A las riquezas de la naturaleza viajé y en sus playas de arena blanca la pobreza reinaba. No se me olvida la mirada de esos niños pidiendo algo para comer, regalando flores a cambio de caridad para poder ir a la escuela. No se me olvida la gente de aquel país que aún ni teniendo para subsistir nunca pierden la sonrisa, nunca dejan de bailar. Y eso me hace saber con certeza que saben mucho más de la vida que aquellos con coches lujosos, grandes mansiones, que no les falta en su armario ningún traje chaqueta. Pero si les falta algo, la humildad. La sencillez de saber vivir con lo necesario. Dejar de tener mucho a costa de otros que tienen muy poco. Nadie elige donde nace, nadie elige su suerte, nadie elige su raza. Porque todos somos iguales y todos los tonos de piel significan lo mismo. Y es que esas aguas cristalinas enamoran pero lo que realmente cala en el alma son los corazones de esa gente deseando ser libres, esperando que los mires sin mirarlos por encima del hombro, esperando que algún día la vida le de las mismas oportunidades que les dan a muchos otros. Y te enseñan que por muy dura que sea la vida nunca debes de dejar de dar los buenos días, de levantarte cantando a primera hora de la mañana, de bailar mientras la música suene. No hay mejores libros donde aprender que las personas, las lecciones más valiosas provienen de las historias que carga cada uno, de los viajes que hacemos y nos enseñan la suerte que tenemos muchos seres humanos.
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