La odisea del amor

La odisea del amor

Sinpolla

20/07/2019

Rocío no era una chica cualquiera. Era la primera causa del calentamiento global, era número uno en el primer curso del grado en Física, era autora publicada a los 17, era todo piernas esbeltas, era voluntaria en los campos de refugiados sirios, era la única persona con vagina que no me había ignorado, era la mejor amiga de mi hermana y la mujer que me desvirgó.
Su risa, aún al otro lado del teléfono, encendía algo en mí.
—Déjate de tonterías. Tienes que ir a la universidad. Ahí encontrarás a otra y te olvidarás de mí. Es ley de vida, los romances de los 17 no están destinados a durar.—Yo jamás te olvidaré. ¿Me olvidaste tú?
—Álvaro, yo…
—Tenemos que vernos, dejarlo todo, solos, tú y yo. Tú y yo contra el mundo. Cogemos el bus y nos largamos y nos olvidamos de los estudios, de la hipocresía, del castigo existencial. De eso es de lo que hay que olvidarse. Seamos livianos los dos juntos.
—Sabes que no podemos hacer eso.
—Mira, yo tengo que ir a verte, solo de pensar que no puedo verte me da un dolor que me aprieta en el pecho.
“¿Otra vez con el teléfono de casa?” Le escuché decir a mi padre.
—Álvaro, no quiero hacerte daño. Eres un chico muy dulce, pero creo que hay algo que tienes que entender: Yo no siento por ti lo que tú sientes por mí.
—Eh… Pues claro que no, eso es imposible. Tú sientes lo que tú sientes y yo lo que yo siento. La cuestión es que tenemos que vernos. Aunque sea un solo día. ¿Mañana te viene bien? Voy a coger el autobús.
—Tienes que matricularte en la universidad, te lo digo en serio, se te va a pasar el plazo mañana y te vas a quedar sin nada. Y, además, yo tengo trabajo. No puedes venir, ¿me oyes?
“ÁLVARO, ÁLVARO, CUELGA YA” decía mi madre. “LA CENA ESTÁ LISTA, VAMOS, ÁLVARO” decía mi padre.
—Escúchame Rocío, voy a ir a verte, no sé cómo lo voy a hacer, esta va a ser mi odisea, la odisea del amor. Porque yo estoy loco por ti, ¿aún no lo sabes? No puedo preinscribirme en la universidad, no lo soporto, puede conmigo, me da náuseas… Solo quiero estar contigo. ¿No te das cuenta?
—Álvaro, lo que estás haciendo no es justo…
La línea se cortó, y al darme la vuelta, vi a mi madre con el cable del teléfono arrancado en las manos. Tuve que marcharme de casa, no me dejaron otra opción.

La noche era de plastilina al llegar a la estación de autobuses.
—Mira, chico —me dijo la dependienta de ALSA—, no puedo darte un billete sin que lo pagues y el conductor no te va a dejar subir al autobús sin billete. Siguiente.

Me senté en un banco de madera dentro de la estación con la cabeza apoyada en las manos. Deseé tener un maldito teléfono móvil. Pero, sobre todo, deseé tener un asiento en el autobús a Valencia.
—Hola, joven —me dijo un tipo calvo que se sentó a mi lado.
—Hola.
—Puedo pagarte el autobús, si de verdad lo necesitas. Yo tengo dinero —dijo
enseñándome su cartera repleta de billetes.
—¿En serio?
—Sí. Pero tú no eres la clase de persona que aceptaría algo así a cambio de nada, ¿verdad? No sería justo.
—No, tienes razón. El autobús a Valencia cuesta 18 euros.
—Por eso, creo que lo justo sería que a cambio tú hicieras algo por mí, ¿no crees?
—Por supuesto, ¿qué quieres que haga?
—Ven conmigo, te lo explicaré por el camino.

Su calva era rugosa. Es lo que mejor recuerdo, aquella rugosidad que sentí al apoyar mi mano en su cabeza mientras me la chupaba en los baños de la estación. Al cabo de un rato se detuvo con serenidad.
—Venga, vamos. Acabarás perdiendo el autobús.
Me compró el viaje. Mientras yo esperaba en el mismo banco, la dependienta de ALSA le tendía el ticket con una sonrisa de cuero. Volvió al banco, me estrechó la mano para darme el billete y se largó.
Tiré el billete a la papelera que había junto al banco y volví a casa.

A la mañana siguiente me preinscribí en Derecho.

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