El anhelado sueño del viaje hacia la libertad, era lo único que lo mantenía en pie, con esa esperanza soportaba todo… Corría el año mil ochocientos y pico. Una época muy dura le había tocado vivir hasta ese entonces. Sólo conocía sufrimiento, abusos, malos tratos y trabajo forzado; su único pecado era haber nacido “negro”, como vulgarmente lo llamaban, para que su vida haya sido un verdadero calvario. Luego de muchos años de obediencia y sumisión absolutas, se había cruzado por fin, con un hombre blanco, poderoso y rico, que estaba lleno de humanidad y pensaba, contrariamente al resto de los blancos que lo rodeaban, que era muy injusta la vida de la gente de piel morena, que por su condición de gran resistencia y fuerza, eran usados como esclavos por otros seres humanos solamente por su violento poder desmedido. ¿Quién les había dicho a los blancos que podían tratar como basura a los negros?, esa era su eterna pregunta, desde que era pequeño. Fue así que, este justo hombre blanco, compró en un remate unos cuantos africanos que habían sido traídos a la fuerza en barcos hacia Inglaterra y ahora que se habían cansado de usarlos, los remataban porque ya estaban desgastados y necesitaban renovar los esclavos con nuevas víctimas. Afortunadamente, él, estaba en ese lote. Dispuesto, como siempre, para servir a su nuevo dueño; en silencio y sin quejarse, marchó junto a todos los demás… Su suerte era completa, ya que junto a él también iba su enamorada, era una bonita mulata de rasgos refinados.

Llegaron a la enorme hacienda, mientras pensaban en todos los trabajos que tendrían que realizar. Pero gran sorpresa los aguardaba en ese bendito lugar… Los dejaron asearse y descansar, ropas finas y cómodos calzados les dieron para vestir, algo tan común, que hasta el momento, nunca habían conocido. Su nuevo dueño los reunió a todos, en una larga mesa llena de ricas comidas y bebidas que jamás habían probado. Luego del gran banquete; su nuevo dueño, les comunicó que los había comprado para regalarles su libertad. Una gran alegría los invadió, sentimiento que habían olvidado. Después les dio pasajes para el próximo barco que zarpaba hacia Argentina que era un hermoso y próspero país de América. Millones de veces agradecieron a este buen Señor, el loable gesto que había tenido. Sin perder tiempo se embarcaron en el soñado viaje hacia la libertad, estaban por fin cumpliendo el deseo de toda su sacrificada y sufrida vida… No lo podían creer pero era real, tan real como la brisa marina; que suavemente les acariciaba el rostro, y el sol, que iluminaba todo, con sus cálidos rayos. El tiempo en altamar fue largo, mucha gente estaba enferma sin saberlo y muy pronto el cólera y la fiebre amarilla empezaron a propagarse, haciendo estragos. Él, rápidamente se contagió. Su cuerpo estaba frágil y débil, pero su mente tenía la fuerza y el vigor que lo había caracterizado siempre. Las ansias de libertad lo mantenían consiente y de buen ánimo. Estaba, por fin, en el viaje esperado desde hacía tanto tiempo… Su mujer lo cuidaba con total entrega, sin temor de contagiarse. Para completar su alegría, se enteró que una nueva vida, que nacería libre, estaba creciendo en el vientre de su amada… Por más ganas y esfuerzos que puso, no logró vencer las crueles enfermedades que había contraído y en una madrugada del largo viaje, su gran debilidad y la alta fiebre, le cerraron sus profundos ojos negros… Y fue así, que el abuelo de mi abuelo, feliz quedó, flotando en el mar azul, en su eterno viaje hacia la libertad…

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