Canadá, nuestro viaje

Canadá, nuestro viaje

Salimos del puerto de San Felipe, del Estado de Yucatán. Eran aproximadamente las 6 de la mañana, pues debíamos de estar en Cancún, Quintana Roo a las 12 del día; decidimos viajar con tiempo para disfrutar sin prisas nuestro primer viaje al extranjero: Montreal era el punto inicial y de llegada al país canadiense.

Todo inició varios años antes cuando nuestra hija menor decidió viajar en vez de tener una fiesta para celebrar sus quince años. Las carreras iniciaron entonces para ahorrar, preparar las tarjetas, averiguar acerca de vestuario y otros menesteres en donde nuestra ignorancia debía ser abatida escuchando la opinión de los expertos. Luego vendría la obtención del pasaporte y el permiso de entrada al país destino, así como cambiar nuestros pesos mexicanos a dólares canadienses. El constante ir y venir de oficinas, tiendas, bancos, nos hizo descubrir oficios y situaciones que nos volvieron expertos para realizar un viaje en familia. Y lo hicimos con la nuestra, una gran familia.

Así, dos días previos al abordaje del avión, salimos de Mérida, Yucatán, hacia el puerto de San Felipe.

Instalados en el aeropuerto después de pasar por la documentación de equipaje y la revisión de rutina para pasar a la sala de espera, jugábamos entre todos tratando de adivinar de dónde provenían los aviones que veíamos aterrizar y apostábamos para acertarle al avión que habría de llevarnos a nuestro viaje internacional.

Pronto los altavoces anunciaron donde debíamos formarnos para abordar el avión; la emoción en nuestros pechos era notoria, ¡pronto estaríamos volando! Disfrutamos cada detalle del avión y dio inicio nuestra colección de anécdotas. La primera porque entre todos traducíamos las instrucciones de las azafatas cuando las daban en inglés. Y mientras un par discutíamos si se dijo esto o aquello, otro par tomaba otra palabra de la siguiente frase, mientras otro hilaba todo para que no perdiéramos detalle al respecto. En idioma francés nos quedamos callados. Decidimos inscribirnos a aprender el idioma al regreso del viaje. Pronto nos dimos cuenta que a donde habíamos definido como destino, el español no era un idioma que se diese mucho entre los hablantes. Así que a abrir bien los oídos y a apoyarnos entre los que mejor entendiésemos para poder traducir y cometer el mínimo de errores.

Llegamos a Montreal de noche (eso de los husos horarios no coincide con el tiempo ofertado por los constructores de relojes) y pasamos por migración en donde lo primero que preguntamos al guardia fue ¿habla usted español? Un poquito -nos respondió.

Muy pronto nuestra esperanza de ser entendidos en nuestro idioma se desvaneció al descubrir que «un poquito» se limitaba a esas dos palabras por lo que debimos de cambiar al idioma inglés con las consabidas estrategias empleadas en el avión.

Grande fue nuestra sorpresa y ahora sí, largos suspiros de alivio exhalamos cuando el guía que nos recibió nos habló en perfecto español mexicano, pues era paisano nuestro del Estado de Querétaro.

Pasamos nuestra primera noche en hotel canadiense. Conocimos Montreal de noche y dormimos en una buena cama en un confortable cuarto. Amanecimos y salimos al balcón de la habitación para respirar aire matutino y ver los movimientos normales de la vida alrededor nuestro.

Disfrutamos del paseo a pie por calles de Montreal cercanas a nuestro hotel, conocimos lugares de referente histórico hasta que llegó el momento de abordar el autobús para continuar nuestra travesía, ahora por tierra, visitando lugares con edificios y paisajes maravillosos y aprendiendo de la historia de nuestro lugar anfitrión.

Al día siguiente partimos hacia Mont Tremblandt donde subimos la montaña en el teleférico que va paralelo a las calles del sitio, para disfrutar de sus paisajes en verano, cuando no hay ni pizca de nieve, siendo todo verde, incluyendo a sus gigantescos pinos, en vez del blanco que anuncia el invierno. Comimos en la Cabane à sucre Chez Dany donde nos dieron un curso para aprender a extraer la miel de maple y hacer ricas paletas con ella, para luego partir hacia Québec donde antes de llegar al hotel, visitamos lugares y plazas turísticas antes de cenar en un Mc Donalds por la necesidad de comer algo con sabor conocido. El día siguiente fue libre para conocer Québec a pie o usando el transporte público, con Ferry incluido. Todo muy bien aprovechado

Así conocimos Ottawa, capital de Canadá, ciudad pequeña pero asentamiento del poder político y social canadiense con sus eventos culturales, artísticos, sus paisajes naturales. Bebimos y comimos sus antojos, platicamos con su gente, la de a pie, la de bicicleta, con los guardias y oficiales.

Las cataratas del Niágara nos estaban esperando.

Llegamos en la noche. En el hotel nos dieron instrucciones para llegar y enamorarnos de las obras de la naturaleza. El momento de usar nuestros cinco sentidos había llegado. Qué sonidos raros, extremos. Qué sensaciones recibimos a través de nuestra piel.

Por la mañana, regresamos al lugar y conocimos uno de tantos paraísos por Dios creados. Llegar en el barco turístico hasta la caída fuerte e imponente del agua fue como sentir el bautizo de la mano divina misma. Vivimos vuelto uno, el universo.

Partimos a Toronto. Ciudad más poblada del país y considerada su capital económica, metrópoli financiera.

Nos asombraron sus edificaciones, creaciones humanas con el intento vano de desaparecer la obra paisajista de la naturaleza con cuyo tamaño magnifican la pequeñez del individuo pero que causan asombro, sorpresa, al visitante. Nuestro tiempo en Canadá estaba por terminar.

Ya en el avión de regreso, nos acomodamos para despedirnos del pedazo de planeta que nos cobijó mientras se mostraba ante nosotros. Agradecidos con Dios nos abrochamos el cinturón; en reversa se contaban las horas que nos separaban de nuestro origen.

Llegamos con visión diferente. Unidos más como familia. Ahora nuestras reuniones tienen mucho para contar después de dos años transcurridos.

Por cierto, hemos postergado el aprendizaje del idioma francés.

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