La maleta a medio hacer en la esquina le recordaba el inminente viaje. Esta vez, sin regreso. La sensación era extraña,carecía de la euforia que siempre sentía antes de volver a casa. A la casa de allí. Todavía tenía mucho por empaquetar. Las últimas horas en el país pasaban demasiado rápido. Y, sin embargo, pesaban cada uno de los minutos.
Estaban tendidos en la cama deshecha, con el único ruido del ventilador de techo rompiendo el silencio soporífero de una tarde muy calurosa. Todas las tardes eran calurosas al principio de la estación seca. Se respiraba la quietud del exterior. Ella perdía la mirada en las aspas en movimiento mientras sentía la capa de sudor entre el cuerpo de ambos. Solo ese leve movimiento de aire le hacía notar el límite físico de su piel. Podrían diluirse el uno en el otro, como en la primera tarde que pasaron juntos. La lluvia caía a plomo y el abrazo llegó inesperado. Ahora, él paseaba un dedo desde la curva de su cuello hasta su cadera, camino continuo mientras su memoria saltaba a otros lugares, viajes a un pasado no tan lejano pero irrepetible.
̶ La mano que, rozando la superficie de la madera, intuye los surcos de su historia, antes de darle una nueva apariencia. Mano amante moldeando otras pieles. Mano inquieta rasgando el aire en sonidos melódicos. Mano creadora doblando emociones en origamis– dijo él. – Quiero ser esa mano.
̶ Me hablas de manos conscientes y pienso en acantilados azotados por las olas y el viento. En árboles susurrantes. En el olor del jazmín por la noche. Y en ese cactus cuya extraña flor sólo se abre durante un día. – le respondió ella.
Habían entrado en ese juego de hablar de imágenes, para eludir las otras conversaciones. Ya no tenía sentido involucrarse más, acercarse más, abrirse más. Ni siquiera reconocerse mutuamente en la tristeza. Ella nunca imaginó que podría llegar a sentir ese caleidoscopio de emociones en un lugar donde nunca se había sentido acogida ni adaptada. Y a la vez le había costado entender su desarraigo, habían sido tiempos intensos, salpicados de luchas internas y externas. En ese momento se dio cuenta: el hogar no es un lugar físico… y tampoco está fuera de uno mismo. En la hostilidad del país donde vivía los últimos años, finalmente encontró su refugio interior. Y él, acostumbrado a gente pasajera y a despedidas, a no soñar con nuevos caminos, no se reconocía con ese nudo en la garganta. Se obligaba a ser liviano. Sin éxito.
̶ ¿Crees que mi mano entendería tu naturaleza?
̶ Quizás…
̶ ¿Crees que nos echaremos de menos?
̶ Ojalá…
̶ ¿Sabes cuándo volveré a verte?
̶ Sé que ahora estoy frente a ti…
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