La vieron llegar a las seis de la tarde. Su paso firme y a la vez delicado era causal de muchas aventuras. La noche es joven siempre se decía.
Un hombre la miraba desde una ventana desde donde la luz al choque con la pared figuraba espaciosas formas humanas y animalescas que daban la impresión de estar en una función de cine.
Llevaba tacones morados azolando el tiempo de cuaresma. Siempre le gustaba retozar con lo sagrado no se cansaba de alardear esa dichosa sentencia “dios ha muerto” de Nietszche, lo expresaba siempre con aireada dignidad.


Salía en las noches y visitaba cientos de bares y bailaba como loca y peleaba cuando alguien hacia un comentario aunque fuera fugaz sobre sus particulares maneras.

Cargada de esos brillos, esas lentejuelas, esas comisuras en sus ropas que más bien parecían ese disfraz, de cuya alma brotaba la aparente magia que lucía y de lo cual se profetizaba menos de lo que ella representaba; o cuando escupían frente a sus ojos…enfurecía ante cualquier gesto de desprecio y de un tajo les arrancaba sus vestiduras, y los salivaba, de esa fuente que emergía de su boca ahora cubierta de baba por esa ira que la obligaba a madrearlos, luego los pisoteaba y los humillaba con un sartal de insultos que los lenguajes metafóricos se desvanecían en esos discursos de la no poética sin embargo la palabra se hacía una vecina de su realidad.

Luego en un rincón de un sucio baño lloraba y se maldecía, y se incorporaba como recobrando fuerzas. Maquillaba su rosto extravagante como siempre y seguía su rutina en esas citas interminables con la noche.

Las pelucas en noches de extravagancia en ocasiones desaparecían. Tenía tantas como tantas había perdido en bailes, en esos mismos donde se cruzaba con la muerte de una esquina a otra. Siempre era vencedora. Parecía que efectivamente el ser una eterna negadora de los dioses tenía su efecto en cada bohemia, pues intacta regresaba a su apartamento.

Vivía ella en un aparta estudio en un barrio de estrato alto. Tenía servidumbre, lujos y una gran alberca donde las aguas en casi todos los amaneceres se teñían multicolor. El ritual del baño, los lienzos pintoreteados tirados por las escaleras, y en la habitación casi siempre un hombre distinto, esos que por lo general venden su talento con las damas que como ella solo viven de momentos intensos y de cuya lucha corporal luego deviene un profundo y metódico silencio.

El lugar lo había heredado de su madre una mujer europea que había llegado a su valle y que lo recibió cuando él era un niño.

Ella misma le compró su primer atuendo de mujer cuando supo que era marica, que su inquietud por los hombres y por la prostitución era su inclinación. Juntas salían y juntas caían en juegos con amantes enloquecidos por poseerlas a las dos.

A ella la mataron en la oriental con la playa, en una navidad, cuando vislumbraba luces y cuando coquetea con su destino.

Desde entonces ella disfrazaba su cuerpo, se metía en esos juegos como un homenaje a su madre, su recuerdo la incitaba a vagabundear en la noche como una gata; hasta ese día en que, el hombre que la mirara por la ventana, sacara el cuchillo que había afilado tantas veces, mientras la veía cruzar la pierna y fumar un cigarro, cuando se percataba como ella se dejaba manosear por los transeúntes que como gatos ladrándole a su cuerpo la incitaban al pecado.

Corrió él donde estaba ella; la tomó por el cuello, le escupió el rostro. La condenó al infierno y la excomulgó.

Ella lo tiró por el piso, le quitó el escalpelo y lo clavó en su pecho. Ante los gritos y la algazara de la gente que corría, y la repentina aparición de las sirenas de policía, con ese sonido que denotaba que otro muerto le caía a la noche, y ese escapar, ese correr a algún lado, ese quejarse de la vida, y ver como la sangre del hombre apuñalado se confundía con la basura.

Al verse esposada y sin peluca, sin dignidad y sin nada…en un descuido se lanza a las calles, corre y suplica al Cielo que no sea su última carrera en el paso por la vida, se acuerda de Dios justo cuando ausculta el deténgase que indica el agente, luego viene la mofa y el gesto de desprecio, y esas palabras insultantes que repetía cada noche y que prodigaba su alma como la basura que caía ahora sobre sus rostro. Se incorpora, patea el cuerpo del cura que minutos antes asesinara. Corre. Se escucha el disparo.

Música inclemente que retumbó en quienes absortos la ven caer al piso.

La turba grita, los espectadores ebrios casi todos imposibilitados para parpadear sucumben a su miedo y van a donde ella quien en un suspiro aferrándose a la vida, una vida que se le iba para siempre, exclamó: por fin muero puta, borracha y loca.

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