Ese día fui al psicólogo, después de contarle mí historia me recomendó recostarme en el sofá, colocó una música muy agradable, trataba de brindarle paz, a mí destrozado corazón; todo iba bien, muy bien diría yo, hasta que se le ocurrió decirme:
-Ángela, Viaja a un lugar donde te sientas tranquila, donde tu felicidad no la empañe nada.
Pasaron diez minutos y yo aún no encontraba a qué lugar viajar, los motetes estaban listos, solo estaban esperando que yo decidiera a que destino partir, igual era un sueño, no tenía que invertir un mísero peso, aun así yo no sabía a donde viajar.
Pasaron diez minutos más y el tiquete para partir estaba solo esperando que yo planteara el lugar a donde llegar, en vista de mis lágrimas el psicólogo expresó:
-¿Qué te parece la playa?
Lloré a un mas con esa pregunta, aun así decidí viajar a la playa, asentí con mi cabeza que si, iría a la playa.
El tiquete fue marcado, Santa Marta el lugar destino, solo esperaba en el Cruce de mi pueblo el bus para partir, cuando de pronto aparecieron tres pasajeras más en el bus, con sus sonrisas me hacían feliz, ¡vaya creo que sería un gran viaje!, luego apareció él; sí era él, pero y quien lo invitó? Sobre todo a él, ¿quién lo invitó?.
Él, apareció de la nada, abrí mis ojos y dije puedo despertar de este sueño, puedo decidir no viajar, si apenas estoy en el bus, pero fue imposible bajarme del mismo, cerré mis ojos y continúe el viaje, en el fondo yo quería que él estuviera a mi lado, pese a todo lo que nos había pasado.
Durante todo el viaje estuvimos sentados juntos en el bus, nos agarramos las manos y nuestros anillos matrimoniales estaban intactos, no dijimos una sola palabra, tan solo estuvimos abrazados y cada vez que nos mirábamos tan solo salían lágrimas en nuestros ojos, así que parece que decidimos no mirarnos más, tan solo nos sentíamos el uno al otro, respirábamos el uno por el otro, hubo gran paz durante el viaje.
Cuando llegamos a la playa, el levantó su mano para cubrir mis ojos del sol, no querías que el mismo sol me hiciese daño, pues mis ojos estaban rojos de tanto llorar en el camino al igual que tú, con solo hacerlo el sol se condolió de mis recuerdos, no quiso hacerme daño ni a mí ni a las tres pasajeras que nos acompañaban en el bus, bendito sol no arrugo mi piel.
Fue hermoso estar sentada en la arena, tomar una cerveza bien fría michelada por él, disfrutar de la brisa, el mar y ver a nuestras tres pasajeritas divertirse, correr, hacer castillos de arena, sumergirse bajo las olas del mar, creó que encontré la paz que buscaba.
La risa burlona de él, me daba escalofríos, solo reía y se veía tan feliz, la música sonaba de lejos, pero luego estaba muy cerca, lejos y cerca, siempre hemos estado así; tambora y tambor sonó, una gaita soplo olor a cumbia, sabor angelical, él me pidió bailar, no fue una decisión muy difícil, me levanté y bailamos como cuando éramos unos muchachitos de quince, él me abrazó y me robó un beso, ese beso sabor a corozo, eran sus besos amargos y a la vez dulces,su saliva salada aún la recuerdo, ese beso selló el viaje, solo pensar que estábamos nuevamente todos juntos, nos hacía tan feliz.
Cuando caía la noche y todo se ponía más hermoso, le dije a él que teníamos que volver, él solo dijo, quédate un poco más; regresemos se hace tarde volví a decir, él me dijo: quédate a mi lado, tú y las niñas quédense a mi lado.
Dicen que fueron tres horas que duré en el viaje, un grupo de especialistas intentó en reanimarme, por más intentos que hicieron el psicólogo y el doctor nadie pudo hacerme regresar del viaje, fue tanta la paz y la alegría que viví, que no quise regresar, me quedé ahí en el pasado, decidí no volver.
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