Aquella mañana empezaría el viaje más importante y difícil de mi vida, y lo peor es que sentía que no iba a ser capaz de hacerlo.
El día había amanecido como los anteriores, soleado y cargado de un calor sofocante que atontaba a cualquiera. A mí el calor no es que me afectara mucho ni poco, es que, simplemente, no era un factor que me importara. Como cuando alguien te pregunta si te importa que se siente al lado en la sala de espera del médico. Pues siéntese, caballero, estoy aquí por cosas más importantes. Siéntese y calle.
Aquella mañana, como decía, el calor hacía estragos entre la gente a mi alrededor. Mateo sudaba como un pollo (nunca supe por qué los pollos sudan tanto, y sobre todo, cómo lo sabe la gente), aunque su sonrisa seguía dibujándose fielmente en su cara. Él era el encargado de despertarme cada mañana, y aunque yo llevara varias horas despierta, siempre me hacía la dormida cuando llegaba. Su voz firme pero encantadora chocaba con la de Úrsula, una mujer de unos cincuenta años que siempre estaba de mal humor, hiciera calor o no.
-Vamos, Alicia, ¿estás lista para tu viaje? Hoy es el gran día -me dijo Mateo mientras levantaba suavemente la persiana de mi habitación.
-No creo que pueda hacerlo todavía. Aún es pronto -le contesté.
-Yo confío en ti. No me digas que una aventurera como tú va a fallarme el primer día.
La conversación quedó ahí. Él se marchó para que Úrsula pudiera hacer su trabajo, y yo me mentalicé para hacer el mío.
El primer paso. El primer paso era el indispensable para empezar todo viaje. Se hace camino al andar. Qué gran verdad, poeta.
Cuando, una hora más tarde, entré en la sala A, vi de nuevo a Mateo. Había ido hasta allí para ayudarme con mi viaje. Con su sonrisa eterna y sus ojos oscuros, me dio una pequeña libreta.
-Toma -me dijo-, tu pasaporte. Cada vez que llegues a un nuevo destino tendrás que pedir que te lo sellen. Sólo así se creerán que los has visitado todos.
Le contesté con una sonrisa nerviosa, aunque esta vez no era por él, sino por mi partida. Era la hora de la verdad. El momento de empezar una nueva etapa de mi vida. Allí empezaba todo.
Mateo me ayudó a levantarme de la silla de ruedas y colocó mis manos en dos largas barras de metal. Sólo conseguiría el primer sello en mi pasaporte si era capaz de dar cinco pasos por mí misma. Cerré los ojos, respiré profundamente y luché con todas mis fuerzas para que mis piernas me hicieran caso. Aquel viaje era el más importante y difícil de mi vida.
OPINIONES Y COMENTARIOS