Recuerdo a mis seis años, un patio grande, hojas frescas, la casa con mi numerosa familia y tu gran sonrisa mi hermosa Rosita. Estuviste ahí desde siempre al concederme Dios la vida. Tu increíble disposición para jugar conmigo me hacía sentir que siempre estarías ahí. Me divertían tus ojos grandes, que se abrían sorprendidos cuando te contaba lo nuevo que aprendí en la escuela o cuando me enojaba con algún mal amigo. Fuiste mi nana, mi hermana, mi guardiana, y tu presencia siempre estuvo para mí mientras crecí. Mi madre confiaba plenamente mi seguridad y la de mis hermanitos contigo, lo que era mucha responsabilidad, sin embargo siempre aceptaste porque sabías que estábamos para tí, tus adorables sobrinos.

Recibí tu amor como se reciben las mañanas, con naturalidad, y es que de tan acostumbrados a verlas cada día, no percibimos su verdadera grandeza cuando el sol brilla, cuando nos brinda un cálido saludo y nos llena de energía para poder continuar. Así me dabas mucho más que tu presencia cuando estabas a mi lado más que con mis hermanos. De pronto sin quererlo yo estaba distraída, mis pasos crecían, los juegos se espaciaban cada vez más, no podía darte más que mi escaso tiempo dentro de mi creciente aprendizaje de la vida, y tu eras feliz con ello por lo mucho que me querías. Yo lo sé porque me lo demostrabas, además muy quedito me lo decías: mi niña eres mi sobrina consentida.

Un día me hice grande, me llene de sueños y de proyectos que no podía compartir contigo, tu mundo era mucho más sencillo que el mío, sabías pequeñas cosas pero no podías leer ni escribir, mientras yo bebía con avidez mis libros adquiriendo incipiente sabiduría. Nunca te enseñaron las letras, nunca leíste un cuento, ni un letrero, ni una carta, sólo aprendiste a trabajar aunque no supieras contar el dinero. El mundo era simple para ti, a tu alrededor solo necesitabas el alimento por el que trabajabas, y una casa donde arrumbar tus sueños, guardándolos al igual que muchas mujeres de tu edad. A mi la universidad me enseñó a andar por otros caminos, alejándome de la escasez que nos rodeó como familia durante muchos años. Sigue sorprendiéndome el hecho de que dentro de grandes carencias económicas tú lograste ser feliz.

Me fui dejando atrás mi casa, familia, amigos y todo lo que me vió crecer, emprendí mi viaje a una moderna ciudad lejana y guardé en mi corazón ese hermoso lugar donde quedabas tú junto con todos mis grandes afectos y mis recuerdos. Prometí volver y he regresado cada cierto tiempo desde entonces, aquí me recibes con tus siempre amorosos brazos y tus ojos grandes. No sabes cuánto tiempo ha pasado, me dices que has mirado al cielo y has visto el avión que me ha traído, sabes que voy a venir a verte y me esperas igual de sonriente como siempre. Te obsequio un juguete para que esté contigo hasta la próxima vez que viaje hasta aquí y lo guardas con el mismo cuidado como hacías con mis juguetes que nos hacían reír.

He llegado otra vez, vuelvo sobre mis pasos para encontrarte, regreso a buscarte en este mismo lugar donde me has esperado los últimos años, aquí ví aparecer de a poco tu cabello plateado, los surcos de tu frente me indican que has envejecido, me cuentas historias que no he vivido contigo y siempre, siempre tus brazos amorosos se abren para recibirme y tu enorme sonrisa me dice que estás feliz de verme, y me das tu cariño, ése que siempre ha sido mío. De nuevo me marcho, no puedes venir conmigo a ese lugar lejano en el que vivo, el que sólo te imaginas por los relatos que te cuento, esa ciudad de calles enormes, de edificios grandes, de coches y trenes tan distinta de nuestro pueblo; y abres de nuevo tus grandes ojos diciéndome que te daría miedo viajar conmigo, que estás bien aquí, sólo me pides que regrese porque tú vas a esperarme donde está tu casa, donde crecimos. No tuviste hijos, no jugaste con nadie después de mi.

Hoy es diferente, aunque he recorrido paso a paso el mismo camino de antaño, ahora no caminas conmigo. Ha pasado el tiempo, las calles lucen igual, el sol brilla como siempre y sin embargo no has abierto tus brazos para darme tu cariño, no escucho tu risa, no escuchas mis aventuras, no abres tus grandes ojos para mirarme. Estamos juntas y es el momento de despedirnos, pero eres tú quien viaja y esta vez soy yo la que no puede acompañarte, estás ahora en ese cielo que mirábamos juntas, es ahí donde a partir de ahora vas a esperarme. Tu mamá está feliz de reunirse contigo. Por fin después de tantos años, te toma de la mano con infinito amor, como lo hacía contigo, como tú lo hacías también conmigo.

Ahora jugarán los ángeles contigo, y yo vendré a visitarte aunque ya no podamos platicar ni reir como antes. Continuaré con mis pasos que seguramente más pronto o más tarde me traerán otra vez aquí, con mi gente, en el lugar en el que he nacido y tú vas a escuchar mis cuitas, como siempre, pero sin abrir tus grandes ojos porque ya te has dormido.

Te vas en paz tu semblante me lo dice, estás tranquila, mi dolor al verte marchar me aprisiona el corazón, pronto siento el peso enorme de tu ausencia. No puedes contarme lo que ves ni lo hermoso del lugar en el que ahora estás, hoy soy yo la que imagino tu felicidad en ese enorme cielo azul.

Mi amada Rosita te pido solamente que vengas a verme de vez en cuando, como yo lo hacía contigo, regálame una brisa para saber que sigues conmigo, para sentir tu presencia y hacer de cuenta que no te has ido, que aun me esperas con el mismo cariño.

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