Treinta y tres años. Treinta y tres años han tenido que pasar para comenzar el viaje más apasionante de mi vida. El viaje, como tal, ya llevaba mucho comenzado, pero no había iniciado el marcador de ruta. Treinta y tres años tuvieron que ser recorridos, paso a paso, etapa a etapa, vivencia a vivencia, con subidas, bajadas, recorridos lentos y paradas en seco, avances rápidos y encuentros sinceros, apasionados o simplemente, maestros. Treinta y tres años que pasaron con vagones que se cargaron, vagones que aportaron experiencias, aprendizajes, emociones encontradas, vagones que vibraron de lo que la vida aportaba a cada instante. Y aunque el viaje comenzase poniendo el marcador hacia atrás, a paso lento, suave, sólo en el momento en el que me rompí de cuajo, así y sólo así, dio inicio mi auténtico marcador, el que abrió las puertas a mi propio viaje interior.

Aquí no hay agarres, no hay lazos que sujeten, sólo hay mezcla de dolor, rabia, ira, alegría, paz, felicidad. Sólo hay mezcla de momentos y experiencias que quedaron grabadas en lo más profundo de mi misma, piel con piel, poro a poro. Cada uno de esos momentos vividos sembraron las bases de mi, de mi existencia, de cada una de las sonrisas que iluminarían mi rostro, y de las lágrimas que recorrerían ríos de distancia en busca de un mar al que desembocar. Hay tanto ahí. La magnitud del viaje es infinita (como infinitas son las experiencias por vivir), y abarca todas y cada una de las facetas que reúnen mi condición humana, mi verdadero yo. (Hay pasión en el sendero de la verdad, hay amor en cada uno de los abrazos que nos dimos).

Recorres con ilusión, con recelo, con inquietud, con miedo, con plenitud, cada baldosa amarilla del largo camino, en el que no hay final sino vivencia, en el que sueñas, vives, avanzas, retrocedes, caminos, coges de la mano, a veces sueltas, a veces dudas, a veces creces y otras duele. El camino de baldosas amarillo recorre con plenitud y brío la vivencia de una vida repleta de ayeres, hoy y mañanas, que abren camino dentro, muy dentro. Cada paso dado con firmeza sella un nuevo aprendizaje, un nuevo valor, una nueva vida. Cada paso significa alumbrar el sendero, vivir la felicidad plenamente, como tal (felicidad entendida como equilibrio, armonía, paz, como río que fluye calmado, plato, en consonancia con la virtud de la existencia), vivir, con cada uno de esos sentimientos encontrados, que hacen de cada ser humano alguien único, especial, diferente, original, a su manera. Y es ese momento, ese preciso instante, cuando el viaje toma su cariz más importante, cuando tomas conciencia de que un viaje está para disfrutarlo, para sentirlo, para avanzarlo, para vivirlo. No hay mayor tesoro que vivir un presente que se viaja en el ahora, sin expectativas, sin exigencias, sin reservas, sin límites. No hay mayor tesoro que disfrutar de la plenitud que da saberse vivo.

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