Es sábado y George se dispone en ir a por ella, ir a por la musa que le inspiró esta locura.
Se vistió normal, pero con una sonrisa en la cara pues sabía que ella no lo esperaba, reviso todo en la maleta, pensando que había cubierto toda posible necesidad que se les presente.
– ¡Mierda! olvido la cámara -pensó-. Qué mejor que inmortalizar esta huida.
Despidiéndose de su madre empezó su viaje, salió de casa sin pensar ni un segundo que sería la última vez que vería a su familia, caminó por unas cuadras del peligroso barrio en donde residía, imaginando la sorpresa que Josselin se llevaría.
Llegó a una de las esquinas en la cual, como era costumbre a las 7 de la mañana del sábado estaba desolada y en donde por las noches se usaba para expender drogas. Esperaba un taxi cuando un sujeto apareció de la nada, él lo pudo sentir, pero no pudo voltear a mirar pues en seguida un cañón frío en la espalda sintió y un tono de voz conocido pero lejano le murmuró levemente:
– Ni se te ocurra hacer algo estúpido, porque te mueres…ahora, escúchame con atención, un auto azul aparecerá, tu levantarás la mano y subirás en él.
George estaba congelado, no sabía qué hacer, por unos segundos reparo su estado y con voz temblorosa dijo:
– Por favor no me hagas nada, ¿quieres dinero?, llévate mi mochila tengo 300 dólares ahí, una laptop y una GoPro, pero por favor…
Fue innecesario concluir la oración. El automóvil se hallaba frente a ellos, con el motor en marcha y sus vidrios polarizados impedían que se pudiera divisar al conductor.
– ¡Sube! – en tono imperioso exclamó el sujeto.
George entró al auto, pero de inmediato sintió el impacto de un objeto solido en su cuello, que de no ser por su vigor habría sido todo para él.
– ¿Dónde estoy…? – con voz agitada preguntó.
Pensaba en recibir una respuesta, pero la oscuridad que lo envolvía era eterna, no sabía que pasaba, ni donde estaba, ni porque a él. Empezó a levantarse despacio, apoyando su espalda a una áspera pared forrada de concreto, levantó los brazos para darse una idea de la altura de su prisión, y se dio cuenta que no medía más de 2 metros, entonces caminó, deslizándose por las paredes, después de un par de pasos, tropezó con un cubo vacío y un galón de agua, entonces su angustia creció pues permanecería en ese lugar por mucho tiempo.
– De no ser así no me habrían dejado esto – pensó.
Al terminar su reconocimiento del lugar se dio cuenta que no había puerta y que el eterno silencio era interrumpido a veces por un ligero golpe en la pared de su lado derecho, entonces empezó a responder el golpe con otro, y los golpes empezaron a escucharse en cada pared, entonces se dio cuenta que no era el único en esa situación al menos eran cuatro más, a juzgar por la respuesta en cada pared. Gritó sin esperanza no tenía ningún tipo de respuesta, dejaba de respirar incluso para no interrumpir el silencio con su respiración y alcanzar a escuchar a alguien, pero no, no lograba escuchar ni una palabra del otro lado de las paredes. Mantenía aún un sentido del tiempo, únicamente por el cambio de temperatura. Eran ya 6 días desde que fue raptado, la única comunicación que mantenía eran los golpes en la pared sin significado alguno, pero, le daba cierta paz saber que no era el único. Su desesperación crecía, pensaba en su madre, en su hermana, en su novia incluso extrañaba las peleas con su amada Josselin, hablaba solo, dormía en el día pues en la noche el frío era adormecedor. No sabía que estaba pasando, se sentía más delgado y estaba hambriento, su provisión de agua se estaba agotando y su nariz empezaba a acostumbrarse al aroma acre de sus desechos. Al despertar, en el día 8 de su reclusión hizo lo de siempre, golpear las paredes, lo hacía cada cierto tiempo pues necesitaba saber que seguían ahí las personas que respondían a sus golpes, pero esta vez fue distinto, una pared exactamente la que identifico al principio, la que señaló con el galón de agua, no respondió, golpeó de nuevo, pero no hubo respuesta, hizo lo mismo con las demás, y esta vez ya eran dos paredes sin respuesta. Lloró, imploró a Dios piedad, pensaba que pronto llegaría su turno, pronto sería su pared la que dejaría de sonar.
George estaba muy débil, pensó en todos los negocios ilegales para los que él podría ser útil y de entre todas sus posibles hipótesis se quedó con una sola, el tráfico de órganos. Imaginó que ya lo tenían identificado hace mucho, ya que él se consideraba como un hombre sano, nada de alcohol, ni drogas de ninguna índole.
Era el día 10 de su confinamiento, golpeó débilmente la pared que hasta ayer respondía, pero esta vez, ya no lo hizo, simplemente se estiro en la tierra y sus desechos, y aceptó su destino. Fue entonces cuando una luz apareció en lo que parecía ser un túnel en el techo, se dio cuenta que estuvo siempre en una especie de pozo «la fosa 8» respectivamente, fue eso lo que escuchó murmurar a las personas que lo observaban apuntándole con una linterna a los ojos para asegurarse de que no había muerto después de comprobarlo empezaron a fumigar su estancia con gas y sintió que un hombre con mascará lo sacaba.
George despertó, había perdido la noción del tiempo, estaba recostado en una plancha de metal, a oscuras nuevamente entonces casi arrastrando los dedos por su abdomen, sintió que sus sospechas eran ciertas, no sabía que órganos le habían sustraído, no podía hablar, no podía pensar, el dolor lo tenía paralizado, respiraba con dificultad sentía la tibieza de la sangre fluir de sus oídos, cerro los ojos, pues el horno había sido encendido.
G.P.M.B
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