Puntos de encuentro

Puntos de encuentro

Mary con y griega

03/09/2019

Siempre me han llamado la atención esos carteles de algunos lugares turísticos de las grandes ciudades donde pone «punto de encuentro», a mí, que me gusta darle mil vueltas a todo, pienso con quién podría encontrarme en ese punto, quizá con mi yo del pasado, quizá con mi yo del futuro que viene a advertirme de algo, quizá un desconocido que me enseñe algo vital o el nuevo amor de mi vida…quién sabe.

Con 18 años fui a París, a Disneyland, y me senté a ver el espectáculo de Winnie the Pooh, nunca me he pensado mayor para nada; un SMS, llegaba a mi Nokia 3310, un chico con el que llevaba tiempo hablando me dijo en dos caracteres que me quería, me hizo ilusión, era la primera vez que me lo decía alguien que no fuera de mi familia y mi inexistente autoestima creyó tocar el cielo, lo que creí mi «y comieron perdices» fue quizá el cuento más macabro de los hermanos Grimm que ni el propio Walt Diney podría haber adaptado. Al año me fui de casa, con él, mi príncipe maldito, me convenció de que él era el único que me quería, que mi familia era mi enemiga, que tenía que ser sumisa, que enseñar más de la cuenta sería castigado, que salir de casa estaba sobre valorado.Y me lo creí, agaché la cabeza, me quedé sola. Un día, mi cupo de malas palabras se colmó y se acabó, metí mi amor junto con la ropa arrugada en una bolsa de basura y me fui de esa casa, habían pasado apenas dos años pero yo sentí el peso de media vida sobre mi espalda.

Con 21 años fui a Venecia, siempre había querido ir, tan romántica y especial, yo que guardé el pasado en un rincón, disfrutaba de un nuevo amor que me llevó a mi ciudad favorita, o eso creía antes de pisarla. Fue un «no eres tú, soy yo» quizá mis expectativas estaban tan arriba, y desde allí se ve todo tan chiquitito que no volví con buen sabor de boca, tendría que haber visto que aquello era el preludio de una relación en la que solo por estar con una buena persona, no tiene qué funcionar. Y se acabó, con lágrimas en los ojos y el corazón empañado, esta vez me sentí rejuvenecer pues me vi fuerte y decidida, pensando por primera vez en lo que era mejor para mí.

Con 25 años fui a Madrid, que poco mérito pensaréis, puede, pero para mí fue la mayor aventura que viviré en mi vida, pues me fui sola a Madrid, desde mi pequeña ciudad donde la Gran Avenida es una décima parte de la Gran Vía. Fui a un concierto de mi banda favorita, el último creía yo, así que cogí mi mochila y me monté en el tren, cogí un taxi que me estafó y me dejó la cartera temblando, descansé en el hotel lo que los nervios me dejaron, busqué un bus que me llevó al estadio y me senté en mi asiento reservado. Canté, disfruté y lloré, porque estaba sola y porque estaba allí, y al otro lado del estadio estaba él. Cuando terminó el concierto yo no tenía batería, poco dinero y ni idea de como volvería. Recuerdo gente ir a la derecha y a la izquierda, parando taxis. Valiente cogí el camino del medio, siguiendo las paradas de la línea 50 que me había llevado al estadio, no se cuántos kilómetros recorrí hasta que no supe por donde caminaba, y bañado por una luz celestial en mitad de la noche un taxi paró en el semáforo de enfrente. Llegué al hotel poco después y me tapé hasta los ojos, esa noche supe lo que era sentirse empoderada sin haber oído nunca esa palabra. Y se acabó, tanta espera y tan efímero, esta vez con las fuerzas renovadas y con la convicción de que no había nada que pudiera pararme.

Tatué mi piel con cada una de las pistas que me ayudan a recordar ese momento en el que me sentí invencible, segura de mi misma, independiente; y cada día que me miro al espejo recuerdo como debo sentirme para seguir caminando.

Málaga, Guadalajara, Segovia, Bilbao, Asturias, Cuenca, Mérida, incluso crucé la frontera sin hablar francés con mi hermana pequeña, Yvoire, Gruissan, Narvona, Carcassone… a mis 30 (más uno) me declaro adicta a los viajes en coche, visitando pueblecillos que nadie ve, recogiendo la esencia de los lugares que visito y en cada destino me he encontrado con mi yo fuerte, con mi yo valiente, con mi yo indecisa, con mi yo deprimida, con mi yo exigente… y si algo he aprendido en este viaje es que en cada nuevo destino, sea una ruidosa capital, un pueblo abandonado, un lugar exótico o el pueblo de al lado, hay un punto de encuentro.

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