EL VIAJE QUE SIEMPRE DESEÉ

EL VIAJE QUE SIEMPRE DESEÉ


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Era tarde aquella tarde.

Salí a la calle temprano; no deseaba quedar más tardes en mi casa, esperando algo que nunca llegara. Dentro no había más que quietud. Dolía: claro que dolía.

¿Quizás dormida? Una tarde vi una luz y no la extrañé, me pareció conocerla desde siempre, no parecía lejana. Mucho más lejano el paisaje dentro. Cercano, sólo encontraba la nada y me asusté. Muy dura iba la noche sin estrellas y no sonaba música. Era demasiado el silencio. Y me pregunté ¿Y porqué no todo mas allá del cristal?

El vacío tan solo dentro y en especial en ese instante. Sola, solo estaba yo en mi rincón ¡era un jarrón vacío! Había que llenarlo, pensé.

Y me eché a la calle; Llegaba tarde, llegaba demasiado tarde.

Me lancé a no sé qué voz, a no sé qué espectáculo. Estaba dispuesta. Algo me esperaría y un escalofrío recorrió mi cuerpo.

Deambulaba y sentía cosas: unas iban, otras venían, vibraba, percibía, sentía, abiertos todos los poros de mi piel. Había parado para sólo caminar y recibir sensaciones. Respiraba olor a tierra mojada y las flores estaban mustias por el agua.

Era grande, muy grande el espacio y el río casi no había aparecido aún. Al menos para mí era nuevo, ¡todo era tan nuevo! hasta el viento en la cara.

Tendría un final, eso sí lo sabía. Mientras duraba llenaba el cántaro reía y lloraba; había peso, cansancio, vida.

Entré en una cafetería repleta de gente, muy pegados, llena, las miradas bajas, de reojo, tan sólo por el rabillo, que no aprecian nada que sea importante, no sea que comprometan.

No hay calor, el vacío dentro. Aquella situación me provocó miedo ¿por qué? Me estremecí. Parecían estatuas. Salí a respirar y a buscar el arco iris a ver, si podía llenarme de colores.

Sin ordenador y sin agencias de viaje, cuando la decisión está tomada incluso la maleta no es necesaria. Con lo mínimo. Es cuestión de renovar, nada que recordara al pasado, ni el vestuario ¡nada, que retuviera!.

El alma en calma, cuando se llega al fondo del sufrimiento te desprendes o mueres.

Llegué a la estación, elegí un banco y me senté junto a un anciano que hablaba por teléfono, y le oí decir:

“Hay allí un parque natural que el que quiere logra estar solo.

  • Y… -quien quiere- puede hablar con desconocidos.
  • “Pero yo, yo ya, en el cúlmen
  • de las cosas, desde la cima de la montaña ¿poder elegir? ¡Sería el éxtasis!”

Toda una inspiración. Me quede exhausta. Parecían mensajes dirigidos a mí. Pocas las obligaciones. Los encargos en mi despacho -que aún en mí eran trabajos yo los había convertido en placer- estaban tan dominados que sabía que con enclaustrarme tres meses los cubría.

Sin embargo, transcurridas las ineludibles misiones cumplidas, muchos eran los sueños, atravesada la carrera de obstáculos nada ya lo impediría, nada, es tan importante como este estado en nirvana que todo lo puede. Me dije.

De nadie me tenía que despedir y nadie me esperaría. Y yo ya fuera de todo lo que enmascara la sociedad, sola ante mi y todos mis sentidos.

Atenta todo oídos él continuaba:

“Sobre seguro, una calle es igual a otra calle una casa, igual a otra casa, un país igual a otro país me decían para que no viajara”.

Me impresionó. Era lo mismo que yo había oído en mi casa, a mi madre con igual intención. Y a todos.Tenía además la convicción de no haber fallado. He estado siempre en estado de alerta. Ya no puedo echar de menos a mi familia -sencillamente no la tengo- es otra etapa.

Y fueron mi vida y está claro que yo fui su vida, de lo contrario no me encontraría ahora en este punto.

Todo indica que mientras quede imaginación, ideas, ganas, tan solo adolecemos de tiempo.

Por eso lo saboreo y lo aprecio cada vez más. ¿Entraría en el máximo estado de realidad? ¿Alcanzaría la ansiada tranquilidad?

No necesito rutas turísticas, ni guías a las que escuchar, con el consiguiente esfuerzo. No quiero consumir mis energías, las quiero todas para mi. Todas serían pocas y sumadas a las vivencias de mis experiencias formaban suficiente base dentro de mi, mas que lo que me puedan vender.

Esto sería vivir, vivir consciente, vivir plena, ir a lo que te gusta sin el enorme esfuerzo de lo contrario.

Sentada en aquel banco. Llegué, a la conclusión, claro que llegué, con toda seguridad y tranquilidad – me había dado igual un minuto más que otro- es más iba viendo todo el paisaje como si de un tren se tratara- como si llevara un automático del futuro… y todo fue cuestión de calma chicha.

Y volví y volví a mi casa y a mi coche e hice lo que mi cuerpo anhelaba. Lo que solo se logra cuando ya es hora y nada es obstáculo. Y cuando no te lo impides tú mismo. Sería la inercia la que hizo que creyeras, mucho tiempo, que eran los demás. Nunca sabré si les hubiera complacido mi felicidad.

Al volante, al paso, al extender mi ancho cuerpo ya de haber parido mucho, por las aguas cristalinas de mi mar, el conocido, el que no te lleva ni la marea ni la corriente, aunque a veces ruja con fuerza, al conocerlo desde mi niñez y saboreándolo, con todo el ímpetu de la juventud de mi mente.

Flotar, claro que flotar como agua que te mece en tus pensamientos serenos y desprendidos de todo lo que ya, de no haber logrado, se haría imposible de obtener.

Con la absoluta paciencia.

Con la aceptación de lo que depara el hoy ahora y en este momento, que es el único que existe.

Y paré claro que paré. También había aprendido – ya era hora- que o te paras o te para la vida.

Y a paso de tortuga, descubrir el sabor de lo bien vivido. Y sentir; la maravillosa satisfacción que trae la calma


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