El retorno, los abrazos

El retorno, los abrazos

Ascen Barranco

09/09/2019

­­Eres igual que tu madre; ¿hace cuánto que no vienes al pueblo?.

La última vez fue para el entierro de mi tío, hace ya 13 años.

Ahí seguían, donde les dejé hace tanto tiempo, en la misma esquina de mi casa, sentados en un banco de metal que vino a sustituir el viejo bloque de piedra gastada que mi abuelo había puesto allí hace 70 años.

Esa esquina tenía unas condiciones meteorológicas perfectas: sombra toda la mañana, hasta la hora de comer más o menos, y una capacidad asombrosa de congregar a los «sabios» del pueblo que buscaban el fresquito en las mañanas calurosas del verano.

En esa vieja piedra, en aquel entonces, el tiempo no se perdía, se transformaba: contaban historias aterradoras de animales del bosque que devoraban a las ovejas, alardeaban de la marca de tractor que se habían comprado –John Deere parecía ser el más popular y en mi febril imaginación, ese tal John era guapísimo—, compartían trucos para mejorar la producción de uva, y, entre otras cosas, también hacían largos silencios mirando al infinito; podían pasar horas sin hablar y luego levantarse e irse sin mediar palabra, hasta el día siguiente. Con ellos comprendí desde muy joven el valor de “simplemente estar”.

Éstos son los mismos “sabios” que ahora recuerdan más de mi infancia que yo misma: mis idas y venidas a espaldas de mi madre, mis caídas de antitetánica con la bici, mis devaneos amorosos adolescentes y mis borracheras de porrón y bota, ahora con denominación de origen protegida.

Los “sabios”, ya de pelo cano, que también rememoran el día que subieron el agua al pueblo, inolvidable gracias a la visita del señor Gobernador y su séquito, como contaba Eleuterio. Corría el año ’55”, completa Alberto y asiente la “tía” Tomasa, que lo recuerda perfectamente, porque “se acababa el ir con la tabla a lavar al río”.

¡Cuántas historias maravillosas que se irán con ellos y esa España vacía! Una España donde los nacimientos se celebraban con orquestas y enormes banquetes que daban de comer a todo el pueblo.

Me hago mayor.

—Dadme un abrazo y vamos a tomar un vino.

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