Estas franjas blancas que aturden con su pesada desnudez y su interminable tiempo. Esta ruta que adormece mis piernas y no puedo estar contigo. Un viaje de regreso inesperado, un suspiro profundo que se repite y no me deja pensar. Tú en esa sala fría; mi sangre, mi compañero de placenta.
Ya no contestas mis mensajes, solo te siento en mi corazón que late cada vez más rápido y las horas ausentan mis pasos. La ciudad se descubre en la última curva, mientras los arrayanes se frotan y abren paso a mi desesperación. Llego a la calle que me conduce a tu presencia. No desespero, no desesperes; llegaré ahora, ya, en unos contados pasos.
Con un portazo entro a encender tu alma, corro; o por lo menos intento hacerlo, cada vez más rápido hasta llegar a la puerta que nos separa. Cierro los ojos, suspiro profundo y entro. Lentamente me acerco a tu lecho y posando mi mano en la tuya, abriste silenciosamente tus párpados dejando ver esos brillantes ojos azules en tan solo una línea delgada; y con una lágrima recorriendo kilómetros en tu mejilla me miraste, sonreíste y descansaste por fin en las manos del Altísimo.
Noventa años contigo, nueve décadas recorriendo caminos inesperados, sorteando obstáculos, riéndonos siempre juntos. Atándonos los cordones en un viaje de casa a la escuela, estudiando el final para pasar a la escuela secundaria en viaje en el colectivo urbano, calculando los metros de las casas de nuestros clientes en el tren de La Rioja a San Juan preparando nuestra tesis. Cumpliendo nuestro sueño de casarnos el mismo día, en el mismo lugar y también con hermanas gemelas; viendo partir juntos a lo largo de los años venideros a nuestros padres y luego a nuestras compañeras de la vida. Todo juntos, siempre juntos, aprendiste por fin a volar.
Hoy nos despedimos hasta cualquier curva que nos vuelva a encontrar. Descansa hermano. Tu viaje ha concluido. Se feliz!
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