Sentada en la sala, observo a mi abuela acomodarse en el sofá, mientras se dispone a tomar la siesta, los anteojos casi se le caen al suelo cuando trata de cobijarse.
—Abue, cuénteme algo que no sepa de usted —pregunto curiosa.
—¿Qué quieres que te cuente? — me pregunta mirándome sobre los lentes.
—¡Podría contarme algo emocionante o raro que le haya pasado! seguro que tiene historias interesantes que contar digo emocionadas.
—Ay hija, pues tantas cosas me han pasado. No sé qué contarte —dice con tono aburrido.
—Puede contarme lo que sintió el día que nací. ¿Estaba fea, flaca, bonita? ¿Se puso contenta? —digo indiscreta.
De repente, noto que mi abue se pone incomoda, se retuerce mientras trata de acomodarse, carraspea un poco y jala la cobija tratando de cubrirse mejor
—No me acuerdo que paso cuando naciste —dice seria.
—¿Cómo no va a acordarse abue?, si soy la nieta que más la quiere. Desde los 5 años vivo con usted. Debe acordarse de algo —increpo.
—Es que cuando naciste yo estaba de viaje. Visité a mi papá en Ario, después pasé un tiempo con tus tíos en Uruapan. Y luego de eso fui a visitar a tu tía a Morelia. Duré fuera aproximadamente un mes.
—Pero cuando al fin me vio, ¿qué sintió?, ¿estaba contenta? —pregunto con tono alegre.
Mi abue pone nuevamente esa cara rara, que indica que está molesta. Un dejo de tristeza se apodera de mí porque, a pesar de haber vivido tantos años a su lado, sigo pensando que la mayor parte del tiempo ella está enojada conmigo. Es como si el hecho de que yo esté a su lado la hiciera sentir mal. En ocasiones, es cansado querer tanto a una persona y que el sentimiento no sea reciproco. Es como estar golpeando una pelota y que no haya nadie que la pateé de vuelta.
—¿En serio quieres que te cuente? —me pregunta seria. —No es una historia bonita.
Me sorprende un poco su comentario, pero como la mayoría del tiempo, mi curiosidad siempre gana.
—Si abue. Cuénteme, por favor —le pido.
—Bueno, yo regrese de viaje al día siguiente de tu nacimiento —me dice mientras se hunde en el sofá. —Llegué muy contenta después de pasar un mes fuera de casa, tu mamá aún vivía conmigo y tenía muchas ganas de verla. Estaba preocupada porque la deje mucho tiempo sola.
Yo trato de ponerme cómoda para no perderme ningún detalle de lo que me está contando.
—Cuando estaba llegando, una de las vecinas salió a recibirme. Me pregunto cómo me había ido, yo le dije que bien. Y entonces, me dijo que cuando llegara a la casa no me fuera a enojar. Yo pensé que tal vez alguien se estaba peleando, que me habían robado o algo peor. En ese momento la vecina se fue a su casa y yo corrí a a la mía.
Mi abuelita se quita los anteojos y trata de limpiar una lagrima de su rostro.
—Llegue asustada a casa esperando encontrar un desastre. Pero todo se veía normal, así que me tranquilice. Busqué a tu mamá para saludarla pero no la encontré. De repente, escuche un bebe llorar. Me asusté un poco porque en el rancho la casa era muy grande y mis vecinas no tenían hijos pequeños. Seguí el llanto y mi sorpresa fue enorme cuando me di cuenta que el llanto del bebe provenía de una de las recamaras de mi casa. Como la vecina me había dicho que no me enojara yo pensé que tu mamá había dejado entrar a alguien a vivir en la casa mientras yo no estaba. Me acerque a la recamara y abrí la puerta de golpe para sorprender al intruso —apenas puedo seguir su historia, me encuentro al borde de mi asiento por la emoción.
—Y, ¿quién se había metido a su casa abue?
—Nadie, la persona que tenía un bebe era tu mamá —la melancolía invade su voz en ese momento.
—¿Y eso que tiene de raro?. Usted ya sabía que iba a tener un nieto nuevo —le digo gustosa.
—No sabía hija. Nadie sabía.
Me levanto sorprendida. No sé qué decir. ¿Es verdad lo que me está diciendo? ¿Quiere decir que ella no estaba enterada que su hija estaba embarazada? ¡Debe estar bromeando! La observo seriamente, esperando que diga que todo es una broma, pero ella guarda silencio. Tiene las mejillas húmedas y los ojos agolpados de lágrimas.
—¿Es broma? —pregunto con tono serio.
—Jamás inventaría algo así hija —afirma.
—Entonces, resumiendo. ¿Usted se fue de viaje contenta, duro un mes fuera, regresó y cuando volvió ya tenía una nieta nueva que no sabía nadie que iba a nacer? —me siento abrumada por mi reciente descubrimiento
—Así es.
—Pero, ¡cómo es eso posible! ¿No se dio cuenta que su hija estaba engordando? —pregunto exasperada.
En ese momento no se si reírme o llorar. Insisto, debe estar bromeando.
—No hija, no me di cuenta. Y tu mamá tampoco me contó nada. No se le notaba el embarazo —increpa molesta
Torpemente trato de disimular las lágrimas que empiezan a brotar de mis ojos.
—Bueno, y a todo esto. ¿Qué sintió cuando me miró? —pregunto con la voz entrecortada.
Ella se pone seria y mirándome por encima de las gafas dice.
—Coraje.
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