Cuando era joven, Ángel abría las nueces poniéndolas de a dos en la palma de la mano derecha. Las apretaba con fuerza hasta que entre ellas se quebraban y luego, se tomaba el trabajo de separar la cáscara de lo que era comestible. Cuando consideraba que la cantidad era suficiente, dejaba de romper y se disponía a comerlas. Las disfrutaba una por una junto con una copa de sidra bien fría.

Ahora le cuesta porque la artrosis fue avanzando. La Navidad anterior no llegó a romper todo lo que hubiera querido comer. El dolor se lo impidió.

Este año pasó muy lento. Mucho más lento que como pasaban antes. Cuando trabajaba y tenía responsabilidades, hijos, mujer, perro, los días se le escapaban como el agua por el colador de los fideos. Cuando se quería acordar, otra vez navidad, año nuevo y nueces.

Ahora hace rato que los años pasan lentos. Ya hace mucho que no tiene mascota. Su hijo vive lejos. Se fue a vivir a España luego de la crisis del 2001. El único consuelo que le queda es saber que está bien, mejor de lo que podría estar acá. A su mujer se la llevó esa cruel enfermedad que no quiere nombrar. Aunque vive en un retrato que conserva sobre su mesa de luz, la extraña.

Este año Ángel no aceptó ninguna invitación para pasar las fiestas. No le faltaron propuestas, pero las descartó a todas. Prefirió la soledad porque él considera que así es más fácil recordar. Piensa que cuando hay mucho bullicio la gente se distrae y se olvida. Y él no quiere olvidar, sino recordar.

Son casi las doce, ya se escuchan algunos petardos. El cielo está estrellado y hace calor. Ángel hace un gran esfuerzo por no dormirse, se ayuda con los recuerdos. Ya tiene una sidra fría a mano y espera la Navidad para comprobar si este año, todavía es capaz de abrir las nueces con la mano.

El aeropuerto de Ezeiza por fin anuncia el arribo del vuelo retrasado procedente de Madrid. La demora les provoca evidente malestar tanto a los pasajeros como a quienes los esperan.

Entre los más visiblemente molestos está la familia Gribaudi, compuesta por Lucas, de unos cuarenta y cinco años, Fátima, de la misma edad y el hijo de ambos, Lautaro, de seis. Los tres bajan del avión y atraviesan el hall del aeropuerto a gran velocidad. Aunque no tienen tiempo que perder, Lucas se demora unos minutos en uno de esos locales que venden de todo. Su mujer y su hijo lo esperan afuera.

Finalmente, los tres salen, se suben a un taxi y él le indica al conductor la dirección hacia donde deben ir a pasar la Noche Buena.

-¿Qué has comprado?- pregunta Fátima una vez arriba de la autopista.

-Una pavada, pero quería llevarle algo- responde mientras anota algo en la tarjeta que venía enganchada en el paquete, prolijamente envuelto para regalo.

-Se va a poner contento con menuda sorpresa- agrega ella con un claro acento madrileño.

El resto del viaje es casi todo en silencio. A Lucas, el silencio lo ayuda a hacer memoria. La última navidad que pasó en la Argentina, no es el mejor de los recuerdos. Fue hace mucho, pasaron más de quince años. Durante ese período pasaron cosas importantes para él. Murió su madre, se fue del país, se casó, nació su hijo, entre otras cosas. Sin embargo, aquella despedida le resulta tan cercana, tan fresca y tan reciente, como si hubiera sido apenas la semana pasada.

-El tiempo pasa volando- piensa en voz alta y se resigna.

Cuando el taxi baja de la autopista, Lucas vuelve a sentirse en su casa. Reconoce los carteles de las calles, su forma, su disposición y su diseño. El barrio está cambiado, hay más edificios y menos casas. Sin embargo, los carteles de las calles son los mismos y eso lo hace sentir cómodo.

Se bajan del taxi faltando cinco minutos para las doce y se acercan a la puerta de un edificio que él recuerda bien, a pesar del tiempo y la distancia.

-Uno nunca se olvida de donde vivió cuando era chico- le dice a Fátima.

Abre el bolsillo del bolso de mano que trae colgado del hombro y saca un manojo de llaves. Las inspecciona pasándolas de a una hasta que encuentra la correcta.

-Es esta- se dice a sí mismo.

Cuando logra abrir la puerta se le cae al suelo lo que tenía en la otra mano. Su hijo se anticipa, se agacha primero y se toma unos segundos para examinar el regalo. Lo aprieta con las manos como para adivinar la forma que se esconde detrás del envoltorio.

-Pa..ra el Vi..e..jo- lee con dificultad la tarjeta escrita por Lucas y finalmente le entrega el paquete, pequeño, del tamaño de un abre nueces.

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS