Vendedores de sueños azul turquesa

Vendedores de sueños azul turquesa

Una chica rubia de mirada azul turquesa con las piernas sumergidas en un lago del color de sus ojos sonríe al chico que la rodea con sus brazos musculados, mientras dos niños juegan a salpicarse con el agua rebosantes de felicidad.

A María se le va el santo al cielo contemplando la estampa, y cuando la señora de la agencia de viajes le pregunta sobre el destino al que le gustaría viajar, aparta la mirada del póster de aquel lugar paradisíaco e idílico. «Ese sí que sería el destino perfecto, un viaje a la felicidad en un lugar lejano de aguas cristalinas con un biquini minúsculo para unos pechos turgentes y bronceados, junto a una familia perfecta», piensa, con la imagen todavía grabada en sus retinas.

—Algo sin salir del país, supongo —responde con poco entusiasmo.

—¿Algún acompañante?

—No —contesta avergonzada.

La experta en viajes teclea en su ordenador, y María observa el póster de nuevo. Se centra en la cara de la chica; su amplia sonrisa es envidiable. Inmediatamente se fija en su mirada, y descubre un halo de tristeza en sus ojos que no se corresponde con la curva ascendente que dibujan sus labios carnosos.

Unos meses antes, y a muchos menos kilómetros de allí de lo que María cree, Carla se esfuerza por mostrar su mejor sonrisa mientras intenta que desaparezca de su mente el momento en que el fotógrafo le ha rozado el trasero con sus dedos. Piensa en Sergio, el cual tiene las manos en su cintura y probablemente fantasee con que está rodeando con sus brazos a Víctor, el maquillador, mientras este le susurra que al fin ha dejado a su mujer; y en los niños, agotados de tanta sesión fotográfica, y anhelando unas vacaciones de verdad con sus auténticos padres.

—¡Perfecto! —exclama el fotógrafo —Un poco de Photoshop para aumentar una o dos tallas el pecho, y listo.

—Eres perfecta, no hay nada que retocar en ti. Ese tío es un imbécil —dice Sergio en voz baja, mirando a la modelo.

Esta le sonríe con sus ojos tristes, y ambos salen de la piscina con colorante. Piensa en cómo la envidian sus amigas por la atracción que ejerce sobre los hombres, ignorando que la única persona que le importa de verdad, ese amigo sensible que la entiende como nadie, nunca dejará de ser eso, un buen amigo en un mundo de crápulas.

Carla se frota las piernas con la toalla y le enseña unas manchas marrones a Sergio.

—¿¡Autobronceador resistente al agua!? —exclama Carla —¡Vaya timo!

Ambos ríen. Entonces el fotógrafo llama a los modelos.

—¿Queréis ver la foto? —pregunta.

Los cuatro se dirigen a la cámara para contemplar a una familia perfecta e irreal que nada tiene que ver con ellos. Carla se sitúa estratégicamente entre Sergio y uno de los niños, evitando la proximidad con las manos del fotógrafo. «¡Dios! ¿Cómo se pueden vender tantas mentiras?», se dice a sí misma mientras observa atentamente la pequeña imagen que aparece en la pantalla.

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