Allahabad desde un carpa

Allahabad desde un carpa

Allahabad es una ciudad antigua en el norte de la India, Estado Uttar Pradesh, en donde confluyen los ríos sagrados Ganges, Yamuna y Sarasvati. El lugar sagrado de la confluencia es llamado Triveni Sangam. La antigua capital del Imperio Mughal del siglo XVII y sede del rey Jahangir. El emperador Akbar es tenido como el fundador de Allahabad en un lugar obviamente estratégico.

Kumbhamela, el más grande peregrinaje hinduista y se celebra cada tres años en cuatro lugares diferentes: Prayag – en donde está Allahabad, Harward, Ujjain y Nasik.

En febrero de 2019 decidí visitar Allahabad, motivado por un grupo de personas a las cuales confundí con un movimiento fraternal, llevado por una búsqueda espiritual. Terminé solo en medio de una región increíble, de personajes inolvidables y que cuestionaron mi propia ruta en muchas formas.

Desde que dejé Colombia en 1999, he vivido en Camboya como educador de jóvenes y he podido visitar muchos países asiáticos, así como de otras regiones del mundo. Nunca me he considerado un turista. En realidad llamo a mis viajes peregrinaciones del espíritu. Haber conocido la India fue una experiencia inolvidable. Era una de esas regiones del mundo que atrajeron mis años adolescentes con pensadores como Krishnamurti.

En Nagpur me dijo un alemán que ha vivido en el país por más de 20 años: «Ningún país es como India… es otro mundo, es otra cosa difícil de categorizar». Y tiene razón. Muchos occidentales encuentran el pensamiento camboyano difícil de entender, pero es que no conocen todavía la India.

El aeropuerto está en construcción. Es una pista entrincada en donde ves pájaros grandes cercanos, que parecen aterrizar con los aviones. El edificio de llegadas y salidas es más bien pequeño, de dos plantas, con una abierta intención de acoger turistas, pero el restaurante está cerrado y no se sabe cuándo se abrirá. A la salida, como en cualquier país, los taxistas se reúnen para esperar pasajeros. A pesar del repetido orgullo de los indios en que ellos hablan inglés como si fueran nativos – eso lo he oído de varios indios amigos míos en otros países – en Allahabad el inglés es un idioma ausente. El idioma awadhi es la parla de la gente, como debe ser. Pero en este mundo globalizado en donde nos metieron la idea que el inglés era la lengua internacional, dicha idea se estrella en contra de la realidad del que viaje no como turista, sino como viajero.

Un hombre de baja estatura me ofreció llevarme al pueblo. Pero le dije que iba a Kumbhamela. Es que pensaba que era una especie de aldea o de centro de retiros espirituales o algo así, organizado, lleno de jardines cuidados como todos los centros de yoga de Tailandia, Camboya o Vietnam. Es aquí en donde te das cuenta que todo eso es hecho para occidentales… espiritualidad de bolsillo, retiros a tu medida y marca el número del nirvana, la conección con Dios. El hombre pudo entender algo de mi destino, pero en ese momento llegó el jefe de todos. Lo noté porque todos dieron un paso hacia atrás. Este hombre tomó mi morral y me quiso guiar hacia su taxi. Cogí mi morral y me le revelé. Cambió su actitud y me dijo que sabía en donde era el sitio a donde iba.

El mapa de Google se estrella en Allahabad. No entra, no sirve, no puede revelar nada. Desde casa, lo había estudiado. Uno piensa que todo se trata de seguir una carretera que sale del aeropuerto, cruza una ciudad y llega a un centro. Tan fácil que nos hace ver la vida la tecnología, la matrix. Por fortuna existen lugares en el mundo que están por fuera del sistema. India, una de las potencias modernas de la tecnología, es, sin duda, un lugar más bien libre. Ahí te tenés que enfrentar con el homosapienz de verdad.

El taxista era musulmán. En efecto se llamaba Amir y fue esa la única conversación posible, porque su inglés se reducida a yes, yes, my name is, thanks, thanks, yes, yes. Del aeropuerto la carretera desciende una colina campestre llena de chivos, ganado, tiendas de campaña y gente en las calles, todos con atuendos de pastores. Para hacerse paso, el conductor suena el pito del carro todo el tiempo. Cada conductor lo hace, incluidos los que van en motocicletas… pipipi— pipiiiiipi todo el tiempo, lo cual termina con los nervios de cualquier que no esté acostumbrado.

Después se ingresa en la ciudad, un universo inmenso de gentes, religiones, animales, basura, edificios antiguos y mil preguntas que Amir nunca pudo responderme.

Casi dos horas después de haber salido del aeropuerto – en algunos momentos pensé que Amir me secuestraba, llegamos al Kumbhamela. Nada de lo imaginado. Un espacio infinito de carpas, mantras y santones a lo largo de los tres ríos. Busqué el campamento de quienes me habían animado a ir y descubrí que estaban asociados con los hare krishna. Una mujer que decía ser colombiana, me recibió en lo que parecía ser un despacho – obviamente una carpa. Estaba en sus veintes y no respondió a mis gestos de amabilidad. Evitó mi mirada, me entregó un papel para rellenar y me dio información como si trabajara en un banco. «¿Pero en dónde estás mujer?» pensé para mis adentros y ya no me gustó esa gente.

Me escapé. Me fui a un hotel, que no era otra cosa que una carpa. Caminé por las veras de los tres ríos, conocí los babas y medité al son de mil mantras que me hablaban de cosas que no había podido imaginar.

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS