No se adonde ir, el dolor carcome mis sentidos hasta el punto de que todo se nubla y siento que no puedo más. Él no me quiere, y es una realidad, no me quiere. Aunque me he empeñado en no aceptarlo, en pasarlo por alto o hacerme la loca, no me quiere. Ha llegado el momento de preparar el equipaje y emprender un vuelo sin retorno, pero la maleta pesa, pesa mucho; y es que todo lo que sentí no sirvió para nada.

Subo al coche, conduzco pero mi brújula solo me lleva a la orilla azul, a la que muchas veces he ido a llorar sola. Decido bajarme, es tan temprano que aún nadie camina por aquí, apenas ha salido el sol hace unos minuto. Las aves marinas apenas comienzan sus vuelos matutinos. Pero yo si estoy despierta, ha sido una noche insomne; él no lo aguantó más y lo escupió en mi propia cara, con argumentos flojos dijo que no quería estar más conmigo. Quise preguntar y hacer una hilera de ¿porqués? Pero en el fondo sabía que estarían demás. Ya veía venir esto desde hace mucho; las señales no fallan, el desinterés y la falta de atención son algo que anuncian la despedida de cualquier sentimiento, mucho más si en realidad nunca ha existido.

Saco mi calzado, bajo del coche, la arena está algo húmeda, seguro llovió noche. Quiero cansarme y no saber de nada, llegar al punto de estar exhausta, que desaparezcan los recuerdos y la vida se me quede tan gastada que no haya posibilidad de dolor otra vez. Entonces decido correr, hacerlo hasta el horizonte, donde ya nadie me alcance, un viaje mar adentro y quizás con ello empiece me reconozca en medio de mis escombros.

Empiezo la carrera, inicio el viaje; siento la arena bajo mis pies y el agua mojándolos entre ola y ola, miro el azul que se pierde y choca con el horizonte incierto, igual que mi vida. Quiero entenderlo, sin juicios, sin sentir que me debe nada, develando mis propios rincones oscuros.

Yo me empeñé en seguirle, realmente él nunca me invitó a ser parte de su vida, solo quería mi opinión en cuanto a lo que hacía, pero de ahí a sentimientos, había un trecho muy grande que yo no vi.

—No se puede, no está bien, no me sentiría cómodo de esa forma. Fueron palabras repetidas a los largo de los años, él estaba claro, yo no.

Siento el cansancio en mi pecho, quiero llorar, pero sigo corriendo. Miro el mar y pienso que nunca se sacia. Y me identifico con él, con respecto a Pablo; siendo la que no se saciaba. Podía quererle más, esperarle más, entregarme más. Pero las cosas no funcionan así, no basta con recibir un regalo, tienes que aceptarlo y disfrutarlo para que tenga sentido.

El chapoteo de mis pies se escucha, el viaje sigue, van quinientos pasos. Encuentro sus palabras dulces, sus manos en mi hombro o cintura, las sensaciones en mí, y él equilibrado. Sus palabras me sedujeron más de una vez, pero hoy el mar me las devuelve con el tono correcto. No fue lo que él dijo, sino lo que yo quise entender; las palabras amables fueron solo eso, y yo las tomé de forma errada cegada por lo que sentía.

Yo lo tuve preso, y él logró soltarse, hasta ahora lo entiendo. Van mil quinientos pasos mar adentro, el horizonte está lejos, pero sigo; lo que siento merece ser sepultado como se debe.

El recuerdo de risas y carcajadas aparece en este viaje. Las aves inquietas hacen que el sonido de la alegría sea más vivo en mi memoria. Compartimos tantas cosas, que si se llenaran libros con los mensajes que nos cruzamos, tendríamos una biblioteca muy prolija. Ahora comprendo que eran las emociones del momento, su risa era normal, producida por su corazón noble y sencillo ante cualquiera. Yo fui eso, cualquiera, y no lo supe hasta que la realidad me golpeó la cara.

Hay un bote pasando cerca, sigo corriendo, no quiero parar, este viaje es para soltar y entender Los sentimientos son como redes, lanzadas al mar esperando tener la mejor de las pescas. Hoy lo entiendo, el mar me lo grita, fui yo la responsable de toda esta historia incierta, absurda y quizás imaginaria.

El hablaba de otras personas siempre, no existía un nosotros en su boca, pero yo lo fabricaba en mi mente, era una locura pasional que ahora está empapada de realidad, esa misma que me dice: —Se acabó.

Dos mil doscientos cincuenta y seis pasos, siento que ya no puedo más, las piernas me tiemblan la respiración está agitada no solo por la carrera, sino por el descubrimiento hecho de mi egoísmo obsesivo, disfrazado de amor. Abro mis brazos buscando aliento y al mismo tiempo queriendo abrazar el dolor que yo misma me construí; y lo consigo. Sin llegar al horizonte donde se funden los azules, toco el fondo de mis propias miserias y decido dejarlas fuera. Las lágrimas sirven para limpiar el camino, recorro mis pasos en retirada y ya cansada estoy en la orilla. Miro el gran azul que todo lo cubre, me encuentro conmigo misma. Sin procurar sentir algo, sin la extrema necesidad de recibir amor de vuelta. Mi alma se ahogó mar adentro, allá quedó toda esa mentira de no poder vivir sin Pablo.

Estoy conmigo misma, con esta soledad que abraza como la brisa y además me hace consciente de que puedo comenzar otra historia.

—¡Señora, señora! ¿Está bien?

Abro los ojos y hay dos pescadores a mi lado.

—Tenemos rato llamándola. Menos mal que fue un desmayo y no que estaba muerta.

—¿Desmayo? Yo estaba..

—Si la vimos correr en un lugar fijo de la orilla, y luego se desplomó, por eso nos acercamos.

—Estoy bien, descuiden, estoy bien.

Me levanto, el viaje ha terminado, estoy conmigo misma.

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