Prepararme para escapar de mi recinto poético, dinámico, ese lugar donde los sueños son míos y de nadie más… Si sucede todas las tardes cuando me uno al bullicio y bochornoso viaje a mi trabajo. Pero no es molesto, es un momento grato, poder caminar al centro de la ciudad es un viaje colorido donde los amigos que pasean a sus mascotas se unen a la charla de ocasión y es alentador ver que la vida sigue su curso.

Todas las tardes me encuentro con el grupo que lleva de paseo a sus mascotas, a veces el señor del chihuahua, otras el del maltés blanco, cuyo pelo recortan con frecuencia para que no sufra de calor. Trajines cotidianos que vamos preservando en la memoria, creamos simpatías y afectos en un simple «buenas tardes».

Otras veces el calor es sosegado y se puede disfrutar el camino con menos premura y sudor, ese sudor que gotea en el cuello y que suele exasperar, al grado de buscar un refugio de camino al destino y detenerse para disfrutar de una bebida helada.

Si voy imaginando que llego a ese sitio céntrico donde venden café con hielos y un «shot» de menta, pero de pronto el cielo comienza a colocar paisajes sutiles, las nubes entrelazan sus encantadores diseños y todo vuelve a la calma, el paseo se reincorpora con dinámica alegría a mi paciencia y vuelvo a deleitarme con mi rutina de cada día.

Caminar es relajante, no importa si el lugar es caluroso o es templado, es uno de los ejercicios que disfruto y agradezco a mi cuerpo el poder realizar. Sí claro hay cosas que me desagradan, la gente que fuma e invade el espacio personal del otro, los autos que no obedecen las señales de tránsito y de los que es necesario cuidarse; en general suceden detalles que son relajantes y otros no tanto, pero el camino de todos los días nunca es el mismo.

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