban el menú y la petición para confirmar, ¡claro! Inmediatamente confirmé.

Al amanecer del día 24 bajé a tomar el desayuno, una mesa grande, la cual parecía la de una familia, en ella ya había otros huéspedes, por lo cual estábamos desayunando en la misma mesa, conviviendo como si fuéramos parientes. Después de esa experiencia peculiar, me dispuse a tomar el sol a un lado de la alberca. Pasaron unas horas, entre sol y agua, se deslizó el tiempo de manera espectacular. Me fui al mar, caminé por la playa y llegué a un lugar en el que se ofrecían viajes en lancha para conocer y hacer snorkel; inmediatamente me acerqué y reservé mi tour para el día siguiente a las nueve de la mañana. Aproveché un rato más en el mar, comí en una de las cabañas de la playa, me tiré al sol, bueno, sé que es reiterativo, pero para mi, es lo mejor, el mar, la playa y el sol. Regresé a mi habiación, nuevamente escalando las piedras. Reposé en la hamaca hasta quedarme dormida con el arrullo y el paisaje.

Cuando desperté ya había oscurecido y faltaba poco para el inicio de la cena navideña. Tomé un baño, me relajé con el agua caliente y el champú deslizándose como caricia al cuerpo y el alma. Me arreglé de una manera digna para tan solemne acontecimiento. Cuando bajé al comedor, en punto de la cita, encontré un escenario sorprendente, todo arreglado de una manera muy linda, el cielo oscuro repleto de estrellas titilando, de verdad eso era como un sueño. A la mesa, 12 personas sentadas, comunidad universal, judíos, ingleses, franceses, alemanes y yo, orgullosamente mexicana. Cena navideña con familiares desconocidos.

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