EL CORAJE NO SE COMPRA NI SE VENDE

EL CORAJE NO SE COMPRA NI SE VENDE

ABF

18/07/2019

Aitor con ocho años era un chiquillo como otro cualquiera, cuya madurez paso a un grado superior, el día que su padre pegó por primera vez a su madre.

Tenía una hermana pequeña a la que cuidaba.

Un día la desgracia llamó a su casa, cuando su madre quedo en coma después de sufrir un desafortunado accidente, a raíz de una discusión muy fuerte con su padre.

Aquellos dos niños vivieron con su tía hasta que el padre reclamó años más tarde la custodia. La tía se hizo cargo también del cuidado de su madre, porque en el hospital ya no podían mantenerla más tiempo.

Solamente Aitor se consolaba practicando taekwondo en un gimnasio cerca de casa de su tía. Consideraba al maestro de aquel gimnasio como su verdadero padre.

Al cumplir Aitor los dieciocho años se marchó lejos, a seguir estudiando y practicar taekwondo, gracias a una beca en un centro de alto rendimiento.

La vida allí no fue un camino de rosas, ni mucho menos. Entrenamiento a entrenamiento iba ganando posiciones en el ranking, para poder participar en el torneo nacional de artes marciales. Podría darle la remota opción de participar en unos juegos olímpicos.

En su primera participación en aquel torneo nacional logro la victoria, pero con muchísimo sacrificio. El sorteo para elegir al equipo olímpico se celebraría en pocos días.

Le pillaron entrenando cuando le dieron la gran noticia.

El lugar donde ocurriría sería en la nueva Corea unificada.

Al llegar al aeropuerto internacional de Corea, una persona les estaba esperando, para trasladarlos en un autobús súper moderno hacia el hotel de concentración. Llegaron con días de antelación para aclimatarse lo antes posible al país.

El mismo día de la competición y unas horas antes de marcharse en el autobús, el antiguo maestro de Aitor subió a su habitación para avisarle de que salían en breve.

Aitor se encontraba sentado desnudo en la bañera. Abrazado sobre sus piernas y temblando de miedo. Su entrenador lo saco como pudo de allí y lo tranquilizó

‘No tienes que demostrar nada aquí, sino que lo tienes que demostrar ahí fuera. Juntos lo conseguiremos’. Consiguió vestirle como pudo y bajaron juntos al autobús.

Al entrar al estadio olímpico aquello parecía un gran coliseo moderno.

El estadio parecía que se caía bajo nuestros pies.

Llego la hora de la verdad. Solo tenía un combate más para proclamarse el campeón más joven de la historia en esa categoría.

No hubo sorpresa en la final, el campeón coreano con más títulos olímpicos y mundiales que cualquiera podría haber conseguido a su edad.

Miles de personas pondrían sus ojos en aquel lugar y miles de gargantas aclamarían al luchador coreano.

Empezó el combate y los primeros minutos fueron de intercambios de golpes en uno y otro sentido.

Su entrenador lo estaba viendo bastante bien y no consideró cambiar la estrategia del combate. Comenzó el tercer y último asalto. Aitor empezó de un modo muy conservador pero sin rehuir la lucha. Lograba sacarle de ventaja cuatro puntos al coreano.

De repente algo le llamo la atención en la grada. Era una mujer joven sentada en un anfiteatro cerca de su tapiz. Al observarla un poco mejor, bajo completamente la guardia dejando estupefactos y atónitos a todos los allí presentes ‘¡Sube la guardia por el amor de Dios! ‘gritaba su entrenador desde la esquina. El coreano aprovecho la ocasión y propino una durísima patada giratoria en la cara de Aitor, cayendo este desplomado en el suelo ‘¡No!’ gritó su entrenador. El árbitro empezó la cuenta de diez. Como pudo y sin saber que fuerzas lo alzaron, Aitor se puso en pie y entonces todo el estadio lo aclamaba a él. Iba empate y acababa de terminar el último asalto. Tendrían un cuarto asalto de desempate y el que primero marcase un punto ganaría la histórica batalla.

Aitor iba renqueante y moribundo hacia su esquina ‘Como se te ocurre bajar la guardia en ese momento’ le recrimino su entrenador. Aitor no podía vocalizar correctamente porque el coreano le acababa de romper la mandíbula y el dolor era terrible ‘Acabo de hablar con mi madre. Se ha despedido de mí’ explicó cómo pudo Aitor.

El entrenador lo miraba como si no diera crédito a lo que estaba oyendo y comprobaba al mismo tiempo el estado de Aitor. Se dio cuenta del problema de su mandíbula ‘Todo ha sido una alucinación después del golpe que has recibido. Quieres que paremos el combate?’

Aitor seguía hablando como podía ‘Me ha dicho que siempre estará conmigo. Que cuide de mi hermana y perdone a mi padre como ella ya lo hizo’. Quedaban pocos segundos para empezar el último y decisivo asalto. El entrenador lo miró fijamente ‘Creo a ciegas en ti. Marchémonos de aquí sacándole una sonrisa a tu madre. Ganemos esto por ella y vuelve a casa con tu familia’.

El padre de Aitor y su hermana que lo estaban viendo por la tele, estaban tan nerviosos como si verdaderamente ellos estuvieran combatiendo junto a Aitor.

El árbitro llamo a los dos competidores al centro del tapiz. Antes de salir, Aitor le dijo algo a su entrenador que nunca olvidaría durante el resto de sus días ‘Pase lo que pase ahora, ya he ganado. Mi madre está orgullosa de mí. Algún día nos volveremos a ver’.

Aquel combate paso a los anales de la historia del deporte por la valentía, entrega, sacrificio y deportividad que mostró Aitor. No gano aquella ansiada medalla de oro, pero gano un padre y una hermana cuando regresó a casa. Siempre recordó aquellos instantes que pudo observar a su madre llena de belleza, esplendor y sin ataduras con el mundo. Aitor no volvió nunca más a competir, pero está haciendo de sus hijos unos verdaderos campeones de la vida. Ahora ese es su combate más importante. Quererlos y educarlos como su madre hizo con él y su hermana.

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