“A esta ruinosa tarde me llevaba
el laberinto múltiple de pasos
que mis días tejieron desde un día de la niñez”. (Borges J. L, Poema conjetural).-
Adivina su figura menuda a la distancia pero, cuando está apenas a unos pocos pasos de él, aún así le cuesta reconocerlo. El paso de los años y la pena provocada por una prematura e inesperada pérdida, de esas que son irremediables y de las que es muy difícil sobreponerse y lograr consuelo, le han cincelado la expresión con una mezcla indeleble de amargura y de profundo desdén por todo lo que ocurre en su entorno. Camina, de hecho, como ensimismado, indiferente a los seres anónimos con los que se cruza azarosamente en el centro comercial donde tiene lugar este fugaz encuentro.-
Su mirada, antaño vivaz, ahora carece de brillo, de profundidad. Su pelo por completo encanecido y la barba crecida dan cuenta de un cierto descuido, de abandono personal. Su atuendo luce desalineado y parece confirmar la sospecha: que después de la partida de Susana es solo un alma que a duras penas si puede llevar ese cuerpo desvalido a cuestas.-
Aunque sus miradas se cruzan no parece reconocerlo de inmediato (elude hacerlo?).-
Pero cuando casi se chocan y ya no les resulta posible esquivar el saludo, los dos al fin se reconocen y sin mediar palabra se estrechan en un abrazo que se demora unos segundos.-
Él le da una palmada en la cabeza en gesto de ternura, del aprecio que siempre le tuvo y todavía le guarda.-
_“Qué bien se te ve” le espeta, como queriendo comenzar una conversación de ocasión. El no le retribuye el elogio, no puede hacerlo, aunque sabe que se lo ha dicho con sinceridad.-
Aprovecha para presentarle a su esposa, y la hija menor de ella que en ese momento lo acompañan y que, hasta aquí, permanecían ajenas apenas dos pasos más atrás, como testigos observando con curiosidad el aspecto algo deslucido de ese hombre que no conocen y que de reojo también las observa con una tímida sorpresa.-
Seguramente no sabía o no recordaba que él se había separado hacia unos años y ahora se lo encontraba aquí, con otra mujer y una hija, que si su memoria no fallaba no se parecía a ninguna de las que creía recordar que había tenido durante aquellos años en los que solían frecuentarse.-
Durante los pocos minutos que duró la conversación le contó de sus hijas, ya grandes las dos y viviendo sus vidas lejos de aquí, mucho más de lo que seguramente quisiera o de lo que su cotidiana soledad le permiten soportar sin sufrir.-
Se despiden. El saludo es breve, sin ninguna afectación. Su cuerpo menudo pronto se confunde en el mar de gente que camina por el paseo de compras en la grisácea melancolía de un domingo de otoño por la tarde.-
Tal vez porque por un momento creyó reconocerse en el, en aquella época no tan lejana en la que le tocó conocer el exilio en completa soledad o porque se imaginó a si mismo en un conjetural y temido epílogo de la vida, mientras regresa al hotel donde se hospeda, después del paseo interrumpido por el perturbador encuentro, no deja de pensar en el triste destino de ese hombre al que la soledad y la desdicha han vuelto casi irreconocible.-
No se volvieron a ver.-
F. Munduteguy
OPINIONES Y COMENTARIOS