Papel liso, siempre. Sin caminos trazados, sin directrices ni condicionantes. Libre para el texto, el apunte rápido, el croquis, quizá el dibujo. Libre y limpio, no sujeto a postura ni dirección; de pie, en la cama, en la silla, en el coche, vertical, horizontal, inclinado, apoyado o en vilo. Ningún renglón se transgrede, pues no los hay. Amplio, aún de pequeño formato, porque dispongo del cien por cien de tu espacio. En ti vive y reina mi voluntad. La virginidad de tus páginas blancas son la nada absoluta, una invitación a la creatividad. Todo está por hacer. Quizá también durante el trayecto te necesite, por tanto, te tendré cerca, en el bolso de mano. Vas a ser depositario de datos, descripciones, anécdotas, reflexiones, emociones, frustraciones y sueños. Vas a ser mi diario de viaje.
Orientas o sugieres. A veces, obligas. Me cierras el paso en la orografía más escarpada y recóndita, o en lo profundo de un parque natural, donde tus trazos parecen desvanecerse. Marcas las reglas, me restas libertad y criterio. Eres la antítesis del papel liso, y soy consciente de las posibles consecuencias de contradecirte. Así pues, te asumo; acataré tus normas y seguiré tus consejos, pues vas a ser mis ojos con kilómetros de antelación. Viajarás expuesto y disponible sobre el asiento derecho. Siempre listo, aunque no en cualquier momento te podré consultar. Pero rectificaré y desandaré si es preciso, si mi proceder no ha coincidido con lo que dispones, porque, por mi bien, tú mandas. Eres el mapa de carreteras.

IV Concurso de Historias del viaje
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