VIAJE EN EL TIEMPO

VIAJE EN EL TIEMPO

Roberto

29/08/2019

Aún taladra su voz mis oídos con los calificativos: irrespetuosos, injustos y groseros.

–¡Eres un cerdo, puerco, imbécil, poco hombre, traidor!, quedaste que nunca ibas a poner un pie en la casa de tu hija. ¡Lárgate!, ¡pero ya!, en este preciso momento, y agradece que dejo que te lleves tu estúpida computadora.

Cuando cometí el absurdo de tal aseveración nunca pensé que fuera tan literal el significado para ella.

Pateó con coraje las patas de la silla donde me encontraba sentado, cuando recogía algunos papeles que consideraba me harían falta, escuche como aventó aquel plato al suelo, volando en varios trozos, rompiéndose algo más que un simple plato.

Permanecí inerte; no daba crédito a esta escalada de agresión. No sentí coraje, sentí profunda tristeza, e injusticia a ese trato.

Hasta los perros agazapados, callados y con sus orejas recogidas, es increíble como estos animalitos perciben la existencia de un problema que aqueja a sus amos.

¿Será esta la quinta vez que me corre? Ya perdí la cuenta y al parecer la dignidad y la vergüenza. Veinte años de mi vida intentando encontrar el modo.

–¡Ni contigo, ni sin tí! –Según nuestra terapeuta de pareja era una condición que se había hecho parte de la relación.

Pero esta vez…

La tarde se venía encima, había que buscar donde pasar la noche, en los clasificados encontré un cuarto amueblado por novecientos pesos la semana, me instalé, y he pasado tres noches tormentosas, aquello estaba atestado de cucarachas; compre insecticida y a pesar de saturar el ambiente con aquel penetrante olor, no pude acabar con aquella plaga, a cambio mi garganta sufrió las consecuencias; por la noche aún con el calor sofocante que se encerraba en aquella habitación, me envolvía con la sabana en forma de taco y así evitaba que aquellos bichos caminaran por mi cuerpo o cara, no exagero ni tantito; andaban encima de la cama, en el piso, en las paredes en el techo, un par de veces tuve que sacudirme a unas de ellas que treparon a mi brazo. No aguante ni un día más, preferí perder mi dinero y busque otra habitación.

Y aquí me encuentro en este viaje a través del tiempo.

Ahí estamos, a punto de subir al elevador, su sonrisa y su mirada apropiándose de mis emociones. Un simple ¡hola!, se cruzó entre nosotros. No recuerdo como iba vestida, pero nadie más nos acompañó en ese pequeño viaje en elevador y, que sin voltear a vernos nuevamente, me mantuvo con ese nerviosismo que te provoca en la adolescencia la cercanía de la chica de tus sueños. Al día siguiente inició labores en esa empresa a cargo de los trabajos que yo ejecutaba, en pocas palabras sería mi jefa en el escalafón. No perdí el tiempo, de inmediato inicie mi labor de hostigamiento o conquista. El amor, el amor; noches de copas baile y diversión, confidencias compartidas ante una taza de café, rosas en su casa, rosas en su oficina, rosas en el elevador. Sus hijos ahora míos también; pequeñitos de tres y cuatro años que conquistaron mi ser, y lamento haberlos arrastrado en ese remolino de sentimientos encontrados al que ella le fue fiel tantos años. Desde luego que reconozco su resistencia inicial.

– ¡Nunca nada que ver con un casado! –Decía e insistía que la dejara en paz.

Le inventé mil desavenencias con mi matrimonio a fin de conmover su razón.

Deje mi casa y me instalé en un departamento y abrió su casa y su corazón.

Aquella sonrisa y aquella mirada, acompañándome en el desayuno, en nuestras noches de amor, en la playa, en el bosque… En cada rincón.

Testigos mudos fueron: Pátzcuaro, Veracruz, San Blas, Ixtapa, Mazatlán y otros. Mientras no hiciera su aparición el fantasma de los celos, que poco a poco fue minando la comunicación, abordar cualquier tema con pinzas, fue el pan de cada día, su enojo hacia mi persona fue cada vez más evidente. Aquel: amor, cómplice y todo, quedó atrapado en el tiempo y en una canción.

Sé que moví su esquema y creí salir vencedor. ¡Qué caro resultó!, y más alto el precio que ella pagó: una vida de desconfianza, de celos, de incertidumbre. Que justifican su enojo pero no avala mí razón.

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